Los Olvidos | Parte 28

Después de salir ese día de Los Olvidos, no podía dejar de pensar en lo que sucedió. Estuve varios días dándole vueltas a todo, tratando de recordar hasta el mínimo detalle, tratando de interpretar cada gesto de...

7 de abril, 2021 Los Olvidos

Después de salir ese día de Los Olvidos, no podía dejar de pensar en lo que sucedió. Estuve varios días dándole vueltas a todo, tratando de recordar hasta el mínimo detalle, tratando de interpretar cada gesto de Matilda, cada movimiento, cada sonrisa…

¿Había desaparecido intencionalmente, o qué sucedió?

Una y  otra vez revisaba mentalmente el momento en que inhalé el aroma del perfume. Sabía que me había puesto de pie, plenamente consciente de lo que hacía. Recordaba  haberme detenido a ver el palmar y, esta vez, fijándome en el sendero de baldosas sin temor alguno.

Tenía muy claramente presente que al momento de inhalar el perfume, recordé  la primera entrada que leí del diario de M.C de junio de 1942, cuando su fotografía se deslizó de entre las páginas. Mi memoria era clara y perfectamente viva. No era una imagen confusa y borrosa como la de los sueños que las más de las veces no tienen sentido y son fragmentados.

Yo tenía una memoria secuencial perfectamente clara desde que me puse de pie, bajé  al palmar, lo recorrí con la mirada y decidí conscientemente ir hacia la izquierda en dirección a la proa de la casa.

Recordé todos los detalles: desde que hallé a Matilda sentada sobre una roca viendo el mar,  hasta que nos acercamos y nos vimos a los ojos; su respiración, y mi mano a punto de tomar la suya… todo, hasta que desapareció.

Tenía yo que comentar esto  con doña Rosita. Pensé en don Alejandro Salas,  siempre presente al pie del teléfono en la recepción de El Faro; pensé que como siempre, escucharía lo que dijéramos, pero no me importaba. Quería ir a ver a doña Rosita y decidí comprarle unos chocolates en el centro y de una vez llevarle dos o tres Yolis.

Siempre era más fácil encontrarla después de las cinco de la tarde, de manera que aparecí en El Faro poco antes de las seis   y, gracias a Dios, ahí estaba en su banca, como si nunca se levantara de ahí.

Hola Doña Rosita, le traje unas Yolis y una sorpresita.

¿Qué sorpresita niño?

Unos chocolates para que se le pase el tiempo más rápido.

¿Y yo para que voy a querer que se me vaya el tiempo más rápido?  Si se me va más rápido, más rápido voy a entregar el equipo.

No quise decir eso, doña Rosita, quise decir para que no se le haga tan pesado.

Chiquito lindo, si se me hiciera pesado que vinieres, ya te lo habría yo dicho, ¡a poco crees que eres mi penitencia!

Espero que no, doña Rosita.

Pues claro que no pollito; desde que te conozco me has caído en gracia,  siempre inquieto y un poco latoso, pero lindo.

Menos mal, doña Rosita.

Ahora sí volviste rápido, hijito.

Pues sí, doña Rosita, antes me tardé en venir, porque estuve tentado de venir desde el otro día directamente al salir de Los Olvidos. ¿Dónde anda don Alejandro, doña Rosita; no va a venir hoy?

Salió a hacer varias cosas al centro, hijo. Va a tardar un ratito y como no hay tantos huéspedes, puede que se quede un rato en el Pez Vela, tomándose una cerveza… o varias…

¿Qué te pasó en tus Olvidos, Pequitos?

Creo que lo mejor es que se lo cuente tal y como sucedió para no hacerme bolas.

Y  harás bien, esa es la mejor forma de contar las cosas.

Pude oler el perfume de Matilda.

Doña Rosita me escuchaba con atención, pero sobre todo, parecía leer mi cara y cada gesto, cada movimiento, cada expresión corporal mía de la que pudiera formarse el cuadro más completo y preciso posible.

¿Y qué sucedió?

Como usted me dijo, los olores pueden tener un efecto muy fuerte; apenas moví un poquito la tapa y sin siquiera destapar el frasquito completamente,  el cuarto se llenó del aroma de ese perfume y aunque no perdí la noción ni la consciencia de las cosas, me invadieron sentimientos de anticipación, de curiosidad, de aventura…

Tuve ganas de buscar a su niña Matilda; presentí que por fin podría verla; hablar con ella; saber hasta qué punto era una fantasía o la realidad.

