Querida Tora:
Hoy te voy a contar de un señor que vino a vivir al 4. Parece que tiene algo de dinero, y siempre anda muy bien vestido. Pero tiene un problema: es obeso. No como quien dice llenito o gordito, sino obeso, lo que se dice obeso. Enseguida le echó el ojo a la chica del 17; pero a ella no le gusta nada su volumen.
La familia de la chica se ilusionó con la idea de emparentar con un rico, pero ella se resistía, se resistía. La madre le dijo que lo invitara a cenar, pero ella se negó. Fue tanta la insistencia de la mujer que al fin aceptó con una condición: que ella iba a preparar la cena y que no estuviera nadie de la familia en la casa.
La madre aceptó, y el día señalado se fue con toda la familia a casa de una comadre, la del 28, porque no quería alejarse demasiado de la hija, no fuera que la necesitara; y desde allí la vio afanarse todo el día en la cocina, barrer y trapear la casa y el corredor que lleva a ella, poner la mesa (que lo hizo justo como ella le había enseñado utilizando un Manual de Buenas Costumbres) y vestirse con gusto y placer.
A las ocho en punto llegó el galán, todo tembloroso porque había tenido que subir una escalera de 19 escalones, y sus carnes protestaban por el esfuerzo (pero se dijo que la llevaría a vivir a su vivienda, que está en la planta baja). Llamó al timbre, y la chica le abrió enseguida, toda sonrisas (La madre le tomó fotos a distancia y luego se fue a la ventana del comedor de su amiga, desde el cual se ve el comedor de su casa, para ver lo más posible de la entrevista).
La muchacha llevó al pretendiente a la mesa inmediatamente (Quería que la entrevista fuera corta) y le sirvió un “Bloody Susy de Aceite de Hígado de Bacalao”, que al señor le supo a “diablos coronados pasteurizados” (No lo dijo, pero se le vio en la cara). Luego le sirvió una Sopa de Jugo de Cerdo al Perfume de Eneldo; pero venía muy caliente, porque en cuanto se enfriaba se convertía en lo que verdaderamente era: manteca. Por supuesto, el hombre no pudo tomar ni una cucharada, a pesar de que el eneldo disimulaba un poco la sensación grasosa de la manteca. Y como plato fuerte le dio Costillas de Cordero a las Tres Mentas con Ensalada de Geranios y Hierbas de Olor (las hierbas eran pasto del solar vecino con todos los aromas de dicho lugar; y las costillas, huesos adornados con una tirita de carne chamuscada). El hombre se sintió desilusionado, pues si esa iba a ser su comida de todos los días, no tardaría en perder la lozanía que tanto trabajo le había costado adquirir, y ya no esperó al postre (que aquí, entre nos, era piloncillo machacado con crema agria…pero muy agria, por la descomposición de las grasas, que ya iba en el sexto día), así que se despidió pretextando una ligera indisposición emotiva. Dije bien: emotiva, porque las emociones desordenadas que el banquete le había suscitado le impedían hasta pensar en la comida.
La chica se quedó muy contenta por haber despachado al pretendiente; pero la madre le dio una paliza por ”desperdiciar así a un pretendiente muy acomodado”. Pero a ella no le importó, y se fue a besarse con el del 48, que hace tiempo la pretende.
EL del 4 se fue de la vecindad, al darse cuenta de la jugarreta que le habían hecho. Oí que se puso a dieta para no tener más el problema de su obesidad, pero ya no supe qué más le pasó.
¿Qué te parece lo que son estas muchachas cuando las quieren obligar a casarse contra su voluntad?
