Liberalismo un tanto contradictorio

Como cada lunes, Manuel Torres Rivera reflexiona sobre el impacto de las políticas populistas del gobierno en la economía mexicana.

3 de octubre, 2022

En el espacio anterior se comentaba la prudencia del sector empresarial al no confrontar a la administración en turno, al menos en el entorno económico. Del entorno político pueden escribirse cuartillas y argumentos, pero el tema que nos ocupa es la economía. No confrontar reúne varias aristas de interpretación: la primera desde luego alude a la prudencia, sabiendo que las prerrogativas de dispendio corresponden a un modelo equivocado pero en ese equívoco que tal vez se antojaba temporal o pasajero, se ha instalado un derroche jamás imaginado de riqueza nacional. En esa dispersión, como la llama el presidente mismo, se ha desbocado una vertiente no recuperable y también se ha instalado un sistema de compra de voluntades que sin la figura eufemística, se traduce en votos. 

El pasmo que esto sugiere, en materia presupuestal y en la consideración del haber nacional, no es menor si se estima que la aberración natural de disponer de la riqueza de la nación no es privilegio de un solo poder. Se ha aludido en este espacio al llamado de Palacio, por así denominar a esa ignominiosa forma de convocar al poder económico de la nación a solventar en un par de horas una especie de consentimiento para continuar una función productiva. Si en ese llamado ha existido cierta coerción disfrazada de avenimiento, el fondo ha sido el soborno medido en capacidad de respuesta de los hombres de empresa. Podemos imaginar un papel en blanco con opciones múltiples que  circunscriben una aportación sin ningún beneficio palpable, otro que la condescendencia de un poder en turno.

Sigamos la ruta de la avenencia y de la no confrontación para semblantear un panorama de tránsito: dos años en la vida corporativa de nuestras empresas, no significa un preámbulo digno de consideración y preocupación extremas. Esta segunda interpretación capta cierto sentido en el juego de la permanencia. Una cena, con una opción de diez millones de pesos por año para dos que faltan, tiene un significado no monetario, porque en el curso de la producción de efectivo, para empresas de gran trascendencia y tamaño, es cuota menor y fácilmente diluida en resultados de dos ejercicios naturales. Pero entonces nos plantea un razonamiento contrario al esquema natural del trabajo en paralelo que un gobierno inspira en el acervo de una modernidad presente y el talento derivado de la función productiva. 

Consideremos la ética como principio toral de coexistencia. Consideremos la fase de cobertura natural de unos, empresarios y otro, gobierno. Si la convocatoria de un gobierno obedece a las primicias de sostén universal, esto es, una nación, las bases se concretan en la esencia y unión de las fortalezas de ambos; si se extiende una prédica por encima de otra, la convocatoria pierde todo su efecto. Las fuerzas cuando son naturales, se complementan pero cuando no lo son, simplemente chocan. Ahora bien, las corrientes de pensamiento pueden ser complementarias y hasta en veces alternas, pero en nuestro caso, debemos ser claros: la empresa mexicana, reuniendo antecedentes y propulsiones de economía abierta no es compatible con la expulsión de conceptos anacrónicos al progreso, que reúne de tanto en tanto esta transición en turno.

La mención de tanto en tanto, centra precisamente lo contradictorio del discurso que una vez instala congruencia con las fases del capital y la inversión y otras, las más, las anula y las arrincona en preceptos antagónicos al pensamiento progresista. Trabajar con estas acepciones tal vez sea la respuesta a esa preocupación latente que algunos traducen como inacción o pasividad, cuando la verdadera representación del producto de la nación radica en manos privadas. Hacer o no hacer no resulta en una disyuntiva preponderante según podemos observar y se explica en el denuedo cotidiano por preservar las formas y enunciados de las cadenas productivas. No puede negarse de la noche a la mañana la preponderancia del intercambio comercial signado y vigente. 

Podemos observar también, el curso y significado de nuestro renglón de importaciones y exportaciones para destacar la importancia del intercambio y la globalidad imperante en nuestro medio para empequeñecer, si se aprueba el término, el discurso desafiante y descoordinado de un populismo intrascendente en la escena global que cuenta, la del rédito de plazo. El populismo es de alcances muy cortos en tiempo y en fondo. Es simplemente un tránsito en el uso de recursos y discursos. No deja de inquietar, sin embargo, el silencio desde el rincón del verdadero poder de la economía, que no irrumpa en el respeto de las mínimas reglas de inversión para reclamar un dispendio sin horizonte, sin medida de retorno y sin futuro. 

Podemos entender que las reglas de unos y otros sean incompatibles en cuanto al uso del capital, pero finalmente la nación cubre expectativas de verdadera pérdida patrimonial ante el libertinaje emprendido en esta gestión. Ya sabemos que la pérdida será generacional y la recomposición se dará en un marco disciplinario. Todo eso lo sabemos pero la herencia ya lastima el futuro de la nación y no es tarea de trabajo arduo nada más, es herencia infame en infraestructura costosa y deuda impagable. En el espacio anterior se anotaba un precepto inalienable e inalterable: México es una economía de mercado. De eso no existe duda, a pesar de esta imposición populista en turno. 

Con las consideraciones expuestas y con las debidas estimaciones de prudencia señaladas, con las circunstancias que predominan por encima de la confrontación abierta con un régimen abstruso en muchos órdenes, con las prerrogativas que conceden libertad a nuestro comercio,  con la consecución que se da y confiere a nuestras líneas de producción, todavía encuentro un liberalismo imperante y satisfactorio pero con ciertas contradicciones en su expresión franca y en su defensa diáfana y contundente. El liberalismo es símbolo de una economía abierta y el léxico adecuado debe ser reiterativo por simple afán de principio y de orden.

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