CARTAS A TORA 333

Cocatú, un alienígena en forma de gato, llega a vivir a una vecindad de la CDMX. Diariamente le escribe cartas a Tora, su amada, quien lo espera en una galaxia no muy lejana.

15 de diciembre, 2023 CARTAS A TORA

Querida Tora:


¿Qué crees? Se murió Luis Daniel. No sabes quién es, ¿verdad? Es un cantante muy… Perdón. Es EL CANTANTE. Cuando se presenta en televisión, hay que cancelar los partidos de futbol, las telenovelas y las sesiones en la Cámara de Diputados (los cenadores son un poco más serios, pero en cuanto salen corren a la cantina más cercana para oírlo). Es una locomotora desbocada, es un avión a chorro, es un mito, es… ¡Luis Daniel!

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La verdad, yo no sé qué le ven (o qué le oyen); pero ha ganado millones y millones, y todos quieren ser como él. Cuando se supo la noticia de su muerte, 14,000 jovencitas se suicidaron diciendo que ya no valía la pena vivir. En la vecindad se dio el caso de que tres hermanitas iban a saltar de la azotea cogiditas de la mano, por la misma razón; no hubo tragedia porque el papá se acercó con unos helados de tamarindo y se los ofreció si se iban a su vivienda. Y las chicas prefirieron el helado. Pero eso no les quita el honor de haber causado una conmoción entre los vecinos.

Dos días después se celebró el entierro. Lo iban a televisar, pero la gente prefirió acudir en persona, para sentir la última conexión que iban a tener con él. De la vecindad fue un contingente numeroso, encabezado por las tres pretendidas suicidas; y al lado, el papá con un buen surtido de helados. A la tumba nadie se podía se podía acercar, así que la gente se subió a los árboles, a los postes de luz, a las tumbas cercanas y hasta a las rejas del cementerio, para tratar de ver algo. Yo fui, porque estaba impresionado por tanto alboroto, y me subí a los hombros del chavo del 23, que iba al lado de las muchachillas, sosteniéndolas en su dolor. Pero no alcanzaba a ver bien, así que en el momento de echar la última paletada de tierra me subí a su cabeza. Pero en ese momento el chavo se quitó la gorra que llevaba (Por respeto, según dijo), así que fui a dar sobre su cráneo mondo y lirondo (Porque se acababa de pelar al cero, para estar “a la moda”), y le clavé las uñas en el cuero cabelludo. Aún así me resbalé y no fui a dar al suelo de milagro, porque me hubieran pisoteado sin compasión. Pero el muchacho se puso a gritar “¡Lo siento! ¡Lo siento! ¡Juan Daniel me está penetrando!”. La gente se apartó un poco y el cayó de rodillas, sollozando abiertamente. Y los que vieron las marcas que le dejaron mis garras dijeron: “¡Es cierto”! ¡Esa es la señal!” “¡Es un milagro!”.

El rumor del milagro corrió por toda la multitud, y a los pocos minutos todos se habían apartado de la tumba y rodeaban al del 23, que aceptaba el homenaje con los ojos bajos y las manos unidas como en oración. Así lo acompañaron hasta la vecindad. Y las muchachillas iban a su lado, cuidando que no lo tocaran ni lo empujaran.

Esos días fue muy difícil vivir en la vecindad, porque toda la ciudad quería entrar a rendir pleitesía al sucesor de Juan Daniel. Y le pedían que cantara. El portero ya había mandado llamar a otros hijos que tiene por ahí desperdigados para que le sirvieran de guaruras y prepararan un plan de acción para cobrar a todos los que alcanzaran a oírlo cantar. El chavo no quería, pero las tres hermanitas lo convencieron, diciéndole que era su obligación  entregar al pueblo el legado del cantante más grande de todos los tiempos. Y, por fin, se anunció que el domingo en la mañana se presentaría “El del 23”, pues él no quiso usurpar el nombre de su ídolo.

Y llegó el domingo. Alrededor de la vecindad se había hecho un círculo de varios kilómetros de diámetro compuesto por fanáticos ansiosos de escucharlo. El portero logró cobrar a algunos de los más cercanos, pero tenía muy pocos guaruras para atender a toda la gente; de todas formas, se llevó una buena tajada. Y a las doce, que era la hora señalada, apareció “El del 23” en lo alto de la azotea vestido con una túnica multicolor, alzó el brazo derecho y abrió la boca. Inmediatamente, un grito de entusiasmo brotó de varios miles (O millones de personas, porque no tuve tiempo de contarlos); y siguieron gritando durante toda la canción, de modo que nadie pudo oir ni su voz ni la música, pero aplaudieron  y gritaron todo el tiempo con entusiasmo. Ya encarrerado, “El del 23” se arrancó con “El Día Que Te Haga el Amor”, que era uno de los mayores éxitos de Luis Daniel. Pero se adelantó a la música, y al público también lo agarró desprevenido, y entonces sí se oyó su voz por el micrófono.

Era como un murmullo plano, monótono y aburrido que ni subía ni bajaba, que no distinguía una nota musical de la otra. El público creía estar oyendo visiones, y al cabo de unos minutos reaccionó como nadie se esperaba. Empezando por el del 37, que le lanzó un tomate podrido que llevaba “por casualidad” en el bolsillo. No te digo qué más cosas le tiraron, porque no está bien que una señorita como tú lea esas palabrotas. Pero por poco lo linchan; y si se salvó fue porque empezó a brincar azoteas y se escondió en una vecindad bastante lejana.

Luis Daniel había desaparecido por completo, y la gente tuvo que aceptarlo. Pero no creas que fue fácil: durante muchos días fueron  a dejarle flores a su tumba; a veces se sentaban a comer sobre ella, y hubo quien bailó y durmió sobre la lápida, que no tardaron en tirar. Dentro de un año voy a ir a  ver cómo está la tumba, porque al paso que van, no tardarán en hacerla cachitos.

Te quiere

Cocatú

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