Sabemos que el tema preferido en esta transición no es la inversión. Sabemos también que cuando existe un logro ajeno totalmente a esta administración, se anuncia y festeja; el caso de las remesas es un buen ejemplo. La fortaleza del peso es otra, el tipo de cambio también. Como la planeación económica o proyecto de economía no existe en esta administración y la improvisación ha causado tanto daño en la salud financiera del país, cualquier asomo de recuperación naturalmente cobra en el ánimo de difusión como si se tratara de un antecedente esperado. Después de casi tres años de esta transición de gobierno ya conocemos el mensaje, conocemos toda desviación de datos duros y contundentes del quehacer público y conocemos las salidas para eludir responsabilidad de gestión.
El largo proceso de instalación de eufemismos, el arduo proceso de la simbología populista y finalmente el tortuoso proceso de la descomposición de la economía han dejado una huella indeleble en la apreciación de un modelo fallido de origen. Nunca existieron las premisas de despegue, nunca las aseveraciones de ahorro que sería un derivado de la supuesta corrupción; la cifra era cuantiosa, quinientos mil millones de pesos. Nunca existió el ahorro como austeridad, nunca llegó el crecimiento de la economía, jamás alcanzó el primer dígito de una escala de seis prometida. Nunca llegó la descentralización de funciones, nunca llegó el bienestar que cubriría todo precepto del producto de la nación.
En lo material cambiaron los sustantivos y en la relación política y en la comunicación cambiaron los adjetivos y estos han escalado no solamente en el tono, han dado un giro inesperado de denuncia y señalamiento desde una sola tribuna y una sola voz, la del presidente. Un solo capítulo del desarrollo no ha quedado sin vituperio y sin injuria. Se hace notar que se emplea el desarrollo como lenguaje incluyente de tránsito y pasaje de vida nacional. Esta fase es incontestable por el simple hecho de constituir acervo de una nación que en décadas ha probado una inclusión en un concierto de naciones prósperas. Desde luego esta transición ve una parte, salvable e irrenunciable, por la signatura de un Tratado Comercial con las potencias del norte, incluida la número uno del mundo.
Abundemos en esta parte: salvable como término que reduce a una admisión forzada una participación en un mundo circunscrito al capital como elemento irreductible; este señalamiento es importante por la contradicción al discurso del presidente y a las claras muestras de adhesión que procura en el hemisferio sur con naciones perdedoras como Bolivia y Venezuela. Más de una vez hemos observado el desdén presidencial por las formas incluyentes al exterior progresista. Más de una vez hemos sido testigos de desplantes hacia las especializaciones, los estudios superiores y las corrientes de pensamiento con horizontes en un futuro cimentado en la globalidad.
Al presidente no le gusta el progreso, no le gusta ser rehén de situaciones por encima de su visión del pasado glorioso de un México que despertaba a la industrialización y a la captura de sus suelos y sus yacimientos, tesoros ocultos y cautivos para bien de los mexicanos. Esos mexicanos son un legado, como legado son las experiencias que cerraban fronteras a todo acecho del orbe voraz y mezquino. Ese orbe se diluyó con el comercio, se diluyó con la inversión y se diluyó con la participación activa del capital. Vino la sustitución de importaciones Con la paz mundial llegaron los preceptos de orden, los acuerdos internacionales, monetarios, de reconstrucción, de cooperación también. Con el tiempo se conformaron bloques y el entendimiento universal borró fronteras y con ello aranceles y tarifas.
Al presidente no le gusta el progreso, pero de cuando en cuando concede un espacio a todo aquello que lo libere de presiones y críticas por su gestión fallida. Los pasos erráticos desde su inicio en el poder desde luego permanecerán como un legado infame; el desafío mostrado en arrogantes propuestas a mano alzada de un puñado de personas jamás será borrado de los anales y juicio de la historia. La cancelación de proyectos viables la estimó como una ruta asequible y continua, tal vez la consideró como auténtica política pública. El tiempo le está demostrando su errada concepción de las disciplinas económicas. Desestimó, entre muchas cosas, las calificadoras del exterior, la capacidad de endeudamiento y el servicio de la deuda.
Pero he aquí que la economía jamás detiene sus prerrogativas y alcances. En días recientes recibimos la noticia de la inversión del exterior, cifra que se denomina Inversión Extranjera Directa o IED. El primer trimestre de este ejercicio natural sitúa una cifra de once mil millones de dólares y un tanto más. Lejos de imaginar que la invitación al capital no es prerrogativa del presidente y lejos de imaginar que la invitación al capital acusa recibo a su conveniencia, es pertinente analizar esta circunstancia:
Definitivamente no es un voto de confianza a esta transición en turno; tampoco significa que se invoca una situación de riesgo por encima de la competencia. Debemos ser cautos en el significado de este monto nada despreciable. Por principio, no todo es capitalización, esto quiere decir que no es una transferencia real de riqueza de una nación a otra. De este monto, casi el 60% es reinversión de utilidades. Del 40% restante una parte es capital fresco y desde luego contempla un mapa de oportunidades en el país. Veamos, con objetividad el panorama del consumo y del mercado interno. Este espacio ha mencionado una demanda inusitada y totalmente atípica por inserción de dádiva gubernamental sin correspondencia a la cadena productiva como ingreso formal.
Si el gobierno interviene en el proceso de creación de demanda de bienes y servicios, unos duraderos, la gran mayoría no, se despierta una demanda temporal por encima de la oferta. Los agentes productivos captan este síntoma y lo toman como un costo de oportunidad para ampliar su oferta. Si requiere inversión no la califican como riesgo adicional, dada su presencia en mercados cautivos. Esto naturalmente impulsa el esfuerzo del lado de la oferta. Ahora, si sumamos la liquidez extraordinaria que aportan las remesas, entonces completamos un escenario ideal para incentivar la producción de bienes y servicios en el corto plazo.
A este fenómeno, temporal y atípico se le conoce como inercia. Se dan las cosas por circunstancias de mercado. Lo que importa destacar es el grado de influencia de un presidente soterrado bajo un Producto Nacional que rebasa cualquier intento de proscripción desde el poder. Y a estas alturas de su gestión, ya lo sabe.
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