¡Y dale con la dichosa realidad!; pero no te interrumpo, síguele.

Al dar la vuelta hacia el caminito que conduce a un redondel donde estuve un día con don Marcelino,  ella estaba sentada sobre una peña parecida a la piedra alta frente a Las Hamacas,  donde hay una escultura muy bonita; ¿la conoce?

Sí, mi niño; es de un escultor que vive por la Roqueta; se llama Víctor Salmones.

Bueno, pues la roca donde estaba Matilda se parece  mucho a la de las Hamacas.

¿Y luego?

Primero ella no se dio cuenta que yo estaba ahí, pero luego volteo hacia donde yo estaba.

¿Y qué paso?

Se me quedó viendo con un gesto más que amable, ¡y me sonrió!

Doña Rosita parecía contenta de escuchar lo que le estaba contando.

Luego  se puso de pie, y se bajó de la peña, ¡y yo no la ayudé!  Vi sus pies descalzos sobre la arena, me vi reflejado en sus ojos, me sonreía,  escuché su respiración;  vi cómo el viento jugaba con su vestido blanco con vivos azules, tendió sus manos hacia mí  ¡hasta  que estuvimos a punto de sujetarnos! No puede haber sido un efecto del perfume por muy poderoso que pudiera ser. ¿O sí?

¡Claro que no! –La negativa de Doña Rosita fue más que enfática– yo  no te dije que el olor del perfume te fuera a causar alucinaciones; lo que un aroma como ese puede ocasionar, es que tus sentidos sirvan como instrumento de tu alma en vez de inhibir tus sentimientos. No dudo ni por un momento que viste a mi niña Matilde y te aseguro que no fue una aparición o algo que imaginaste. ¿Habrás oído de la telepatía, verdad?

¡Claro que sí Doña Rosita!

Son cosas que están más que demostradas.  Igual que las gentes que mueven objetos con la fuerza de su mente; eso se llama de otra forma pero no me acuerdo.

Si Doña Rosita, se llama telekinesis. 

¡Eso  mero! Pues como te dije el otro día, hay muchas cosas que la gente no comprende ni quiere comprender, pero no  por eso son menos reales.

Doña Rosita hizo una pausa, destapó una de sus Yolis en botella de vidrio, sudando de fría, como le gustaba, dio un par de tragos y el inevitable aaaaahhhhh…

Caray hijito, de verdad que estas Yolis no tienen igual; ¿verdad?

Sí, doña Rosita, mi hermanita Lourdes, la más chiquita de la casa, siempre  que viene se regresa con sus cocos, sus Yolis y sus vidrios de Icacos.

¿Qué me puede usted decir de lo que me pasó en Los Olvidos?

Mira Pequitos, como ya estoy suficientemente vieja, puedo aconsejarte más o menos bien, creo yo.

¡Claro, doña Rosita!, por eso vine, porque usted sabe muchas cosas de Los Olvidos, de los Claymon y de su niña Matilda.

Dime algo hijito.

¿Cuántos diarios me dijiste que viste en esas cajas de cartón?

Cuatro diarios Doña Rosita, ¿Por qué?

¿De qué años?

Primero encontré tres diarios, de 1934, 1942 y 1951; luego en la otra caja, donde están los álbumes, encontré otros dos; uno de 1943 y otro que es como una carpeta de hojas sujetas a presión, algunas sin fecha, otras firmadas M.C., y otras que son cartas con su sobre prensado junto con ellas.

Corrígeme si me equivoco, niño, pero creo  que nada más has visto entradas de 1942 y 1943, pero no me has dicho de los otros dos diarios, ni has revisado los álbumes, ¿o sí? 

Así es Doña Rosita, nada más he revisado esos dos diarios hasta ahora.

Me extraña hijito, porque yo en tu lugar hubiera tenido curiosidad de 1951, porque es el año que naciste, ¿verdad?

Así es Doña Rosita.

Pequitos, andas buscando trabajo sin quererlo encontrar. Hay una baldosa con la fecha de tu nacimiento en marzo de  1951 en el sendero que cruza el palmar y de los cuatro diarios que hay, ¿no se te ha ocurrido asomarte a ver si hay  algo sobre el 14 de marzo de 1951???

Pues no, Doña Rosita…

Caray hijito, de plano no eres nada curioso o le tienes miedo a lo que puedas encontrarte; yo creo que más bien es miedo, porque si no fueras curioso, no andarías aquí trayéndome Yolis y chocolates. Por cierto que, pásame mis chocolates por favor, porque no quiero  que se me vayan a derretir.

