Existen distintas formas de dialogar. Cada una de ellas cumple un cierto papel en la interacción entre los hablantes. Hay, por ejemplo, pláticas informativas donde el intercambio se sostiene en una información o conocimiento concreto, como cuando el mecánico nos explica lo que sucede con nuestro automóvil, se nos asesora respecto a la mejor forma de invertir nuestros ahorros o el médico nos expone su diagnóstico de nuestras dolencias. No se trata de una recepción unidireccional propia de una conferencia o un noticiario televisivo, sino que se genera un diálogo genuino por el interés que tiene para el hablante el tópico en cuestión pero éste tiene un carácter más técnico, más práctico que personal. A este grupo se integran capacitaciones, cursos o talleres donde se privilegia el contenido. Si bien la comunicación es bidireccional y las formas se adaptan a las vías más eficaces para transmitir un mensaje en particular que suele traducirse en acciones, resulta una comunicación de carácter pragmático.
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Existen, desde luego, las charlas de cortesía o de acercamiento social. Como cuando estamos en una sala de espera, en una fila que avanza lento o en un ascensor. Dialogamos con el otro de forma impersonal y distante. Imaginemos que estamos en una boda y que nos asignan una mesa donde apenas conocemos a los demás invitados. No solemos hablar de nosotros, sino de exterioridades intrascendentes: el clima, el tráfico, a lo mucho, aspectos coyunturales de la política, el deporte o el espectáculo, o quizá alguna circunstancia específica del lugar que los convoca o cualquier otro incidente anecdótico y casual que sirva para propiciar un espacio de convivencia superficial en común.
Si bien estos breves ejemplos de conversación carecen de profundidad humana en su contenido, cumplen una función social básica que sólo se valora cuando se pierde. Quienes vivimos en países cálidos y cordiales, donde los individuos charlan sin necesidad de una razón práctica, sentimos una pérdida cuando llegamos a sociedades más distantes donde ni siquiera se acostumbra el saludo más elemental cuando se entra a un ascensor o al cruzarse en el vestíbulo del edificio donde se vive. En estos países es común pasar décadas sin intercambiar una sola palabra con los vecinos.
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Hay un siguiente nivel de intercambio que va de la tertulia, ya sea temática o libre, ya sea con amigos o con desconocidos interesados en temáticas afines, hasta coloquios o mesas redondas más especializadas. En estos casos lo que se privilegia es el contenido, casi siempre fijando de antemano el tema a tratar. Aquí el diálogo fluye y se intercambia conocimiento, puntos de vista y argumentaciones en un nivel más amplio y profundo al haber interés –y muchas veces pasión– en un tema en concreto. Suele tratarse de momentos y escenarios donde los hablantes alcanzan un nivel de mayor cercanía y muestran, sean conscientes de ello o no, rasgos más personales, proyectados en la propia construcción de argumentos y defensa de posiciones.
La próxima semana abordaremos las peculiaridades del debate, quizá uno de los más interesantes formas de diálogo.
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