CARTAS A TORA 341

Cocatú, un alienígena en forma de gato, llega a vivir a una vecindad de la CDMX. Diariamente le escribe cartas a Tora, su amada, quien lo espera en una galaxia no muy lejana

1 de marzo, 2024 CARTAS A TORA

Querida Tora:

Sucedió algo en la vecindad, que me hizo creer que estábamos en nuestra pre-historia. Sin exagerar.

Todo empezó un día que yo observé que algunas vecinas se reunían y hablaban en voz baja, y luego iban a hablar con otras, y así durante todo el día. El asunto me intrigó, y estuve muy pendiente de lo que ocurría, porque no me pude enterar de lo que hablaban. Pero llegó la noche, y nada. Yo, por si acaso, me fui a dormir a la escalera; y no me equivoqué, porque poco antes de medianoche empezaron a subir vecinas a la azotea. No muchas, pero varias. No te digo sus números de vivienda, porque si ésto se llega a saber, me van a acusar de chismoso. Porque sí, subí detrás de ellas y me tumbé por donde están los tinacos, que fue donde ellas se congregaron. Y me hice el dormido, por supuesto.

Cuchichearon un rato, luego se pusieron en círculo, tomadas de las manos y empezaron como a cantar una melopea que no se entendía nada. Pero poco a poco me di cuenta de que estaban alabando a la Luna: le decían que era hermosa, que es la guía de sus vidas y que ellas le debían todo. Era justo cuando la Luna brillaba con más intensidad. Luego, la que actuaba como la jefa del grupo apoyó las manos en el piso (Sin doblar los brazos) y abrió las piernas todo lo que pudo y empezó a gritar “¡Luna, penétrame! ¡Luna, penétrame!”. Una por una, todas hicieron lo mismo, enfocando la parte trasera de sus cuerpos al astro de la noche (Eso se oye bonito, ¿verdad?). El caso es que despertaron a los ninis, que se acercaron silenciosamente a ellas y se pusieron a contemplarlas. Algunos se reían por lo bajo, pero otros los silenciaban y les decían que no interrumpieran ese rito lunar.

A una señal de la jefa, todas se dejaron caer al suelo y se quedaron jadeando, como si hubieran hecho un esfuerzo muy grande. Ahí sí, los ninis no se pudieron aguantar y empezaron  las carcajadas; pero tuvieron la delicadeza (Si se le pude llamar así) de alejarse inmediatamente para que no los descubrieran. Las mujeres ni siquiera los oyeron, inmersas en su bien merecido descanso. Luego se levantaron una a una, conforme descansaban y se sentían fuertes y volvieron silenciosamente a sus casas. La jefa, claro, fue la última, y se despidió de la Luna echándole un beso bien apretado.

Yo me quedé sin saber qué pensar. Con la cantidad de religiones y disciplinas espirituales que hay en este mundo, ¿todavía se encontraban seres que adoraran a los planetas y astros celestes? ¿Desde cuándo quedó todo eso sobrepasado en nuestro planeta, Tora, mi amor¡?. Ahora nos cuentan esas cosas como las primeras creencias de los pre-históricos, que puede que tuvieran su razón de ser en aquello tiempos; pero con todo el conocimiento y el desarrollo de las ciencias, no podía creer que hubiera algunos (Perdón, algunas) que aún tuvieran esas creencias. Todo el día siguiente estuve muy preocupado, y observaba a las mujeres, a ver si descubría algún rastro primitivo en ellas. Pero no: todas se conducían como seres de su siglo, con sus celulares y tablets y cosas por el estilo. Entonces, ¿cómo era posible que por las noches hicieran esos ritos primitivos? Y raros, porque yo nunca supe que en nuestro planeta las hembras hayan suplicado a la Luna que las penetrara. ¿Con  qué fin? ¿Y cómo, desde las alturas siderales? ¿Iba la Luna a satisfacer a tantas mujeres que se le ofrecían al mismo tiempo, con la misma gracia y la misma intensidad? No. Allí había algo que estaba mal. Y me puse a pensar en la forma de comunicarme con ellas para hacerles entender que todo aquello era una equivocación. Sobre todo, porque alcancé a escuchar que la del… (Perdóname, no puedo mencionar su número) le contaba a la de otra vivienda que ella sí había sentido a la Luna, que su cuerpo entero se había quedado tieso, tieso, tieso, que subía hasta el cielo y que luego su cuerpo se aflojaba de repente y caía en un lago bañado en la plata de la Luna, Y afirmaba que había llegado mojada a su casa; y que esa agua la había recogido en una botellita para persignarse con ella todas las noches.

Me tuve que morder la cola para no gritarle que todo eso eran imaginaciones suyas, y que esas tonterías la iban a llevar a la perdición (Hay que decir cosas fuertes para que te hagan caso). Pero ya era casi de noche, y me puse a vigilar qué hacían las mujeres.

Pues lo mismo de la noche anterior, pero esta vez eran más. Y yo temí que el frenesí de sus cantos despertara a todos los vecinos. (Los ninis se quedaron observando desde sus chozas, donde se podían reir impunemente de ellas). Pero de repente se oyó un vozarrón que decía “No soy la Luna; pero de que te penetro, te penetro”. Y vi una sombra que se colocaba detrás de… de la que fuera. Me quedé patidifuso. Los ninis, también. Gracias a Dios, reaccioné pronto; y también ellos. Y allí fuimos, a ver qué pasaba, ¿Y qué crees que era? Era el portero, queriendo hacerse pasar por Luna. Y atrás estaban sus amigotes, bajándose ya los pantalones. Pero los ninis salieron a defender a las mujeres (¡Quién me lo iba a decir!), y los hicieron correr. Las mujeres no sabían cómo agradecerles la hazaña, y algunas los besuquearon. Y las mujeres volvieron a sus hogares, limpias de todo contacto pecaminoso.

¿Y qué crees? El día siguiente, muy temprano, el portero fue a llamar a los ninis; y les dijo que lo que sucedió la noche anterior, no sucedió; y que si alguien decía algo, se las iban a ver con él. Y señaló a sus ocho guaruras, que asistían a la escena con las pistolas desenfundadas. Los ninis le dijeron que “Okay”, pero que no se metiera con ellos. Y ambos aceptaron las condiciones del otro, y todo volvió a la normalidad.

Las mujeres también volvieron a la normalidad. Pero yo, por si acaso, me dormí varios días en la escalera; y si alguna mujer pretendía subir a la azotea, no la dejaba pasar. Me llevé muchas maldiciones y uno que otro puntapié, pero creo que valió la pena.

Quisiera encontrar a alguien que les dé a estas señoras unas lecciones de Historia.

Te quiere

Cocatú

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