Es curioso cómo las ideas en las que creemos -y determinan nuestro comportamiento- son la causa de nuestros desencuentros y hasta enfrentamientos. La raíz de nuestras disputas, hoy en día, derivan de dos añejos valores: las ideas de libertad y de igualdad. Un grupo de personas elige dar todo el peso a la libertad y el otro bando prefiere poner el énfasis en la igualdad. Sin embargo, la historia de las ideas políticas nos muestra que ambos valores son parte de la misma moneda. Lejos de ser antagónicos, el quid del enredo radica en el intento de convertirlos en absolutos (libertad o igualdad categóricas), cuando en realidad son valores relativos. Quizá la disputa sea de énfasis: qué tanta libertad y qué tanta igualdad se requiere para vivir en armonía.
Para quienes eligen como valor absoluto la libertad (en particular la libertad de emprender y del capital), puede resultar chocante que la igualdad fue la idea que abrió camino a la libertad. Es una paradoja, pero hay muchos ejemplos que así lo revelan, como pueden rastrearse en la historia de las ideas. En la actualidad también encontramos casos paradigmáticos de grupos que lograron su libertad basados en la idea de la igualdad. Sin duda, el ejemplo emblemático de esta tesis es lo escrito por Alexis de Tocqueville en La democracia en América. Me parece que nadie puede dudar de la parcialidad de la obra de este autor, escrita en 1835 (la segunda parte fue publicada en 1840). En una de las referencias a la igualdad, Pankaj Mishra cita un pasaje de ese pensador:
“Los philosophes consideraban «racional» una sociedad meritocrática en la que podían prosperar personas como ellos. Al fomentar este racionalismo, se veían como un «partido de la humanidad». Su gusto por la «política literaria», escribía Tocqueville, «se extendió a gente cuya naturaleza o situación les habría mantenido normalmente ajena a la especulación abstracta», a los cuales atrajo la «idea de que todos los hombres deben ser iguales» y «que la razón condena todo privilegio sin excepción». Por ello, «toda pasión pública se disfrazó de filosofía»” (La edad de la ira, Una historia del presente).
Claro, los pensadores de la ilustración querían libertad para ellos, pero la democracia abrió la puerta de la libertad para todas las personas.
Tocqueville en La democracia en América dice: “La igualdad, que hace a los hombres independientes unos de otros, les da el hábito y el gusto de no seguir en sus acciones particulares sino su voluntad. Esta completa independencia de que gozan continuamente en medio de sus iguales y en el curso de su vida privada, los dispone a mirar de mala manera a toda autoridad y les sugiere la idea y el amor de la libertad política. Una inclinación natural dirige, pues, a los hombres de estos tiempos, hacia las instituciones libres. Tómese uno de ellos al azar, retrocédase, si se puede, a sus tendencias primitivas, y se descubrirá que entre los diferentes gobiernos, el que concibe más pronto y al que más se adhiere, es aquel cuyo jefe ha elegido y cuyos actos examina”.
En la misma página (725) del Libro segundo de su obra añade el pensador francés: “De todos los efectos políticos que produce la igualdad de condiciones, el amor a la independencia es el primero que hiere la imaginación, y el que más terror infunde a los espíritus tímidos… Por lo que a mí toca, lejos de echar en cara a la igualdad la indocilidad que inspira, la alabo por esto principalmente. La admiro al verla depositar en el fondo del espíritu y del corazón de cada hombre esa noción obscura y esa propensión instintiva hacia la independencia política, preparando así el remedio al mal que causa [se refiere al riesgo de esclavitud]. Por esto la considero cuando me inclino ante ella”.
Tocqueville ve con claridad meridiana beneficios y riesgos de la igualdad.
Entre los beneficios que entraña la igualdad está su impulso a la libertad, a la independencia, a la indocilidad, a la elección por sí mismo de la forma de gobierno. La igualdad fue el incentivo que liberó a los hombres del viejo régimen aristocrático y esclavista. Pero nuestro autor no ignora sus riesgos: habla de la esclavitud. El riesgo de la igualdad como valor absoluto es el reino de la tiranía. Por esa razón el dilema entre igualdad y libertad es un asunto de énfasis. Asienta Isaiah Berlin que habría que elegir qué tanta igualdad se quiere para qué tanta libertad (Árbol que crece torcido). Y agrega: la libertad absoluta de los lobos es la muerte de los corderos. Este pensador inglés, defensor acérrimo de la libertad, no ignora los riesgos de tan crucial y caro valor.
