Así como una democracia con adjetivos deja de ser democracia, así la economía, simplemente no puede adjetivarse, ni puede ser calificada. Los modelos populistas no solamente tienden a crear eufemismos para resaltar imposiciones sobre conceptos, tienden a crear trampas de entendimiento en sus expresiones. Las trampas son las aparentes manifestaciones de cambio cuando en realidad son suplantaciones de conceptos universales. El léxico que emplea el populista simula inclusión y el discurso ampara una rebeldía natural a todo lo establecido por el orden natural de la asociación del razonamiento basado en la experiencia y es en ese orden en donde radica la objeción populista.
Al retar lo establecido, el populismo ofrece salidas simplistas a problemas complejos. Esto hace que el discurso tenga repercusión en las clases populares, que también ven una salida a todo padecimiento de marginación, de pobreza y de falta de oportunidades. El planteamiento populista naturalmente surge de arcas relativamente llenas, de situaciones de cierto equilibrio en las economías, de otro modo no podría instalarse la retórica del predominio. El planteamiento de que la riqueza crea predominio y por tanto abuso, trasplanta e invierte el plano económico para anunciar la inmediata consecuencia de la sumisión.
Es en ese círculo vicioso de la interpretación y justificación de retar al capital y la inversión como males endémicos en donde anida la perversión populista. Desde luego, se inicia el ciclo que condena la fórmula populista; el populismo parte de la creación de riqueza existente y la reacción de los agentes productivos retarda el proceso de captura de los medios de producción. Esto provoca un efecto retardatario del verdadero daño del populismo; la aparente congruencia con la inversión y con las cadenas productivas se aloja en un discurso parsimonioso y conducente en tanto las manipulaciones para centralizar funciones se adaptan al ritmo de desaparición de organismos autónomos y reguladores.
Mientras esto sucede, los agentes productivos se encuentran en medio de un dilema: si la inversión se frena, las oportunidades de mercado se alejan; la pérdida de confianza en un régimen populista es gradual porque la comunicación no se interrumpe con el poder en forma abrupta. Entonces se recurre a la reinversión de utilidades o la deuda. De una manera u otra, el acecho de cerrar la economía existe como riesgo constante. Las consecuencias en lo interno surgen y las dudas se disipan cuando el discurso endurece intención y acción.
Queda el recurso de fuerzas, las del control del producto. En el caso de México el producto es de control privado en más del 80%. El restante es de control gubernamental. Si algo hace peligroso un control minoritario, es el discurso que nunca cesa en símbolos, en eufemismos y en cambio. Ese es el verdadero peligro al enfrentar un gobierno populista. El presupuesto eventualmente hace sus veces de corrección porque no existen recursos ilimitados. En México iniciamos un cuarto año de una transición fallida en lo económico pero en apariencia sostenida en una popularidad discursiva.
En el plano de la realidad, los recursos no son los mismos del año 2018, como tampoco la libertad presupuestal al inicio de esta transición. Podemos citar sin temor de equivocación, el fallido intento de la autosuficiencia. En la administración de Luis Echeverría, se hizo un intento para despejar un plano empresarial para el campesinado. Se creó el Fondo Nacional de Fomento Ejidal bajo el sustento de aprovechar ventajas territoriales. Así, en el sureste se instalaba una pasteurizadora y en el norte una maderera. En ese intento se crearon 690 empresas que fracasaron y hubo necesidad de liquidar o rematar. La lección en realidad es la imposición y el desecho de la libertad de los operadores económicos para demandar de su gobierno facilidades, infraestructura y condiciones seguras para la inversión.
Esta transición en turno no lo entiende. Se encuentra inmersa en el círculo mencionado de agotamiento de recursos y en el auxilio de deuda impagable con las acciones monopólicas que pretende y con las miras de autosuficiencia. Un sector empresarial con talento como es el nuestro, desde luego logra contrapesos en materia productiva pero los alcances en acuerdos violados constantemente aíslan prerrogativas de obtención de capital. El mensaje del presidente no ayuda, el mensaje a tres años de distancia es claro y de confrontación.
El choque frontal de las fuerzas del capital y las de la razón tendrán ampliación territorial al exterior sin duda. Vendrán veredictos juiciosos de Cortes internacionales a dirimir diferencias; vendrán sanciones a un régimen que lleva una aparente delantera en la arena política en la que se han mezclado relaciones tóxicas con grupos delincuenciales y la consecuente dilución de poder del presidente. Ese punto es de inflexión y ese se espera para acotar prácticas autoritarias. El presidente puede y seguramente lo hará, denominar a las cosas con nombres y apelativos diferentes, pero la realidad de los números es una por más opacidad y prácticas corruptas que siga para evadir responsabilidades. Este acotamiento lo veremos en un plazo relativamente corto. El terreno ya se encuentra zanjado.

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