Decretar un crecimiento de nuestra economía desde una tribuna, sin bases, desconociendo las realidades de un entorno que aleja prerrogativas de cambio de rumbo y aproxima una incertidumbre, no abona al escenario de una economía que precisa de una recomposición por encima de la especulación de su comportamiento. Ya hemos pasado por este espectro especulativo; no es nuevo en el pronunciamiento de una transición que no consolida asiento de gobierno después de dos años en el poder. Las tasas de crecimiento han recorrido una senda descendente desde un 6% prometido hasta un 10% por debajo de cero real. Es preciso aclarar que el nulo crecimiento y estanco de nuestra economía, ya asomaba su rostro antes de la pandemia.
Los múltiples errores de inicio de esta gestión de gobierno en turno, simularon un ahorro inexistente en recorte presupuestal para simplemente acomodar partidas de toda una maquinaria pública en marcha a cuatro conceptos: tres de obra no correspondida en la demanda empresarial –Tren Maya, Refinería Dos Bocas y Aeropuerto Santa Lucía– como una infraestructura inducida desde el poder, y, cuatro, la centralización de una dispersión de la riqueza nacional con la única finalidad de captar o someter voluntades, como pretenda verse. Nunca existieron los recursos que se captarían de una corrupción que sumaba quinientos mil millones de pesos, cifra surgida en la imaginaria propagandística de un candidato que reforzaba su aseveración en un año de gobierno, sumando dos años con ese pregón. Nunca se dio la austeridad adjetivada como republicana.
Aunado al centro de captación y dispersión de recursos a modo ya mencionado, se ha concebido, porque todavía se encuentra vigente, una mira de autosuficiencia que hasta ahora se ha convertido en el episodio más costoso en la historia de la nación. 1.2 billones de pesos puede pronunciarse de muchas maneras pero un millón de millones y un poco más, resaltan en nuestro entorno económico como una auténtica pérdida de patrimonio de la nación. Dejemos claro el concepto: ese millón de millones nunca regresará al tesoro de la nación. Ese recurso extinguió toda posibilidad de lo que pretendió ser un rescate de la petrolera del país. Si lo analizamos por partes, encontramos la premisa inicial, el fundamento del dispendio: refinar y producir gasolina para jamás depender del exterior.
Ante una mira tan precaria en su concepción nacionalista y purista en la captura de supuestos valores, la globalidad enseña con firmeza el mundo de las especializaciones y ventajas comparativas para reducir a agregados de valor la secuencia de permanencia en mercados. Pemex no necesitaba ser rescatada: la petrolera ya estaba orientada a la producción y exportación de crudo y reportaba utilidades. Las seis refinerías existentes operaban a la capacidad requerida después de cuarenta años de su construcción y puesta en marcha. El abandono gradual de la refinación ya estaba en proceso, para adecuar la pauta de los países progresistas hasta una puesta en operación e inicio de alternativas limpias y renovables.
El proyecto de otra refinería vino a colmar la ruta de un pasado anclado en la preponderancia de un energético cada día menos necesario, para refinar en una zona pantanosa y desviar la lógica inserción de penetración de nichos de mercado en un sureste complicado para el país en rutas de embarque y comercialización. Eso es Dos Bocas. Del proyecto conocemos inundaciones y abandono de constructores, errores encadenados a un presupuesto muy rebasado en su tasa de retorno y valor presente. En suma, un proyecto que si algún día contempla su puesta en operación, será para perder.
Si examinamos las posibilidades de una recuperación de nuestra economía al día de hoy, en el primer mes del año y contamos con datos actuales, veremos un repunte en las exportaciones, cifra que alienta pero no en todos los renglones: sería importante conocer la dimensión exacta de los componentes de capital y mano de obra en el contenido de lo exportable. Si un producto contiene más capital, el valor agregado del empleo no acumula el beneficio en el agregado total. Los perecederos naturalmente llevan más mano de obra pero una gran cantidad de productos con alto contenido tecnológico también, por el simple hecho de incluir tecnología importada. Sucedió en la maquila de los años ochenta; los componentes de tecnología llegaban al país como producto terminado y el agregado mexicano era únicamente de mano de obra. Al exportar, se debe tener cuidado porque el precio del producto terminado no añade en su totalidad a la balanza comercial.
Estas fase de la economía deben estudiarse y compilarse con extremo cuidado para el análisis de potencializar una proyección económica. Asimismo, también debe considerarse el superávit primario y déficit por igual. En ocasiones la perspectiva de un superávit produce la sensación de un acumulado en beneficio de una nación. El ingresar por vía de la renta y egresar por debajo de esa línea de captación no necesariamente corresponde a una medida sana de políticas públicas. Las medidas tributarias tienen siempre un acceso marginal a su contribución al gasto corriente y en ocasiones es importante añadir el déficit fiscal para contemplar los intereses como un servicio de la deuda, que grava el producto.
México, en este tema de deuda, ofrece una perspectiva preocupante por la proporción con respecto al producto y con una inversión pública nula; esto significa que la contratación de deuda pública y la emisión de papel reciente, ha tenido destinos ajenos a la creación de infraestructura. Sin duda, estos recursos han apuntalado la operación de Pemex, como ha sido explicado, al tiempo de sostener programas dispersos y sin padrón, de asistencia, clientelares en su mayoría.
Con lo expuesto, es imposible impulsar la economía del país; se anuncian programas de auxilio a negocios, pero ya se han notificado anteriormente y nunca se ha implementado uno con seriedad y propósito real para encauzar la reconstrucción de la economía. No hemos pasado de pronunciamientos aventurados y ligeros, pronunciamientos que no aterrizan en proyecto. Enfrentamos una concepción de imposición de obra innecesaria, de redención de miras internas, de preponderancia de negocios públicos, como si los hubiera y finalmente de una protección de activos que ya no existen como es el caso de la petrolera. Y a esto, se le ha llamado desmantelamiento para privatizar. El desmantelamiento ya ocurrió y nunca hubo injerencia privada interna y tampoco externa. He ahí el dilema…
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