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Querida Tora: La vecindad está patas arriba, y ya nadie sabe lo que es, ni lo que hace ni lo que quiere. ¿Y sabes por qué? Porque a Pucho lo secuestraron. Te acuerdas quién es Pucho, ¿verdad?...

17 de febrero, 2023

Enrique Delgado Fresán

Querida Tora:

La vecindad está patas arriba, y ya nadie sabe lo que es, ni lo que hace ni lo que quiere. ¿Y sabes por qué? Porque a Pucho lo secuestraron. Te acuerdas quién es Pucho, ¿verdad? El perro de esa señora que lo trata como si fuera un hijo muy querido.

¿Qué quién lo secuestró? No tengo la más remota idea. Primero pensamos que se había salido solo, y que no había sabido regresar. Pero al día siguiente de que desapareció, v cuando su dueña ya había empapado tres cobijas de las gordas con sus lágrimas, llegó una nota que decía que se lo habían “expropiado” para convertirlo en dinero y ayudar al pueblo en su hora de necesidad (porque la comida se está poniendo carísima, y ya apenas alcanza para comer nopales con verdolagas). Pero yo no sé qué piensan esos redentores aficionados, porque por mucho que consigan por Pucho, ¿a cuántos miembros del pueblo van a poder alimentar? Sería mejor que mataran y guisaran a Pucho: menos trabajo y más provecho. (Que no me oiga la dueña, porque me va a querer guisar a mi).

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La señora redobló sus sollozos, y dijo que su perrito era diabético, y que tenían que darle su medicina para que no le viniera un coma. Tanto lloró, que el chavo del 18 le dijo que les iba a mandar un mensaje a los secuestradores. Todos nos quedamos de a seis: ¿acaso ese chavo los conocía? Pero no. El chavo dijo que iba a poner un anuncio en las redes sociales para decirles lo que tenían que darle al animalito ¿Y qué crees? Que alguno o algunos de los secuestradores (para que veas que algunos son más humanos que otros) contestó en forma semejante pidiendo que dejaran la medicina en una plaza cercana, en el tercer bote de basura empezando a contar por la izquierda. Y que así lo hace la señora. Y al otro día fue a revisar el bote y no, la medicina ya no estaba. Esto le dio un respiro y avivó su esperanza de recobrarlo.

Pasaron dos días más sin noticias de Pucho. Y al tercero en la noche, cuando ya iban a cerrar las puertas de la vecindad, ¡que entra Pucho muy erguido y muy contento, ladrando a todo ladrar! Y se oyó una voz muy enojada que decía “Quédense con su mugroso perro, que no vale ni lo que le dimos de comer. Nadie lo quiso. Además, nos mordió a todos y se hizo de las aguas y de todo lo demás encima de cada uno de nosotros, que ni el baño nos ha podido quitar la peste. ¡Que les aproveche!”.

Los guaruras salieron corriendo, pero sólo alcanzaron a ver un coche muy destartalado que se alejaba a todo lo que daba su motor. Hubiera sido fácil alcanzarlo, pero la señora dijo que no valía la pena, que ya tenía a su cachorrito, y nada más le importaba.

Pero lo que no sabía era que Pucho venía muy malcriado, porque lo que les hizo a los secuestradores se lo quería hacer a todos los que se quedaban dormidos en el patio, que la señora tuvo un problema muy serio con el portero, porque Pucho se fue a meter hasta su recámara. Y si no hubo un verdadero desaguisado, fue porque uno de los guaruras (el feíto, que quería quedar bien con el portero), lo echó y le dio unas nalgadas. Pero a la señora le costó mucho tiempo volver a inculcarle los buenos modales que ya le había hecho aprender a costa de caramelos y sopapos. Ella estaba segura de que la buena crianza acabaría por imponerse a las costumbres soeces que le inculcaron los secuestradores.

Y así fue, para satisfacción de todos los vecinos, que ya estaban contratando a la señora para que metiera en cintura a sus escuincles; porque si podía con un perro, cuantimás con los chavales majaderos de la vecindad.

No sé todavía cómo le vaya a la señora educando a esos niños, pero ya te contaré lo que ocurra, si es que merece la pena contarse.

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Cocatú