Cartas a Tora 296

Cocatú, un alienígena en forma de gato, llega a vivir a una vecindad de la CDMX. Diario le escribe cartas a Tora, su amada, quien lo espera en una galaxia no muy lejana.

16 de enero, 2023 CARTAS A TORA 297

Querida Tora:
Te voy a contar algo muy gracioso que sucedió el otro día. Bueno, gracioso para mi, aunque no tanto para las personas a quienes les ocurrió. Y que creo que, con el pasar de los días, también ya han de haber visto la gracia, después del mal rato que pasaron (ni tan malo, la verdad, pero les gusta hacer montañas de todos los granitos que se encuentran).

Resulta que los vecinos se volvieron a acordar de todas las obras que están pendientes en la vecindad (los baños, los lavaderos, las escaleras, lo de siempre), y empezaron a correr rumores por todos los rincones. El portero (siempre el portero. No sé por qué, pero tiene que aparecer en todo) quiso acallarlos, y se le ocurrió organizar una función de cine para un sábado en la noche. La gente se entusiasmó; y más porque les iba a pasar una película vieja, de esas de las que el cine mexicano siempre ha estado muy orgulloso porque hacen llorar mucho. Todos se apuntaron para asistir, y media hora antes de la función ya estaba el patio abarrotado; y hasta la gente de la azotea se había acomodado para ver la película.

El señor del 37, ese que es tan bravero, llegó con su mujer, creyendo que le hacía un favor. Pero la señora sufría un dolor de cabeza que la tenía medio atontada, y se sentó junto a él sin apenas saludar a las vecinas; y en cuanto empezó la película se le acostó en el hombro, con la intención de dormirse. No lo logró del todo, porque el señor se levantó como a la media hora para ir al baño (pero tenía que ir hasta su vivienda, por lo que tardó bastante. Te digo esto para que comprendas mejor lo que pasó). La señora intentó ver la película, pero apenas podía abrir los ojos, y no veía la hora de que el marido volviera. Pero el que llegó fue el señor del 48 (tarde, como de costumbre), y al ver asiento vacío, se sentó en él. Ella sintió que había alguien, e inmediatamente se recargó en su hombro y empezó a roncar. El del 48 intentó quitársela, pero no podía; por más que la empujaba, ella volvía a apoyarse en su hombro. Por fin la dejó estar, aunque algo incómodo, y se dispuso a ver la segunda mitad de la película.

Y al cabo de un rato, regresó el marido. Vio a su mujer con la cabeza apoyada en el hombro del señor del 48, y empezó a gritar con su voz aguardentosa y estridente. Le dedicó todos los insultos que puedas imaginarte, y muchos más que yo nunca había oído. Luego se metió entre las filas de asombrados vecinos, tomó al del 48 por el cuello y lo levantó en vilo, diciendo que lo iba a tirar desde la azotea, para que aprendiera a no “mancillar la honra de los hombres honrados”. La función se detuvo, todos los espectadores se levantaron, alarmados, y el portero apareció al fondo, tratando de imponer el orden. Pero el del 37 no escuchaba ni las protestas de inocencia de su mujer ni las súplicas del pobre tipo del 48, que ya se veía desparramado por el piso del patio. La misma excitación de los espectadores impedía al del 37 avanzar, pues se vio rodeado por una masa humana que le impedía pasar, y que le decía que escuchara a los presuntos “culpables” antes de hacer algo de lo que podría arrepentirse. El del 37 contestó que el arrepentimiento era cosa de los pusilánimes (Yo no lo creía capaz de conocer una palabra tan poco común y más aún de pronunciarla, pero lo hizo), y que a los violadores se les debía aplicar “el castigo más ejemplar de todos”. A una indicación del portero, los guaruras los rodearon; pero él, sabedor de que las pistolas son de juguete, se las quitó y las rompió a mordidas (aunque sin tragarse los pedazos porque, según dijo después, el plástico le provocaba accesos de diarrea). En tantos dimes y diretes, ya había llegado a las escaleras, y hubiera cumplido su amenaza si no se lo impide… ¿quién dirás? ¡La Mocha!

Esta señora (“Señorita”, como siempre se apresura a corregirnos) parece haberse convertido en el ángel guardián de la vecindad. En este caso, se le plantó delante al del 37 (Cosa que ni los vecinos, ni los guaruras, ni mucho menos el portero se habían atrevido a hacer), y le exigió que soltara al señor del 48 con una voz que hasta a mi me impresionó. El del 37 se la quedó mirando con furia; pero ella le sostuvo la mirada y le obligó a bajar los ojos y a soltar al pobre hombre. La Mocha le dijo que había sido un error, y el bravero ese dijo con  voz apenas audible “Perdón, señora” (Señorita, exigió ella), y se fue a sentar a su sitio, donde empezó a gritar “Cácaro. ¡Cácarooo!” y a incitar a la gente a sentarse. Su esposa le dijo que se iba a acostar a la vivienda, y el contestó “Que te alivies”. A los cinco minutos se reanudó la función, y los vecinos pudieron llorar a gusto durante la media hora que faltaba (menos el del 48, que prefirió tomarse unos sedantes e irse a dormir).

Si quieres extraer una moraleja del incidente, es que hay que saber cómo hablar a la gente que está alterada por alguna emoción violenta. Parece muy sencillo, pero a ver quién es capaz de hacerlo.

Te quiere

Cocatú

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