El Nobel para Gurnah, la cumbre del mestizaje

La Academia Sueca premió a Abdulrazak Gurnah con el Nobel de Literatura. Con ello no solo se otorga un reconocimiento a un fascinante autor casi desconocido, también se abre una puerta a un nuevo horizonte literario

13 de octubre, 2021

Hay quienes no se pierden la Tour de Francia y se saben cada una de sus estaciones, otros que siguen la Champions y no se pierden un partido –otros, sin que tengamos una remota idea de qué es, seguro disfrutamos de algún juego si nos invitan una cerveza–, la televisión especializada ofrece el campeonato nacional de los Estados Unidos de pesca de salmón, y algunos que fueron obligados a jugar golf llegan a ser gobernadores… En fin, de todo hay y para cada uno. Yo por mi parte no puedo evitarlo, pero desde que soy lector no me puedo perder el anuncio de los premios Nobel y Cervantes de Literatura. Tuve la fortuna incluso de estar en la Embajada de México en España cuando la suerte y la justicia favorecieron a don Fernando del Paso, que lo convirtió en el Príncipe de las “P”, como dijo Pablo Raphael: “Pitol, Poniatowska, del Paso y Fuentes, que nació en Panamá”. Tengo mis candidatos favoritos y me hago mis propias quinielas. Cuando los premios son conferidos corro a la librería y si no conozco al autor me compro dos o tres volúmenes para calar, como quien compra frutas jugosas, si me gusta o hay que dejarlo pasar, no es un asunto de calidad, es de gustos y cuando esa magia de encuentro no acontece, el problema no es del Nobel ni del autor, es por completo mío, de mi gusto y del camino a donde suelo dirigir mis ojos lectores.

Pero del mismo modo en que algunos se creen que el Super Bowl es una pérdida de tiempo, una barbarie mercantil y están en su derecho, se privan del placer de que alguien les explique la mecánica del juego y descubran los secretos y las emociones que encierran, ya en una ocasión el azar me condujo hasta la ciudad de Phoenix y presenciar ese ritual de la cultura popular norteamericana: fue una de las experiencias que recuerdo con particular afecto. Bueno, pues ya está, del Nobel no falta quien le miente la madre desde antes de que lo confieran, que si no es posible que se lo dieran a Bob Dylan, que para eso hay que dárselo a un taquero o a un profesional de las maquetas de barcos y aviones, en fin, bromas mil que podrían resumirse en un hábito particular de los seres humanos: regodearnos en lo que no sabemos y plantar cara a lo que no lo merece. Verá usted, amable lector, lo de Dylan puede no gustarle a uno, como me ha pasado con algunos autores, Orhan Pamuk, por ejemplo que es buenísimo y tan bueno es que no escribió para mí y sus novelas no me atrapan, no es culpa de Rojo ni de Nieve, es mío y de mis prácticas lectoras; pero en fin que me pierdo como siempre que hablo de libros. El Nobel al autor de Blowing in the Wind me parece el reconocimiento a un hombre de gigantesco talento y una especie de homenaje al arte de los juglares, tal vez Dylan haya sido el último de aquellos artistas que instrumento musical en mano narraron la épica, la lírica y la égloga de sus tiempos.

En realidad, es cierto: el Nobel y el Cervantes no son más que premios, solo eso, no importan, pero importan mucho. Cada uno de ellos representa la consagración de un ser humano dedicado al arte –insisto puede o no gustarnos pero eso no descalifica los años de entrega al oficio y a la vocación, al dominio de la técnica y al descubrimiento del secreto de los temas–, representa la traducción a innúmeras lenguas y con ello el enriquecimiento de la cultura por todas partes. En el caso del Cervantes, además, implica el diálogo entre la Península y el continente de la Ñ y el avance de nuestra literatura en otras librerías y bibliotecas, se da el caso, excepcional si se quiere, de que un premio abra las puertas a nuevas formas de ver la literatura, me apuesto el almuerzo a que el Premio Goncourt habrá descubierto con Anomalía de Hervé Le Tellier, el nuevo camino para la ciencia ficción. Por eso el Nobel importa e importa tanto.

De entre todos los obsesos del Nobel, hay quienes lo son para denostarlo, es cierto que es lamentable el escándalo de corrupción, violación de secretos y acoso sexual que nos privaron de su entrega por un año, pero qué se le va a hacer, en todos lados se cuecen habas y es mejor que las heridas supuren de cuando en cuando para ventilar la podredumbre. Pero sobre todo, me llaman la atención los críticos subidos en su pequeño banquito, esos que escriben con hiel y veneno, que destruyen al ganador con el pretexto de defender a los que no lo ganaron o no lo han ganado y es que nomás hay un Nobel al año y escritores hay tantos. Nadie necesita el premio, pero si viene y más si es en justicia, qué mejor. Borges, Reyes o Fuentes –por solo hablar de nuestros escritores– no necesitan que los defiendan y si no les tocó el grande, ello no les quita su propia grandeza. Críticos que no han leído al laureado ni les interesa porque lo que importa y más para el que sabe que nunca lo tendrá en sus manos, es destruir porque siempre el ruido del chivo en la cristalería suena como sinfonía para las inteligencias pequeñas.

