CARTAS A TORA 276

Cocatú, un alienígena en forma de gato, llega a vivir a una vecindad de la CDMX. Todos los días le escribe cartas a Tora, su amada, quien lo espera en una galaxia no muy lejana.

2 de agosto, 2022 cartas

Querida Tora:

Otra vez Pucho. Ese perro se está convirtiendo en el azote de la vecindad. Y es porque su dueña lo consiente mucho, y lo ha envanecido en forma tremenda. Y si no, fíjate en lo que pasó.

El otro día, domingo por más señas, la dueña del perro anunció que sacaba a su mascota a pasear. Nada nuevo, pues siempre sale a la puerta de su vivienda y con altavoz anuncia lo mismo. Y es que quiere que nadie estorbe el paso del animalito. Orgullo tonto de la dueña, pues el perro no merece que le abran paso. Pero, en fin, la gente ya se acostumbró a hacerse a un lado para que ella y Pucho pasen muy orondos, como si hicieran algo muy importante.

Pero esta vez, el señor del 42 no oyó el anuncio, o prefirió ignorarlo. El caso es que cuando pasó Pucho, él dio un paso hacia atrás, sin verlo, se enredó en su correa y cayó al suelo. El golpe que se dio en la cabeza sonó como el que hacen las piñatas al romperse.

Hubo un grito de espanto, y al instante toda la gente que estaba en el patio (Que era mucha) se arremolinó en torno al hombre, a ver qué le había pasado. Pero el del 42 no sólo no hablaba, sino que estaba inconsciente. Le dieron a oler alcohol y hasta amoniaco para hacerlo reaccionar, pero nada. Entonces llamaron a la enfermera.

Y mientras ésta llegaba, la dueña de Pucho se acercó también a ver. ¿Pero qué crees que hizo Pucho? Levantó la pata y bañó al hombre con lo que sus riñones necesitaban desechar.

Hubo un grito más horrorizado que el primero, y los vecinos empezaron a increpar a la dueña por esa falta de respeto. Ella se excusaba diciendo que no tenía la culpa, que ella no gobernaba los riñones de su mascota. Y se formaron dos grupos; unos defendiendo a la dueña y otros gritándole. En eso trajeron a la enfermera a empujones, porque ella no quería ni acercarse, diciendo que los muertos frescos le daban mucho miedo; que si ya había pasado el velorio, bueno, porque ya estaban seguros todos de que en verdad había muerto el muerto; pero que un muertito reciente podía levantarse y darle un susto. Los vecinos le decían que era su obligación atender al del 42, que para eso se le pagaba; pero ella empezó a gritar y a llamar al portero para que la defendiera. Y ahí estaban todos gritando, pero de pronto… Creo que ya te imaginas lo que pasó. Efectivamente, el del 42 se levantó y pidió un vasito de agua. Antes de que acabara de decirlo, la enfermera ya estaba en el consultorio atrancando la puerta. Y no le abrió a ninguno de los vecinos que fueron a pedirle “algo para las palpitaciones del corazón”.

En el patio, la señora del 42 ya estaba regañando a su esposo por dar ese susto a los vecinos y, sobre todo, a ella, que estaba tan malita, y a quien una cosa así podía matar; luego lo acusó de querer deshacerse de ella sin matarla con sus manos, y acusó a la dueña de Pucho por haberse puesto en combinación con él. Para no hacerte el cuento largo, las dos viejas se deschongaron y se dieron una paliza tremenda. Mientras, el pobre hombre, con las piernas temblorosas y pálido como si hubiera tenido una entrevista con Drácula, fue a su vivienda y se tiró en la cama, pidiendo a gritos “un vasito de agua con azúcar para la impresión”. Total, que alguien se lo dio; y en cuanto recuperó las fuerzas regresó al patio, cogió a su mujer por los pelos y se la llevó a su vivienda “para evitar que le hiciera daño a la mamá de Pucho”.

En el patio ya estaban los vecinos pegándose; y quién sabe cómo hubiera acabado la cosa, de no ser porque los guaruras los rodearon y empezaron a disparar al aire. Y aunque todos saben que son pistolas de chinampina, poco a poco se fueron calmando. ¿Pero sabes qué fue lo peor? Que Pucho estaba en lo alto de la escalera, viendo cómo todos discutían y se agredían. Yo no sé si los perros son capaces de sonreír, pero a mi me pareció que el desgraciado se estaba riendo de los vecinos.

Por lo pronto, la dueña fue a por él y se lo llevó a su paseo habitual, “no se me vaya a tapar”.

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