Quiero comenzar este texto lanzándole una pregunta: ¿qué es una de las cosas que más ama nuestro presidente López Obrador? ¿La justicia? ¿La democracia? ¿El poder? ¿Sus mega obras? ¿La palabra “bienestar”? Si usted respondió “sí” a todas las anteriores, está en lo correcto. Pero, para ser fieles a la verdad, falta agregar algo a la ya atiborrada lista de cosas que el presidente ama. Sí, nos faltó añadir una cosa que nuestro (ya casi) saliente presidente se ha empeñado en amar, amar y amar, especialmente en las últimas semanas. La opción que faltó en la lista anterior, por supuesto, es el periodismo. Si hay algo que nuestro presidente, próximo habitante de “La Chingada” (su rancho), ama con todo su corazón, es el periodismo.
¿Qué? ¿Por qué pone usted esa cara tan rara, como si hubiese usted probado un limón agrio? ¡Ah, ya sé!: de seguro está pensando que estoy loco. Porque cómo podría alguien, a menos que estuviera loco, hacer una afirmación de tal calibre. Sobre todo después de los casos de la periodista Reyna Haydee Ramírez y la persecución (que es como analistas malintencionados le dicen, porque yo más bien le llamaría “una cruzada por la justicia y la verdad”) de la UIF contra Latinus, el medio periodístico que es “enemigo jurado” del gobierno cuatroteísta y, por ende, enemigo de México. Este último caso, por cierto, nos dejó como regalo la presencia del camarada Pablo Gómez en la conferencia presidencial diaria, en donde hizo gala de su siempre bien ponderada concisión y claridad, la cual casi casi no desesperó al mismísimo preciso. Por esto anterior, y como nota adicional, pienso que el camarada Noroña no la tendrá fácil para ser el mero mero en 2030. Como Pablo Gómez lo demostró, de que hay material para que venga otro relevo generacional en seis años, ¡lo hay!
Regresando al tema del presidente y su amor al periodismo, voy a explicarme. Sí, nuestro líder impoluto ama al periodismo, claro está, como todo mexicano bien nacido, y lo hace con una pasión férrea, digna de elogio. Nomás que hay un pequeño detalle. Así como uno puede amar, por ejemplo, a los tacos, siempre habrá algún tipo en particular de taco que nos produzca tirria. Yo, por ejemplo, amo los tacos, pero nomás que no me ofrezcan uno de nana porque paso sin ver. Esto mero pasa con el líder del ejecutivo. Ama al periodismo, sí, pero no del tipo que ejercen los medios apátridas, enemigos del Pueblo Bueno, que han hecho de la calumnia y la infamia su raison d’être. Y de verdad que, en este caso, debo estar del lado presidente. ¿Cómo no apoyar a nuestro líder cuando existen medios que se atreven a criticar a su gobierno? Sí, a su gobierno, ese que es tan brillante que nomás de verlo se deslumbra uno. Sí, a su gobierno, el cual nos ha dejado grandes éxitos, dignos del hit parade, como Disculpe, no podría responder eso, El tren no se descarriló, nomás se salió del carril, La UNAM ya se derechizó y ¿Cuánto gana Loret?, entre otras muchísimas joyas. ¿Cómo no podría sentir uno que la sangre le hierve cuando hay medios llenos de “periodistas” críticos que solamente andan tirándole y tirándole sacos llenos de mentiras a nuestra excelencia? Como diría aquel célebre personaje de Eugenio Derbez (otra persona que el presidente ama con todo su ser), óigame no, no me ahorquen a mi presidente (con notas que expongan las corruptelas de sus protegidos y de los amigos de sus hijos). ¿Qué acaso esos periodistas no aprendieron, en esas escuelas fifís y conservadoras a las que dizque fueron a estudiar, a mirar al otro lado cuando se trata de López Obrador, sus amigos y su familia? ¿Se durmieron, acaso, en la clase en la que les enseñaron que a Morena no se le toca ni con el pétalo de una rosa?
Por eso entiendo que mi presidente ame al periodismo, pero no a todo el periodismo. Parafraseando a George Orwell, todos los periodistas son iguales, pero unos son más iguales que otros. Sí, él ama a los periodistas que sí fueron a la escuela y se aprendieron muy bien eso de que cuando un presidente mexicano pregunta qué hora es, la respuesta siempre es y será “las que usted diga, señor”. Y así, como López Obrador, yo también amo al periodismo bonito, chulo, ese que, aunque parece propaganda ramplona, está más cerca de la realidad, más cerca del Pueblo Bueno. Sí, yo también amo al periodismo que no me hace reflexionar y que solamente repite las palabras de nuestro sabio mandatario, quien nos ha demostrado, a diario, que la única fuente de verdad en este país es él. Sí, yo también amo al periodismo que ha engendrado a ejemplos de clase mundial en estas lides, como el inconmensurable e inefable señor Molécula (no nos sorprenda que un día este verdadero prócer modere debates allá en el gabacho). Yo también amo al periodismo que casi no es fanático y mucho menos es oportunista, ese que ejercen verdaderos patriotas que nunca han cambiado de bando y se mantienen firmes a sus ideales, como el que don Chapucero ha realizado en pos del bienestar del país. Yo también amo al periodismo que es capaz de encogerse ante la candidata presidencial oficialista en un programa de opinión, porque entienden bien que más importante es mantener la chuleta que incomodar a los poderosos.
Porque, seamos sinceros, el “periodismo” que hacen personas como Reyna Haydee Ramírez, Carlos Loret y muchos más que no dedican su vida a decirle palabras bonitas al presi, no es periodismo: es alta traición.
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