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Sobreinformados

La obsesión por mantenerse informado es una característica de nuestro tiempo. Sin embargo, cuando la información es excesiva y desordenada dejamos de entender lo que tenemos enfrente.

29 de marzo, 2024 manipulación desinformativa

“Es una característica de los tiempos, esta compulsión de saber cómo está el mundo y de sumarse a la generalidad, a una inquietud comunitaria. […] La advertencia del gobierno –que es inevitable un ataque contra una ciudad europea o norteamericana– no sólo supone descargarse de responsabilidad, sino que constituye una promesa embriagadora. Todo el mundo lo teme, pero también hay un anhelo más oscuro en la mente colectiva, una repugnancia al autoflagelo y una curiosidad blasfema”. -Ian McEwan, en Sábado 

Del mismo modo que hay un segmento de la población que opta por alejarse de los noticiarios, ignorar los titulares de prensa y despreocuparse ante los acontecimientos que marcan el rumbo del país, hay otro que vive presa de cualquier indicio que permita especular acerca de la realidad de la nación en tiempo real. 

Ese segmento de “sobreinformados” viven sumergidos en la compulsión de querer saber a cada momento “cómo está el mundo”, como si ese “estar al tanto” modificara un ápice la realidad objetiva. Esta compulsión se manifiesta a través de infinidad de conexiones con un sinnúmero de medios de todo tipo, que se suman tuits, publicaciones de Facebook y cadenas de WhatsApp, y que muchas veces, por no decir que casi siempre, se contradicen, sin que quede claro cuál merece considerarse veraz.

Desde luego, no es ningún secreto que en primera instancia el crédito se lo otorgamos a aquella información que confirma lo que ya pensamos. Como asegura Marta Peirano en El enemigo conoce el sistema, “los seres humanos tenemos sesgos cognitivos, puntos ciegos en nuestro razonamiento que crean una distorsión. […] El primero (sesgo de confirmación) es la tendencia que tenemos todos a favorecer la información que confirma lo que ya creemos y despreciar la que nos contradice, independientemente de la evidencia presentada. El segundo (efecto de falso consenso) es que tendemos a sobreestimar la popularidad de nuestro punto de vista, porque nuestras opiniones, creencias, favoritismos, valores y hábitos nos parecen de puro sentido común”*. Conforme nos acercamos a gente que piensa como nosotros, más confirmaremos que tenemos razón”.

Lo cierto es que el individuo obsesionado por informarse, lo que consigue es un océano de angustia y ansiedad, para que, de todos modos, al final, no tenga la certeza de nada. 

Quizá la alternativa sean los noticiarios, donde una persona en concreto, con nombre y apellido, expone las noticias del día. Ahí tenemos otro problema porque cada cadena informativa, cada programa, cada comunicador, tiene su propia agenda, su propia línea, su propio interés, sus propias noticias por resaltar y por ocultar.

Tampoco debemos culparnos por la ansiedad de saber; es una característica propia de nuestra especie la de tratar de explicarnos lo que nos rodea. Pocas cosas nos incomodan y angustian más que la incertidumbre de no saber. 

Otra capa de la sobreinformación no la produce el individuo obsesionado, sino los medios tratando de no quedarse atrás en la carrera que impone el mundo digital en sí mismo. Cada espacio noticioso tiene que generar varios encabezados al día y publicarlos con títulos llamativos. A esto se suma la crisis del sector que tiene cada vez más trabajo, pero realizado en redacciones cada vez más desiertas, por personal con poca experiencia y además, basados en notas sin confirmar, en vez de auténticas noticias contrastadas. 

Los mecanismos de información masiva están en un proceso de rearmado. Los noticiarios tradicionales están en crisis de credibilidad. Por otro lado, vivimos en una tendencia cada vez más marcada de que nadie se informe en la televisión abierta y convencional. 

Hemos asumido la idea de que necesitamos saberlo todo “en tiempo real”, que en realidad significa en “tiempo presente” lo que implica saber las cosas mientras suceden, recibir datos, sin reflexión, sin contexto, sin profundidad, como si de verdad nos fuera posible entender lo que sucede por el simple hecho de que nos relaten los acontecimientos concretos, entre más descarnados, mejor. 

Nos olvidamos de que las nuevas estrategias de comunicación política consisten en crear notas “ficticias” que controlen la agenda y de lo que se habla en cada momento del día o de la semana, y así dejar de lado los verdaderos problemas, que normalmente requieren de una mayor reflexión y profundidad. 

Como apunte final queda si acaso recomendar “moderación curiosa”. Empaparse de notas y opiniones diversas, pero sin saturar. Cuando la información es excesiva, sucede como con el sentido de la vista: ante demasiados estímulos, no sabemos sobre cuál fijar la mirada y nos perdemos el momento. En ese caso dejamos de entender lo que tenemos enfrente y el escenario de la vida se vuelve confuso. 

Web: www.juancarlosaldir.com

Instagram: jcaldir

Twitter: @jcaldir   

Facebook: Juan Carlos Aldir

*Peirano, Marta, El enemigo conoce el sistema. Manipulación de ideas, personas e influencias después de la economía de la atención, Primera edición. Quinta reimpresión. España. Debate-Penguin Random House, 2019, Pág. 247

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