Le pasé  su cajita con chocolates, y volví a mi lugar frente a ella.

Doña Rosita la abrió con la curiosidad de una niñita traviesa, mirándome mientras pasaba sus manos sobre los chocolates envueltos con papel brilloso, de colores vivos. Dio otro sorbo a su Yoli y después de mirarme con ojos de interrogación, me dijo:

¿Tienes alguna idea del santo que se venera el día de tu cumpleaños?

Hice cara de sorpresa porque no tenía yo ni la menor idea, mientras doña Rosita dejaba ver una grande sonrisa que demostraba que no la sorprendía mi silencio.

Hijito, ¿cómo es posible que no sepas quién es tu santo patrono?

Me pescó usted en curva.

Ve a preguntarle al Padre Ángel a la ciudad de los Niños.  No es cierto; puedes preguntarle al Padre Ángel, pero cualquier padre de la catedral o en el Sagrado Corazón de  Costa Azul te puede decir quién es el santo que se celebra el 14 de marzo. ¡Te vas a llevar una sorpresa!

¿Usted sabe qué santo es? 

Claro que me lo sé, y no es santo, es santa, pero no te lo voy a decir. Ve a averiguar a qué santa te tienes que encomendar; o mejor dicho,  quién es la santa que te ha estado ayudando y tú ni te enteras. 

¿Y eso es todo, Doña Rosita?

Claro que no, hijo; pero como te vas a dar cuenta, es un dato muy pero muy importante. 

Y yo prefiero que te enteres con algún padrecito. Nada más te advierto que cuando hayas sabido quién es tu santa patrona,  vas a venir corriendo a verme sin preguntarle ni a Alejandro ni a nadie. Y  cuando vengas corriendo,  tráete más chocolatitos de esos, y un par de Yolis.

Pero dígame algo más, no sea malita.

A ver, Pequitos, vamos a ponernos de acuerdo. Primero tienes que averiguar quién es tu santa patrona. Cuando te enteres vas a querer dar de brincos y saltos con la tamaña sorpresa que te vas a llevar. Vas a sentir como que te sacaste el premio gordo de la lotería, y la verdad,  no será para menos.  Aunque estoy segura que vas a venir volando en cuanto sepas lo de tu santa patrona,  nada más te pido que no sea hoy, porque estoy algo cansada y no me la quiero amanecer aquí contigo preguntándome cosas de la niña Matilda. Cuando vengas,  mejor ven por la mañana para que luego te vayas a tus Olvidos a “hacer tu tarea”.

¿Qué tarea, doña Rosita?

Tu tarea es asomarte al diario de 1934 y al de 1951, y dar un buen recorrido  pos los álbumes para ver que te encuentras.

¿Qué podría encontrarme en los álbumes, doña Rosita?

Te sorprenderías mi niño.  Cuando hayas terminado de hacer tu tarea,  nos volvemos a sentar a platicar aquí con calmita,  y te voy a compartir algunos secretos. ¿Así está mejor?

Si Doña Rosita, gracias.

Una cosa más, hijito.

Dígame, doña Rosita.

Con estas cosas no se juega, porque no se debe jugar con los sentimientos de nadie; ¿me comprendes? Solo si de verdad quieres hacer esto como Dios manda, merece la pena lo que estás haciendo y lo que te queda por hacer,  que puede ya no ser mucho más.  Yo creo que eres especialmente afortunado y bendecido, hijito; eres un niño bueno y  por eso te quiero; y sé que no  imaginaste ver  a mi niña Matilde; lo que estás viviendo, es algo maravilloso que poquísimas veces ocurre. Vívelo de verdad.

Cuando terminó de decirme esto, doña Rosita se quedó mirándome con dulzura y un brillo de gusto en  sus ojos.

Luego se incorporó un poco sobre su banca favorita, y me dijo:

¿No me gané mi beso?

Me acerqué a ella y le di un beso en cada mano y otro en la frente. Al salir de El Faro, el aire fresco de la noche invitaba a caminar por la plaza casi desierta; los grillos que no podían faltar, hacían a las luciérnagas bailar al ritmo de sus  chicharras; algunas mariposas tardías revoloteaban en torno a la luz de las farolas, mientras la luna resplandecía trazando un sendero sobre al mar que festejaba su luz cantándole una serenata en los acantilados.

 

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