Estamos transitando por una etapa de incertidumbre en materia económica. Existe confusión en las decisiones de gobierno; persiste la opacidad, la desviación de programas, la cancelación de rubros importantes, la adhesión a legislaciones planteadas sin dirección precisa. El tramo que se recorre en energía carece de sustento, de bases firmes que conformen tratados vigentes, contratos en marcha, pronunciamientos signados en conferencias como la de París. En todo este proceso, el presidente en turno insulta a la nación que ha aportado gran parte de la inversión que secunda a la mayor potencia del globo. España es socio firme de México y no recibe ese trato.
Después de tres años de gestión de la transición que gobierna, México no tiene un rumbo definido; el gasto corriente, derivado de un presupuesto que por tercera ocasión desvía la ruta original, se guarda en oscuros rincones de reserva, como si la ciudadanía no existiera en la rendición de cuentas que obliga al poder ejecutivo a rendirlas. Se desvían recursos a naciones que pierden no solamente recursos, pierden en su estructura de gobierno, pierden en su composición humanitaria y en su cobertura de libertades. Tres años transitando en un discurso disperso, itinerante en promesas, itinerante en descalificaciones y pletórico en desatinos.
La aberrante colección de decisiones y yerros de gobierno ha desatado lo previsto en el ataque frontal de inicio en la provocación de un presidente dispuesto a la división desde el primer día de su gestión. Retó, en su discurso, una alegoría cifrada en la redención de la pobreza como mal endémico de la historia moderna, al tiempo de enarbolar una bandera que ondeaba en la pureza y en la inmaculada percepción de la honestidad y la austeridad. Esto se ha venido abajo ante un episodio que por simple que parezca, desveló la endeble ofensiva de la acumulación perversa en la aspiración natural de progreso. Y fue en su propia familia.
Ante este episodio, la voz de reclamo se alzó y repercutió en fronteras, pero no solamente como noticia del amarillismo de otros días, repercute en la alarma del resguardo de insignias que ocultan la hipocresía de una actuación bajo un manto de protección de un contrato social inexistente y una política franca y abierta de concentración de poder con otros fines que la destrucción de la debilidad en el sustento diario. No fueron los pobres, nunca fueron las masas del descuido histórico, han sido las prebendas de extensión a las ramificaciones del control de donde vinieren, llámese crimen organizado, llámese Foro de Sao Paulo, llámese doctrina sectaria.
Si ese tránsito mencionado ha quedado en pausa, como pretende el presidente interrumpir una marcha dinámica en todas las áreas que conoce el mundo moderno, en su irreverente pronunciamiento ante España, entonces habrá que contemplar la interrupción que la sociedad mexicana ha dado a sus actos de intolerancia y de flagrante violación a preceptos de ley. Habrá que avizorar las consecuencias de los últimos días para evaluar y a la vez sancionar un segundo episodio de gobierno en la mitad que resta, porque las cosas no caminarán igual y atrás quedará la intemperancia de una sola voz que pretendía dictar una agenda nacional que descansará en una sociedad amparada en la razón y en la denuncia que aflora en la verdad.
Pero, en este episodio, quedan pendientes que es preciso señalar y es la consecuencia directa al proceso económico que encara la nación. No puede ocultarse en el discurso, un endeudamiento de 2.4 billones en tres años; no puede ocultarse la desaparición de fideicomisos y reservas de programas, de organismos autónomos y de innumerables partidas que en el supuesto aislamiento de cifras, acumulan al dispendio que ha caracterizado a esta transición.
Si en el juego de la credibilidad se sustentaba esta gestión de gobierno y si en el reclamo ya mencionado se dirimen diferencias y se conforman políticas públicas con mejor orientación al uso de recursos y se amplía la transparencia, pues entonces se perfilaría un arreglo. No es deseable el escándalo como premisa fundamental de cambio, como tampoco acentuar el terreno de la descalificación y el ataque a las formas de convivencia, pero si la vía de la razón impone medidas de alerta, pues bienvenida la vía.
En este compás de arreglo, todavía quedan en medio y aunque suene redundante, a la mitad también de gestión, destinos inciertos de recursos en obra no solicitada por la sociedad ni por demanda empresarial, situada en infraestructura costosa y sin programa. Debe ser tiempo de reunir consenso en cuanto a la definición de continuación o cancelación. Debe ser tiempo de enfrentar el capricho con la contundencia de las cifras y la disponibilidad del recurso. Debe ser tiempo también de contemplar una economía estancada por la política económica de esta transición fallida de facto.
Los índices de nuestra economía requieren revisión, revisión que apunte al crecimiento, a los valores que agregan, a políticas públicas que amparen programas de producción. De otra manera, el crecimiento económico quedará en ese discurso itinerante, cansado y reiterativo.
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