De entrada, debo confesar que soy adicta a un programa televisivo que procuro ver tarde con tarde. No me genera pudor reconocer que no es mexicano sino español. Se intitula “El cazador”. Cada edición se lleva a cabo en varios segmentos; diariamente participan cuatro jugadores que se enfrentan, inicialmente a preguntas del sistema, para pasar luego a una fase de enfrentamiento con el cazador o cazadora, donde deberán acertar a preguntas de opción múltiple. Los cinco cazadores son personajes que han ganado de forma extraordinaria concursos similares, así que tienen un nivel muy elevado de conocimiento. Hecha la pregunta responde el concursante, responde el cazador y finalmente el sistema señala la respuesta correcta, que puede coincidir o no con las respuestas de los otros dos. De esta manera avanzan casillas para alcanzar una suma de dinero fijada de inicio por el cazador. De no ser cazados, los concursantes pasan a la siguiente fase para volver a enfrentarse al cuestionario del sistema, primero el grupo de finalistas y luego el propio cazador. Si los finalistas ganan, se llevan un bote común que se reparten entre ellos.
Lo que me atrapa de este programa es la variedad de temas que se abordan, de cultura general, arte, deportes o matemáticas, y una buena proporción de preguntas que tienen que ver con España: Historia, geografía, gastronomía, folclore y personajes notables de aquel país. Una forma muy original de estar reforzando el conocimiento del propio suelo y el amor por sus tradiciones.
Quiero recordar en México un par de programas similares: El Doctor IQ que se transmitía inicialmente por radio y en su última etapa por televisión, y El premio de los 64 000 pesos. Programas que demandaban un nivel de preparación de sus concursantes, llegando a registrarse casos notables. Quizás haya habido algún otro programa que escapa a mi memoria. Durante muchos años dejé de ver televisión, dada la demanda académica o laboral de mi carrera. En la actualidad, soy sincera, de los programas de concurso mexicanos no he visto más que los comerciales, y me resultan, en lo personal, carentes de interés. Da la impresión de que son movidos por un paternalismo absurdo que cuida de “no maltratar” a los concursantes con preguntas difíciles que pudieran ponerlos en evidencia. Empata con esos afanes gubernamentales de tratar con ternura a los alumnos de los distintos niveles, no exigirles exámenes de admisión, no reprobar a ninguno y minimizar los requisitos para la titulación y el trámite de la cédula profesional. A mí francamente me atemoriza caer en manos de un profesional proveniente de ese sistema apapachador, que no haya aprendido por competencias, cuyo desempeño profesional sea muy pobre.
Hablando de conocimiento de nuestro propio país, dudo que la totalidad de alumnos de secundaria sepan cuántas entidades federativas hay en él, cuántas lenguas se hablan en las distintas regiones, o qué fiestas se celebran en las mismas. Es muy común gozar de un día festivo sin cuestionarse qué se está celebrando, o confundir las fechas de la Batalla de Puebla con las del inicio de la Revolución Mexicana.
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Un pueblo que no conoce su patrimonio no está en condiciones de sentirse orgulloso de él ni de luchar por defenderlo. El amor patrio no brota en estas circunstancias, como por generación espontánea. Tampoco lo hace cuando el conocimiento intenta inyectarse en los alumnos en forma obligatoria y fría, sin poner en hacerlo la pasión por la historia que se ha ido tejiendo a lo largo de 500 años. Si no exaltamos la bravura de nuestros pueblos originarios o no destacamos el valor con que los criollos y mestizos lucharon por consolidarnos como nación, en la gesta independentista, el amor patrio no florece. En nuestro sistema educativo falta abordar a los grandes personajes como lo que son, no superhéroes con poderes extraordinarios, sino individuos de carne y hueso que entregaron todo por una causa común, superior a sus propias vidas individuales, hasta conseguirlo.
Sería fabuloso que la UNAM o el Politécnico, o la Secretaría de Cultura, a través de sus canales televisivos, se diera a la tarea de organizar programas de este tipo, a través de los cuales aprender sobre México resulte un reto interesante, tanto para los concursantes en turno, como para los espectadores en casa. Programas que nos refresquen conceptos académicos que se han empolvado; que fomenten el conocimiento y el amor por lo propio. En el proceso de aprendizaje son las elevadas metas las que llevan al desarrollo de capacidades. Para una educación cívica de calidad, es necesario que el sistema procure el desarrollo de los ciudadanos sin falsos gestos de compasión. Nadie puede conocer su propio alcance si no es frente a un desafío que se antoje inalcanzable; es entonces cuando un individuo saca la garra y demuestra para sí mismo y para el mundo, de lo que es capaz.
Fomentar lo propio, dar a conocer aquellos elementos que nos han formado como nación, brindarles el debido reconocimiento. Esa es la forma de aumentar el amor patrio y la voluntad para trabajar por el bien de todos. Espero que llegue el día en que decida dejar de ver “El cazador” para dedicar ese tiempo a seguir un concurso mexicano que me atrape, me ilustre y me ayude a amar más lo nuestro.
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