Economía sin Escritorio

A mitad del sexenio, ya podemos rendir un veredicto sobre su política económica: carente de proyecto.

29 de noviembre, 2021

La alusión a un escritorio destaca simplemente la ausencia de una mesa de trabajo que ejemplifique aspectos de planeación de la macroeconomía de la nación. Hasta ahora, después de tres años de experiencia con esta transición de gobierno en turno no hemos podido sensibilizar una sola propuesta económica que tenga fundamento, razonabilidad, sustento o retorno. El descuido del costo del capital y por ende las valuaciones requeridas en valor actual para la correcta interpretación de proyectos de inversión promovidos por esta supuesta transformación son inexistentes.

El descuido abunda y en otros renglones de gasto corriente, que confunden la fase presupuestal en origen y aplicación del recurso, en los tres años de ejercicio presupuestal, no se han respetado las partidas originales como tampoco se han vigilado las asignaciones que en teoría precisarían licitación pública. El desvío de recursos a actividades no productivas ha resultado en la inoperancia de la administración y acomodo de los recursos que tendrían asignación prioritaria. La distribución del recurso público se ha confundido con dispersión, un término que utiliza el presidente con regularidad. 

La obra pública, especialmente la que produce infraestructura ha sido iniciativa de un solo hombre, el presidente, tal vez acompañado de una consejería no solamente falta de calificación y competencia, tal vez, añadiríamos, tendenciosa. A estas alturas, ya podemos rendir un veredicto sobre la actuación de esta transición en política económica y sería sin duda carente de proyecto. Esta transición no tiene proyecto. Esta supuesta transformación ha demostrado carecer de rumbo; no existe horizonte en obra que jamás reunió preceptos elementales de demanda. Esta tuvo que originarse en los agentes productivos de la nación y no existe ningún antecedente que haya sugerido una inversión en un aeropuerto que no tiene resuelto su espacio aéreo, un tren sin destino y menos aún una refinería totalmente obsoleta desde su inicio. 

En términos de macroeconomía, la obra pública no trabaja por inducción; esto es, no puede anticipar situaciones de oferta cuando las posibilidades de mercado no han sido estudiadas. Más allá de la simple oferta anticipada de un servicio o un bien, la estructura de capitalización, en los tres casos mencionados e impulsados por esta transición, han sido incorporados al gasto corriente de la nación. La ética gubernamental no permite exponer una fase de riesgo con el dinero captado de los contribuyentes. En las economías progresistas se logra un equilibrio en la inversión de obra monumental pero la operación radicaría invariablemente en el sector productivo, el privado.

Romper las reglas básicas y las proscritas se ha convertido en trayectoria de imposición desde una cúspide amañada en cámaras de ejercicio legislativo y capturas parciales de poderes ajenos al ejecutivo. Eso naturalmente no obedece a ningún proyecto de gobierno. La visión de concentración de facultades de otras autoridades y otros organismos para interrumpir su ejercicio natural y presupuestal, no obedece a ninguna prerrogativa de política económica. El simple hecho de centralizar decisiones ha quebrado órdenes presupuestales, ha provocado abusos y ha desbocado una corrupción sin paralelo en la historia. El desperdicio de recursos ya inunda la esfera de interpretación de padrones y otras actividades que suponían alivio de males en el ingreso de comunidades laceradas por la pobreza y la marginación. La intermediación ha sido tal, que la pobreza aumenta en forma desproporcionada a los índices previos de su combate en varias décadas. 

La irrupción en el ingreso, sin la correspondencia a cadenas productivas ha sido ampliamente comentada en este espacio, estableciendo parámetros equivocados en cuanto al consumo y fortalecimiento de mercados internos, que desde luego no ha sucedido. Así las cosas, así las decisiones y así también los nombramientos de titularidad de instituciones clave en la conducción de la economía. Los perfiles de profesionales y expertos se han ignorado para continuar con esta calígine adscrita al fracaso. Las voces alertan en lo interno y el exterior hace su parte; desde el Senado norteamericano llega la percepción no solamente de malos entendidos, se descubre la auténtica percepción del camino equivocado en materia energética, tratada y signada. La inversión comprometida en la dirección contraria al esquema mexicano planteado en la improvisación, no es menor. 

Ahora, para colmar el escenario de desavenencias con la razón económica, se plantea desde el ejecutivo, un nombramiento a todas luces improcedente en una figura menor de la administración pública, para gobernar nuestro Instituto Central de Moneda. La política monetaria es una especialidad y no se adquiere sobre la marcha. Naturalmente, el candidato del presidente no reúne esos requisitos, como ha sido costumbre apreciar en sus designaciones. El exterior lo cuestiona y los mercados sancionan. Esa implacable labor, no la conoce el presidente porque su formación se lo impide; su visión del exterior es una negación que transgrede un credo basado en una mística de conducción que perfila a un pensador que redime con pensamiento y aliento la marcha de un pueblo. No existe un precepto filosófico redentor en su esquema, existe la preservación sin reclamo. Eso existe.  

Cuando la cosa pública se anula en materia de contestación, surge el autoritarismo. La democracia debe ser contestable siempre para ser considerada democracia. No olvidemos que las primicias de confrontación en la historia han sido la ocupación territorial y la economía, los recursos. Cuando el socialismo borró los últimos, se extinguió. La territorialidad quedó definida en siglos de ocupación y de extinción por igual. Surgieron las naciones-estado y los límites territoriales se preservan en la paz, con un par de excepciones.

Me resulta difícil concluir un texto en donde la pretensión es una llamada de atención al autoritarismo, a la labor improvisada de un gobierno que sustenta frases, símbolos y eufemismos en vez de gobernar. Puedo, no obstante, adelantar que un micrófono con audiencia a modo no puede suplir una mesa de trabajo, un simple escritorio con audiencia capaz y formada en las lides de la economía de una nación que reclama su espacio, el ganado en generaciones anteriores y dilapidado en este experimento populista y desgastante. 

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