Querida Tora:
La vez pasada te dije que el portero andaba buscando dinero desesperadamente , ¿verdad? Pues sigue en las mismas. Te voy a contar lo último que hizo.
En el 18 vive una señora viuda con dos hijas, pero hace poco se trajo a vivir con ella a su mamá, una mujer de 80 años que ya está bastante mal. La verdad es que ya están esperando que cualquier día se muera- Pero esta mujer tiene bastante dinero, y la señora y sus hijas son sus únicas herederas.
Un día. la enferma se empezó a quejar de dolores de espalda, y su hija salió a preguntar si alguien conocía a un buen masajista, pues eso es lo único que la alivia de esos dolores. El portero, que andaba por el patio, llamó a uno de sus guaruras, uno bastante joven, y le dijo que fuera a darle masaje a la enferma. El muchacho dijo que él no sabía dar masajes, pero el portero le dijo que todo era cuestión de sobarle la parte afectada a la enferma, y que eso la aliviaría. Y el guarura, como buen hijo que es, lo obedeció. El caso es que la señora empezó a tener dolores todos los días, y todos los días llamaron al guarura a que la atendiera. Y sus visitas se hacían cada día mas largas. Invitaban al guarura a cenar casi todas las noches y lo despedían muy efusivamente. Hasta que un día vieron que le enferma se levantaba y besaba al guarura en lo oscurito del pasillo. Eran como dos adolescentes descubriéndose uno al otro. Eso, naturalmente, levantó infinidad de comentarios.
Luego, una tarde vieron que el guarura y el portero, muy bien vestidos los dos, se presentaban en el 18 y eran recibidos por la señora y sus hijas. Como a mi también me extrañó la visita, corrí a la ventana de la azotehuela, a ver qué podía averiguar. Y no sé si ya lo estarás pensando, pero lo que hacía el portero era pedir la mano de la enferma (Que ya no estaba tan enferma) para el muchacho. La del 18 dijo inmediatamente que sí, y se pusieron a brindar por la felicidad de la pareja. Entonces sí empezó a correr todo tipo de chismes, basados principalmente en la escandalosa diferencia de edades. Pero la señora del 18 contestaba simplemente:
-A mi me interesa el bienestar de mi mamacita, y doy gracias al cielo de que se hayan enamorado.
-A los 80 años, ya no va a aguantar el trote de una recién casada.
-Ustedes no conocen a mi mamacita. Ya no quiere ni esperar al día de la boda. Los tengo que vigilar muy estrechamente.
Yo también empecé a vigilarlos, y noté que en cuanto el guarura llegaba para su acostumbrada visita de las tardes, la abuela lo llevaba a su recámara, lo tiraba en la cama y se le sentaba encima. Y el muchacho tenía que luchar con todas sus fuerzas para evitar que lo violara. Un día, terminada la visita, se fue corriendo a hablar con el portero, y le dijo que ya no podía con las “insinuaciones” de la señora, que iba a suspender las visitas.
-Tu vas todas las tardes a verla – le dijo, amenazante, y a ver cómo le haces para aguantarte.
-Es que ni siquiera tengo ganas, y ella se da cuenta.
-¡Pues usa las manos! Pero no te la tires antes de casarte, porque a lo mejor se nos muere a destiempo. Y entonces, la heredan esas mujeres.
-Pero…
-¡Pero nada! Yo creo que esa mujer no te aguanta tres seguidos. Pero tiene que estar casada.
Y el muchacho se tuvo que retirar, con la cola entre las patas.
El día siguiente salió de casa dispuesto a comprarse un cinturón de castidad (Por si acaso), pero se encontró que ya no los vendían en ninguna parte, y tuvo que ir a la visita de esa tarde como todos los días, pero con más miedo que nunca.
Así siguieron las cosas unos días, pero se veía que al muchacho le costaba trabajo hacer la visita a su “novia”. Yo me di cuenta de que el portero lo llevaba a fuerza, con la mano dentro del bolsillo, como cogiendo algo. Yo, que a veces soy mal pensado, concluí que lo que llevaba en la mano era una pistola. Y no de las de chinampinas. ¿Sería capaz el portero de dispararle al chavo? Debe estar verdaderamente desesperado. Lo peor fue que ese mismo día, ya como a las once de la noche, el guarura regresó al 18. ¿A qué iría?, me pregunté. Y como quien no quiere la cosa, me acosté cerca de donde el muchacho se detuvo. Entonces se abrió la ventana de la sala (La ventana, fíjate bien, no la puerta) y apareció la más joven de las hijas, que se lanzó sobre él con la misma energía que la abuela, y lo besó con la misma desesperación. Y en eso estaban cuando apareció, también por la ventana, la abuela, que se fue sobre su nieta y la llamó traidora y no sé cuántas cosas más. La muchacha se volvió contra ella y logró detener la agresión, al tiempo que le decía que pensara en su edad y en sus condiciones físicas, que era ridículo que pensara casarse con un muchacho de veintitantos años, que iba a ser muy desgraciada y que todos se iban a reír de ella. La abuela contestó con lo clásico: “No me importa”, “Yo lo quiero” y otras sandeces por el estilo. Y en eso estaban, cuando a la abuela le dio un infarto o una embolia, no sé, yo no distingo muy bien esas cosas. Yo me levanté dando un maullido espantoso, y corrí a despertar a la señora.
Entre todos llevamos (yo llevé una sección de la pijama, que le arrastraba) a la mujer a su cama, y ahí la dejamos. Llamaron a un doctor, que vino enseguida, y dijo que no había muerto de milagro, pero que no se iba a recuperar nunca. El portero, que había acudido al oír el escándalo, preguntó si aún podría casarse; y al oír que no, echó al guarura de la vecindad y le dijo que no se volviera a presentar por allí.
Así acabó esa triste historia. La abuela sigue en vida vegetativa; y la nieta tuvo que resignarse a la pérdida de su amor. Todo, por la ambición del portero.
Qué lección, ¿no te parece?
Te quiere
Cocatú
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