UNA INOLVIDABLE BENDICIÓN

En memoria del “Chato Ortiz”. La sonrisa del joven al finalizar la Santa Misa e impartir la última bendición transmitía algo tan especial: alegría, calidez, satisfacción, orgullo, sencillez, esperanza. Testimoniaba ser portador de una gracia especial de...

21 de septiembre, 2021

En memoria del “Chato Ortiz”.

La sonrisa del joven al finalizar la Santa Misa e impartir la última bendición transmitía algo tan especial: alegría, calidez, satisfacción, orgullo, sencillez, esperanza. Testimoniaba ser portador de una gracia especial de Dios en esa ceremonia realmente extraordinaria. Esa bendición quedó tan grabada en mi corazón que hoy, 47 años después, la recuerdo como si hubiera sido ayer.

Próximo a recibir el diaconado este joven formó parte de la delegación mexicana que participó en el Concilio Mundial de Jóvenes celebrado en el oratorio de Taize (Francia) donde participamos mi esposa y yo, al final del cual un grupo aprovechamos el viaje para dar una vueltecita por el Viejo Continente.

Unos sacerdotes, monjas, este prediácono y un puñado de laicos turisteamos por allá y en la infaltable visita al Vaticano nos concedieron el permiso para celebrar una Misa en los sótanos de la Catedral de San Pedro, en una pequeña capilla desde donde se puede observar por una ventanilla el lugar donde se conservan los restos de San Pedro.

La relevancia del lugar, el descenso por escalerillas que parecían llevarnos a las catacumbas, el espíritu de tantos santos y mártires que pisaron estos lugares durante tanto tiempo, el ambiente rústico alejado de la parafernalia clerical, nos llevó a una actitud de devoción, de vida interior y de reflexión profunda y trascendente para una Misa intensamente vivida.

Guillermo Ortiz Mondragón, con los estudios terminados para recibir el diaconado y terminando su año de reflexión para recibir la orden, vivió ese momento. Creo que recibió una gracia especial que transmitió alegremente y emprendió una excelente carrera eclesial.

El querido “Chato Ortiz”, por su homonimia con un gran futbolista de quien comentaré en otra ocasión, era un aglutinante en el grupo, su simpatía, don de gentes, habilidad conciliadora, ejemplo de sencillez, ejercía sin quererlo un liderazgo suave, su ejemplo vivificaba la convivencia que lo hacía infaltable en las correrías.

Después de Roma continuamos en el grupo hasta que mi esposa y yo tuvimos que regresar a México por compromisos laborales y el resto continuaron por España antes de regresar. Seguimos nuestros caminos por rutas separadas pero impulsados por el mismo espíritu, tuvimos noticias de él y aunque procuramos coincidir no tuvimos fortuna, en especial por sus múltiples ausencias por motivo de estudios, su amplísimo currículum está accesible en internet, y encargos pastorales; siempre en una carrera ascendente que lo llevó al obispado.

Hoy quiero hacer un especial recuerdo a aquella sonriente bendición “pueden ir en paz nuestra Misa ha terminado” encargarle que se ponga en contacto con nuestros padres y colabore con ellos para prepararnos un lugar a donde ubicarnos cuando toque nuestro turno de acompañarlos y decirle

 “Chato, puedes ir en paz hoy que tu vida terrena ha terminado

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