En fin, que este año vino a caer en suerte –y me parece que en justicia porque ahora que empiezo a leerlo me está gustando mucho– el Premio Nobel a Abdulrazak Gurnah, de Tanzania. Esto me remueve las entrañas de gusto por varias razones. Primero, por venir del África de cuya literatura apenas sabemos casi nada, es decir, algo de los autores del Magreb como Léopold Sédar Senghor, precursor entre los africanos que salieron a mostrar su literatura; Naghib Mahfouz, enorme, descubierto y traído a occidente por Jacquie Kennedy; Tahar Ben Jelloun y su maravillosa elegía El último amigo. Pero si descendemos al África profunda, de donde recibimos a Miriam Makeba, al inmortal Madiba, que refugió a Maya Angelou, ahí si nos perdemos y creo, que ha llegado también su tiempo de saltar a escena para que los veamos y los conozcamos, para que de ese modo sepamos que existen y su sufrimiento, exclusión y marginalidad puedan ser paliados también desde la cultura, porque la Academia Sueca lo sabe, está consciente de su poder y el premio no se da solo al autor sino a su mundo y su contexto; usted o yo podemos opinar lo que nos venga en gana que para eso somos libres tenemos un cerebro, dos ojos, dos oídos y solo una boca y es que, por ejemplo Solyentizin no me convence, no es para mí, pero sin su Nobel, cómo podríamos saber de los excesos de la Unión Soviética; Pasternak, que es de mis autores más admirados, tuvo el mismo efecto.

Pero los latinoamericanos tenemos cuentas pendientes con la historia y bien podríamos ser más solidarios y abiertos con otras literaturas marginales. Vamos a ver, la primera iberoamericana en ganar un Nobel de literatura fue Gabriela Mistral en 1945 y ahí comienzan los quebraderos de cabeza porque parece que fue de rebote, entre quienes no se decidían y entre la falta de acuerdo y las malas lenguas dicen que se lo bajó a Alfonso Reyes entre otros, pero la literatura de nuestro continente seguía siendo marginal, de las orillas del mundo y un poquitín folclórica y llamativa, de ahí tuvimos que esperar doce años para que se lo dieran a don Miguel Ángel Asturias, sin debate sobre su enorme calidad y potencia, pero que sigue la órbita de eso que los europeos parecían llamar el exótico mundo de América. Sería Neruda, apenas cuatro años después, el que abre las puertas de las grandes alamedas, como diría su paisano. Entonces vino el boom; pues ya ve usted, me dirá que el boom no es un movimiento, que es una estrategia de mercado y yo tengo para mí que es ambas cosas y sobre todo que es un enorme e irrepetible conjunción de talento –ande, consígase al mismo tiempo un Gabo, un Cortázar, un Donoso, un Fuentes, un Vargas Llosa, suena fácil–, bajo la estratégica e inteligente visión de una mujer enorme –en todo sentido– y admirable: Carmen Balcels. Eso nos permitió abandonar la marginalidad y entrar a partir el queso en la mesa grande con todos. Porque, sabe usted amigo lector, no basta con escribir como los dioses, es necesario ser leído como cualquier hijo de vecino; pero la consagración nos la abre el enorme Gabo con su histórico liqui-liqui blanco sin frac y poniendo a bailar vallenato a la reina de Suecia. Esa es la épica de cómo los latinoamericanos, como acostumbramos, en el relajo y el mitote, con talento y con una necedad a toda prueba nos metimos en la literatura universal para no salir ya nunca. Puede ser, espero, que sea en buena hora para los africanos.

Pero ademas Gurnah es parte de un fenómeno literario que nos supera a los lectores y autores del mundo, se trata de una forma de literatura que rompe los márgenes de la clasificación por lenguas y naciones, se trata de la letra mestiza que comenzó a ser reconocida con el Nobel a V.S Naipaul que lo recibió en 2001, nacido en Trinidad, súbdito británico de origen indio con obras dedicadas al Islam y al Caribe; adelanta con Kazuo Ishiguro, que lo obtuvo en 2017, nacido en el Japón y también británico cuyo trabajo es la muestra del más fino cosmopolitismo, y que ahora parte plaza, madres y críticas con Abdulrazak Gurnah, escritor de las migraciones, de las culturas colonizadas, del hambre de sobrevivir, de los que guardan su idioma como un tesoro, su cocina como una deidad y su memoria como una leyenda; tanzano y británico también –estas son las consecuencias del antiguo Imperio– escribe (hasta donde he podido leerlo ahora con Pilgrim Way en texto digital, en tanto que nos llegan las traducciones y las nuevas ediciones), con una pureza y una fuerza admirables. Eso es lo que me ha gustado de este Nobel: la posibilidad infinita de crear horizontes; después de todo, Naipaul e Ishiguro son dos de los miembros de mi Olimpo literario.

En fin, antes de que el amable lector prefiera echarle un ojo al Tik-Tok, diré que tal vez haya sido la última oportunidad para Kundera y para Kadaré, ambos mis eternos candidatos como en su oportunidad lo fue Carlos Fuentes; que la sequía del Nobel para la lengua española todavía habrá de prolongarse un año más pese a los veinte años que separan a Octavio Paz de Mario Vargas Llosa y después de los gloriosos años 89 – 90 en que Camilo José Cela precedió a Octavio Paz en el escenario de los ganadores. Y sigo creyendo en Adonis, aunque tal vez ya no alcance y viendo alzarse con la gloria a Javier Marías, a Antonio Muñoz Molina; en fin, todo puede suceder. Y aquí entre nos, lo que sí me da un gusto enorme es la sacudida que se llevaron las casas de apuestas, esos que son los especuladores de esta escena.

Esperemos un año más y que pronto podamos leer a Gurnah, que por lo menos, promete y mucho.

 

@cesarbc70  

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