Te quiere
Cocatú
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Estoy leyendo un libro que me ha cautivado: El diario de Edith de Patricia Highsmith, escritora norteamericana del siglo pasado. Sus obras más conocidas son de suspenso; de su creación un personaje que identificamos sin problema: “Mr. Ripley”, que aparece en varios de sus libros. A través de una narrativa bien llevada, nos mantienen con la mirada puesta en la historia hasta el final. En su caso Edith es una mujer casada, en la quinta década de la vida, con un hijo que, a través del relato, pasa de ser un niño poco adaptable a los grupos sociales, hasta convertirse en un personaje siniestro, capaz de cualquier cosa. Lo notable de la obra y la razón por la que me permito traerla a su consideración en este día, es justo el papel que desarrolla Edith como esposa y madre, a través de una pasividad y justificación de las conductas familiares, un colocarse invariablemente en un segundo plano frente a las necesidades de otros, que no hace otra cosa que favorecer y reforzar la violencia doméstica. Es la madre que prefiere ver hacia otro lado pensando en que el problema que tiene enfrente no puede ser tan grave, después de todo. La que justifica incansablemente al hijo, a su forma marginal de vivir y a la tiranía que este empieza a ejercer sobre ella, particularmente cuando sobreviene el divorcio entre ella y su marido. El hijo, nos da a entender el narrador, en ausencia del padre, se convierte “en el hombre de la casa”. Figura potente para imponer y demandar, pero cada vez más carente de empatía. Me llevó a reflexionar cuántas veces dentro del hogar, más las madres, nos aproximamos a este modo de subestimar y restar importancia a las actitudes de los hijos. Partimos del noble propósito de no hacer olas o no alborotar la gallera. Mejor yo lo hago, no sea que –marido o hijo—se pueda molestar. Esta actitud de pasividad es una forma de agresión por partida doble: Se agrede la madre a sí misma, va llenándose el buche de piedritas, hasta que llega un punto de quiebre, y aquella ira contenida explota. Es una agresión al hijo, porque debajo de esa resignación muy al estilo de Sara García o de Marga López, hay un afán de control. Un mensaje de “no crezcas lo suficiente como para no necesitarme”. Patricia Highsmith es sumamente diestra para ir creando ese personaje en negación, desde los atisbos iniciales hasta la absoluta ruptura con la realidad. Nuestro personaje siendo joven, comienza a escribir un diario personal, una auto ficción que se va distorsionando cada vez más, alejándose de los hechos, hasta terminar convertida en un cuento de princesas en el que ella se refocila y se refugia. Volvamos la vista en derredor y entendamos que la normalización de la violencia es un signo de patología social. Habrá que revisar por qué miramos con progresiva indiferencia las formas en que unos a otros nos atacamos, desde la palabra, la injuria o el jaloneo, hasta niveles más graves como el homicidio. Problemática agravada en buena medida por esa negación al estilo de Edith, la protagonista. Es como estar escribiendo una historia paralela de México o del mundo, en cuyas páginas no existen crímenes atroces ni arranques violentos. Un panorama que todos contribuimos a dibujar en colores pastel y luego a creer, en un afán de negación colectiva que la vida nos habrá de cobrar muy caro más adelante. En el hogar mexicano no falta un buen caldo de pollo. Tampoco falta esa microviolencia que llega a escalar a niveles sociopáticos que nos ponen en riesgo a todos. Lo que sucede allá afuera es responsabilidad de cada uno de nosotros, comenzando por la dinámica familiar que se desarrolla dentro de las cuatro paredes del hogar. Del caldo se alimenta el cuerpo; de la microviolencia se van gestando emociones que marcan patrones de conducta sumamente deletéreos.Te puede interesar:
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¿Quiénes han sido sus autores favoritos? “Yo empecé leyendo poesía, mi autor favorito a edad temprana es Rubén Darío. Leí sus obras completas cuando tenía 11 años. Él fue mi iniciador. En la actualidad entre mis poetas favoritos está Jaime Sabines y Mario Benedetti, de ficción ahora prefiero leer novela y novela histórica, mi autor favorito estadounidense es Noah Gordon, que escribió El Médico, también tengo una autora inglesa que se llama Taylor Caldwell, que escribió la novela Médico de cuerpos y almas, que es la biografía novelada de San Lucas, el evangelista. Leo a otra autora de ficción que es una literata norteamericana de raíces judías que se llama Erica Jong, feminista, tengo todas sus obras”. ¿Cuál fue la primera obra que envió a concurso? “Es el poemario Naufragio, lo mandé a dos concursos, y no ganó, pero, mi primera novela histórica Una retratista en la corte de Enrique VIII, le pregunté a mi único maestro por aquel entonces, qué hacía con una novela terminada, me dijo que la enviara a un concurso. Para entonces había internet, era 2009, busqué y encontré Premio Planeta de Novela (Argentina). Vivía todavía en Las Choapas, pedían en físico la novela, cinco ejemplares porque eran los integrantes