Hay ejemplos recientes sobre cómo la igualdad es una herramienta liberadora. Es el caso de la lucha de los negros contra el racismo, la discriminación y la esclavitud. Y en nuestros días es el caso de la lucha de las mujeres, los homosexuales, los bisexuales, los trans, etcétera. El mismo propósito parece tener el llamado lenguaje inclusivo, aunque en la era de la posverdad (donde las certezas de las ciencias son puestas en duda por las convicciones) quizá haga más grande la Babel (confusión) en la que estamos; no obstante, los grandes cambios en la historia de la humanidad son paradójicos, y puede ser el caso. Lo relevante de estos temas es que permiten apreciar claramente cómo la lucha por la igualdad de derechos es el primer paso hacia la liberación.
Asimismo, Tocqueville observó cómo el espíritu de la igualdad hace más industriosos a los pueblos: “Lo primero que sorprende en los Estados Unidos, es la cantidad innumerable que trata de salir de su condición originaria y el pequeño número de grandes ambiciones que se ven en medio de ese movimiento universal de ambición. No hay norteamericano que no parezca atenaceado por el deseo de elevarse (…) Parece difícil atribuir este estado singular de cosas a la igualdad de condiciones, pues en el momento que se estableció (…) hizo nacer ambiciones casi sin límite (…) Dije en otro lugar de esta obra, de qué manera la igualdad de condiciones impelía naturalmente a los hombres hacia la industria y el comercio y cómo ella acrecentaba y diversificaba los bienes raíces; hice ver igualmente porqué inspiraba a cada hombre un deseo constante y vehemente de aumentar su bienestar…”.
Y hace una observación pertinente para nuestros días. En referencia al riesgo de inestabilidad o de revolución, afirma: “Nada hay más contrario a las pasiones revolucionarias que todas estas cosas”. Es decir, la pasión por emprender y comerciar hace que los hombres prefieran la paz. Y alerta sobre qué puede conducir a los pueblos hacia las guerras fratricidas: “Casi todas las revoluciones que han cambiado la faz de los pueblos, han sido hechas para consagrar la desigualdad o para destruirla. Si se separan las causas secundarias que han producido las grandes agitaciones de los hombres, se encontrará casi siempre la desigualdad; los pobres son los que han querido arrebatar los bienes a los ricos, o éstos han pretendido encadenar a los pobres. Si se pudiera constituir un estado social en el que cada uno tuviese algo que conservar y poco que adquirir, se habría hecho mucho por la paz del mundo”. Todas las citas son del Libro segundo de La democracia…
El pensador tenía claro que la desigualdad es la causa de las agitaciones y perturbaciones sociales. Advierte: “Si Norteamérica sufriese alguna vez grandes revoluciones, las acarrearían los negros; es decir, que no sería la igualdad de condiciones, sino, al contrario, la desigualdad la que las haría nacer”. Paradójicamente, hoy no solamente la comunidad negra padece una aberrante desigualdad, sino los blancos, la principal minoría de Estados Unidos. La obra también nos proporciona señales acerca de cómo la desigualdad rompe los consensos sociales. En cambio, la igualdad propicia que: “Las principales opiniones de los hombres se hacen semejantes a medida que las condiciones se igualan”. Además, avista el poder del demagogo:
“A medida que los hombres se asemejan, el dogma de la igualdad de las inteligencias se insinúa en sus creencias y se hace más difícil a un innovador cualquiera adquirir y ejercer gran poder sobre el espíritu del pueblo (…) Observamos, por otra parte que, como los hombres que viven en las sociedades democráticas no están ligados absolutamente los unos a los otros, es necesario convencer a cada uno de ellos, mientras que en las sociedades aristocráticas, basta poder obrar sobre el espíritu de algunos, para que lo sigan todos los demás. Si Lutero hubiera vivido en un siglo de igualdad y no hubiera tenido por oyentes a señores y príncipes, acaso habría encontrado más dificultad en cambiar la faz de Europa”.
Desde la antigüedad griega se conocía el atractivo, poder y peligro de quienes saben manipular prejuicios, emociones, miedos y esperanzas de la gente. Es el caso de nuestros días.
En suma, leer los orígenes de los grandes cambios sociales es muy revelador y aleccionador. Tocqueville fue testigo del nacimiento de la democracia y la transformación de la mentalidad y de la cultura que han marcado los siglos de la modernidad. Por ello siempre es altamente recomendable leer a los clásicos; ayudan a entender nuestro tiempo.
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