Llegué a casa del hospital hoy jueves en la tarde. Antes de escribir en mi diario personal verifiqué, con una especie de mezcla entre espanto y angustia, que mi perro no tuviera aún una garrapata viva que desde el lunes temprano que salí hacia mi trabajo la miré viva, y presto fui corriendo por un spray con antídoto ex profeso para la circunstancia.
Ya a eso de las 11:30 de la mañana del mismo lunes comencé a sudar frío. Sentí que mi mente estaba en otra dimensión. Lo cierto es que me sentía un ser diminuto, con casi nula inteligencia tal que no podía expresar lo que sentía a mis compañeros de la oficina. Experimentaba, además, la sensación horrible de falta de aire y mareos. Definitivamente no estaba en mis cabales siquiera. De pronto me supe arriba de una ambulancia a toda velocidad, con suero intravenoso, mascarilla de oxígeno y caras de preocupación de dos hombres vestidos de un blanco deslumbrante arriba de mi vista. De ahí, lo último que recuerdo antes de despertar es haberme sentido en un túnel largo, transportándome hacia una potente luz en su final (¿o principio?). También recuerdo haberme visto caminar con diminutas extremidades varias, no dos, sin duda alguna, y en medio de un gigante bosque en el que temblaba fuerte y constantemente.
Desperté anoche después de haber sido sedado y evaluado por distintos médicos especialistas: nada de qué preocuparse, todo en orden. Estrés, el facilón diagnóstico. Una semana de reposo, el tan poco científico medicamento recetado. Lo cierto es que, una vez despierto, intuí de inmediato y solo para mis adentros, que de alguna rara manera me convertí por unas horas en la garrapata agonizante, por causa de mi acción de envenenar, arriba de mi perro, y que el bosque era su pelo y el suelo con terremotos constantes, el can caminado, hiperactivo como es, por todo mi departamento.
Y sí, para mi tranquilidad el arácnido repugnante y micro, yacía sin vida en su lomo, lo retiré sacudiendo su pelo hasta que la mire en el piso. Ya ahí, con una piedra me encargué de convertirla, literalmente, en menos que polvo. La paranormal experiencia había terminado. Asimismo, le mencioné a mi esposa que quizás el contacto con ese spray me provocó una alergia; no quiero compartir mis sensaciones exactas con nadie, a expensas de que me crean un desquiciado, y por si las dudas, le solicité a ella que sea la persona que tenga contacto con ese líquido y lo aplique a mi ‘Zeus’ cuándo así lo requiera.
Gracias a la Sociedad Nuevoleonesa de Historia, Geografía y Estadística, AC por otorgarme los Reconocimientos al Mérito de la Producción Editorial y a la Difusión Histórica y Cultural
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