del jurado. Mi novela tenía 300 páginas, en el pueblo imprimí 1500 hojas, había que engargolarlas y mandarlas por correo. En las instalaciones del correo la persona que atendía resultó ser mi paciente, me informó que saldría carísimo el envío hasta Argentina, así que las comprimió con cinta canela. Cuál sería mi sorpresa, como a los tres meses, ya hasta me había olvidado, me hablaron desde Buenos Aires, diciéndome: Sabe usted que quedó finalista del Premio Planeta de Novela (Argentina), y hay una cena de lujo con los diez finalistas, ahí se informará el fallo del jurado, está invitada con su pareja. Estoy en México, respondí. Acabamos de ver su novela. Finalmente, ganó el argentino Federico Andahazi con una novela que trata de un navegante azteca que viajó a Europa, la obra se llama El conquistador”. “Pensé, la voy a mandar a otro concurso. La envié al Premio Literario Casa de las Américas (Cuba, 2009), en ese tiempo era como el Premio Nobel en español. Recibí un correo de la editorial Planeta, donde me decían: quedó usted como finalista del Premio Literario Casa de las Américas, queremos editar su novela. Lo cuento, porque muchos escritores me han dicho que no creen en los concursos, y doy fe que al menos en esos concursos fueron totalmente imparciales. Es una historia que voy a contar en mí autobiografía”. “En el concurso Premio Literario Casa de las Américas, el presidente del jurado fue José Saramago. Tengo la segunda edición de Una retratista en la corte de Enrique VIII, me la hicieron en España con una portada preciosa, la original que me hizo editorial Planeta, también es bonita, es un cuadro de Rafael y esta novela se vendió toda en el primer año. Estuvo entre las diez novelas más vendidas en México en Cafebrería El Péndulo, mi novela en sexto lugar junto a una obra de Octavio Paz, que era el quinto lugar, y la escritora rumano-alemana Herta Mûller, Premio Nobel de Literatura 2009. ¿Considera que escribir literariamente tiene relación directa con la inspiración o acaso ocurre de forma natural? “La inspiración es algo subjetivo, me adhiero a los escritores que dicen que la musa no tiene hora para llegar, pero es muy celosa, si llega y estás ocupado en otra cosa, se va, y ya no regresa. Para mí es ideal escribir en la noche, ya no te llaman por teléfono, todos duermen, hay silencio y eso ayuda. No descanso si no escribo todos los días, pueden ser artículos periodísticos, cuentos”. “La literatura es una disciplina muy rigurosa, cuando escribo una novela me impongo al menos diez páginas diarias”. “Soy tan afortunada que me ha tocado vivir dos vidas: la primera como profesionista, y la segunda como escritora, cuando por lo general a los 60 años se da por terminada la vida y nos dedicamos a apapachar a los nietos. La sociedad ha empezado a ver a la tercera edad como personas que todavía tienen mucho que dar, cuando antes mandaban a sentarse al rincón para esperar la muerte, la gente así lo tomaba, ahora hay muchas actividades para las personas de la tercera edad. He impartido muchos talleres en La Casa del Abue, es un programa del DIF de Puebla, donde hacen ejercicios, bailan, también toman clases de literatura, he dado poesía, cuento, y donde antes solo se contemplaba a niños, jóvenes, actualmente los adultos han logrado buenos poemas y vamos a hacer una antología”. ¿Hasta el momento cuál ha sido el mayor reto literario? “Una novela futurista que escribí. La ciencia ficción está de moda entre lectores medianos o de a pie, lo que más se comercializa es novela, de todo lo que se edita las dos terceras partes son novela, libros de autoayuda y ciencia ficción, pienso que nunca voy a escribir autoayuda y creí que tampoco ciencia ficción, y luego me propuse escribir una novela futurista, de un mundo distópico, se llama Acuérdate de olvidarme, la editó la BUAP, antes de la pandemia”. ¿Qué aporta la literatura a la humanidad? “Esa es una pregunta como dijo Louis Armstrong cuando le preguntaron: ¿qué aporta el jazz a la música? Él contestó: My friend, if you ask me you will never know (mi amigo, si tú preguntas eso, nunca lo vas a entender). Hay muchas personas que dicen que lo que aporta la literatura es vida, el que lee vive mil vidas, pobre del que no lee, porque nada más vive su vida, es transportarse a otros planetas, a otros siglos, a tantos momentos históricos como la revolución rusa, francesa, tiempos épicos, personajes sabios con los que uno dialoga a pesar de que tienen siglos de haber muerto, un viaje al centro de la tierra, todo eso que nos es dado por la literatura, es vida, así lo siento, son vidas extras, vidas que nosotros vivimos a través de los libros”. ¿Qué se ve haciendo en los próximos años? “Me veo en una casita en el campo, en Atlixco, con una biblioteca minimalista, porque he acumulado tantos libros que realmente ya es hora de que pasen a otras manos. Me veo en un estudio escribiendo todo lo que se me ocurra, tengo una novela que habla de la píldora anticonceptiva, es la historia de la píldora, novelada. Estaré rodeada de flores y plantas, con alguien que me ame y a quien amo”.
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