Caminaba por un parque. El crepúsculo ya se presentaba en el horizonte y soplaba un viento tibio en calma. Este mismo trajo a mis manos un papel con una nota que solo tenía dos palabras: apocalipsis y profecía. No tomé en cuenta dicho papel. Lo arrojé al suelo, pues jamás creí en nada que la ciencia no pudiera explicar.
En mi paso encontré una bella dama, la cual saludé con singular caballerosidad. Respondió a mi gesto y preguntó: ¿Por qué tiras ese papel? Es una nota sin sentido, conteste. “Pude ver lo que decía” me comentó. ¿Usted cree en deidades, ángeles y demonios? No solo creo, lo vivo, afirmó.
¿A qué se refiere? ¿Es acaso un enviado de Dios? Digamos que tengo mi misión aquí en el reino de la tierra, contestó.
Comencé a reír y le dije me entretiene su plática, pero su belleza me es más cautivadora, es por eso que pongo atención a sus palabras. Al término de mi comentario el paisaje que me rodeaba se volvió blanco como el limbo y aquel ser hermoso extendió un par de alas que salían de su espalda.
Me tomó de la mano y comenzó el viaje. Cruzamos los cielos de continente en continente, sobrevolamos las ciudades, al frente vi un gran desierto ensangrentado, vi niños mujeres y hombres lamentarse cubiertos de rojo con sus ciudades destruidas, varias banderas ondeaban aquel lugar, pero una se sobreponía a la otra, el fuego no cesaba y la muerte estaba en cada rincón.
Me dijo: Aquí la guerra bañando de escarlata las naciones y avanzando como un jinete al galopar en una carrera sin fin. No quería ver aquella masacre, pero no podía apartar mis ojos de allí, el fuego consumía todo a su paso y los llantos no dejaban de sonar.
Continuamos y todas las naciones se destiñeron. Solo había tonos grises y negros. Los campos no florecían, los árboles y las plantas no brotaban, el ganado moría de hambre, los carnívoros se quedaron sin alimento, las aguas se contaminaron. Y así fueron muriendo por centenas animales y plantas.
Después de mirar toda esa devastación, tocamos tierra. Comenzamos a caminar entre ciudades, pero éstas estaban cubiertas de color amarillo. El olor a muerte predominaba entre los habitantes, quienes tenían rostros pálidos, enfermizos, algunos agonizando, y sus palabras me aterrorizaron: “He aquí la peste, las pandemias, enfermedades sin cura que devastan naciones enteras”.
Mi asombro no cesaba, el miedo se apoderó cada vez más de mí. El horror que sentía era infinito, deseaba que esto terminara, pero no fue así. Nuevamente retomamos el vuelo y vi la tierra enfermar. Los mares se agitaban con gran fuerza como si pidieran sanar. La tierra se habría devorado civilizaciones, desesperada por limpiarse. Pedí detenerse, pero me dijo que aún falta un viaje: “Este será en un caballo blanco”.
Sentí un alivio al escuchar sus palabras. “Por fin esto terminará”, expresé. “Sin embargo, no es así –respondió– de este caballo tú serás el jinete escribirás todo lo que viste para que el mundo lo sepa, pero tus palabras serán como el viento de otoño que arrastra las hojas secas de los árboles: las verán, pero se irán”.
No entiendo para qué tendría que ocuparme de algo que pocos leerán y muchos menos creerán. “Eso es para que las profecías se cumplan –replicó–así el apocalipsis llegará a su fin, tus palabras tendrán fuerza en los indicados pero la mayoría no entenderán ni siquiera lo que ven sus ojos. Se entusiasmarán con falsas promesas llenas de esperanza, la confusión de las mismas ocasionarán que el mundo no pueda distinguir entre el bien y el mal, porque cada uno se vestirá de oveja o de lobo, ocultando su verdadera naturaleza, provocando que los seres que habitan esta tierra estén tan perdidos que no sabrán ni siquiera quiénes son, ni podrán reconocer su identidad”.
No entiendo: ¿por qué es todo esto? Entonces respondió: “El ser humano en los últimos 3400 años de su existencia solo ha vivido en paz 268 años”. Pregunté por qué no se ha cumplido la promesa del fin de las guerras y la vida plena llena de armonía.
Es muy fácil la respuesta. Dijo sin titubear “evolución”. ¿La guerra es evolución?, expresé.
Lamentablemente así es. Cada guerra trae nuevas ciudades, nuevas corrientes ideológicas, las catástrofes forjan ciudades más modernas y habitables, las pandemias perfeccionan la fusión natural del cuerpo creando generaciones más fuertes y sanas, cada vez menos enfermizas, los escasez de los alimentos ayudan a mejorar la producción, el consumo necesario y controlado.
¿Y por qué las devastaciones masivas?, insistí.
Equilibrio natural. El planeta solo puede dar sustento a cierto número de seres vivos. Si este número cae o supera lo necesario, la tierra sufre. Es por esta razón que provoca la aniquilación o la propagación de vida dentro de él, logrando el equilibrio necesario. Recuerda que hay dos vertientes en este sistema. Blanco negro, arriba abajo, izquierda derecha, el bien y el mal.
Con estas últimas palabras el ángel se retiró. Mientras yo doy vida en este escrito a lo que mis ojos vieron tal como él lo pidió.
“ESTA ES LA NATURALEZA DE MI SER”.
CARTAS A TORA 372
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