El Tata Dionisio, capo del narcotráfico de México, comenzó su trayectoria desde un poblado de Sonora que ni en los mapas de la República aparece. Ni la DEA ni las autoridades mexicanas pudieron con él, pero el cártel rival del vecino Coahuila sí pudo dar con su paradero. Sin piedad ni miramiento alguno lo condujeron al martirio para, además de borrarlo de la faz de la tierra, sacarle información de sus contactos: socios, colaboradores, proveedores colombianos y peruanos, además de clientes, distribuidores mayoristas al norte del río bravo.
El señor Dionisio no soltó prenda por más torturas a las que se le sometió. Desesperado el líder del grupo coahuilense que lideraba la encomienda, optó, en un arrebato desesperado, por moverlo hacia un tronco y de tres golpes de machete cercenar su cabeza. Fue a partir de ese momento cuando frente al terror de todos los ahí presentes, el cuerpo se puso de pie, esbozó la cabeza aún rodante unas pocas e ininteligibles palabras, dio unos pocos pasos el tronco con extremidades, recogió su propia cabeza y se la llevó entre sus manos. De ahí, caminó hasta la cima de una loma, nadie se atrevió a acercarse. Un par de estos valientes hombres huyeron despavoridos en medio de la zona desértica, pero uno de ellos, el más joven, con escasos 18 años, siguió al cuerpo, y con un pedazo de papel y una pluma fue anotando con discreción lo que vociferaba el ser espeluznante. Entonces escribió todo lo que escuchó: nombres, números de teléfono, claves, domicilios y también contactos con autoridades mexicanas y gringas. El joven Eleuterio no perdió detalle hasta que, llegando a la punta del cerrito, el cuerpo cabeza en manos del Tata Dionisio sucumbió con un seco golpe sobre el suelo seco y arenoso. Procedió a enterrarlo. En adelante, comprobó Eleuterio la información obtenida era, sencillamente, más que oro puro.
Con todo esto en su poder decidió ir actuando por su cuenta, con un par de primos, dos y tres años mayores, respectivamente. Cuando el negocio propio comenzó apenas a arrancar, en una misma noche todos sus anteriores jefes morían acribillados en una cantina del pueblo de Arteaga. A partir de ese día y hasta su detención y extradición, juicio y condena a cadena perpetua, en el país de las barras y las estrellas. Y es que 15 años después del asesinato de Don Dionisio, Eleuterio Garza fue el amo y Señor del negocio en la región de Sonora y Coahuila. En la lomita donde fue enterrado Don “Nicho”, como también era bien conocido, mandó erigir Eleuterio con sus cercanos un mausoleo, donde mucha gente del negocio -no exclusivamente gente de Eleuterio, por cierto- fue durante muchos años a solicitar favores y milagros. El templo nunca dejó en todos esos años de tener flores frescas de todo tipo, procesiones y misas que eran oficiadas por sacerdotes católicos en la bonita y de buen tamaño capilla adyacente, no en pocas ocasiones, por algún Obispo en funciones de la iglesia de Roma en México.
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