CARTAS A TORA 249

Un alienígena arriba a la Ciudad de México y, convertido en gato, llega a vivir a una vecindad. Le escribe a Tora, quien lo espera en su planeta natal, sus impresiones sobre lo que ahí ve

19 de noviembre, 2021 CARTAS A TORA

Querida Tora:

Ocurrió algo en la vecindad que me llamó mucho la atención. Ya te he dicho que en la azotea viven muchos ninis, darketos y algún que otro hippie trasnochado. Pues dos de estos hippies, una pareja ya como de 50 años, tuvieron una visita que nunca hubiera yo esperado.

Lo vi desde que entró a la vecindad: un muchacho de unos 30 años o poco menos, vestido a la última moda, con  el pelo corto y, sobre todo, limpísimo (como dicen por aquí: rechinando de limpio). Empezó a preguntar dónde vivían fulano y fulana; y me di cuenta del desconsuelo que lo invadió cuando le dijeron que en la azotea. Pues allá va el muchacho; y en la azotea se pone a preguntar, hasta dar con la pareja que te digo.  Pues resulta que eran sus padres. El no los reconoció al pronto, ni ellos a él, pues tenían mucho tiempo de no verse; pero al fin se reconocieron y casi se echan a llorar de la emoción.

Resulta que el muchacho les dijo que se quería casar, y que la novia le había pedido que la presentara con sus padres. Pero él no quiso traerla sin hablar antes con ellos, para pedirles que olvidaran las ideas con las que habían vivido durante tantos años, y que se presentaran como una pareja normal de casados, pobres pero decentes y, sobre todo, limpios. Ellos, al principio, dijeron que no iban a renunciar a lo que habían sostenido durante toda su vida; pero tanto les rogó el muchacho, que accedieron a ayudarlo.

Pero el problema era cómo hacerlo. Fueron a ver al portero, a pedirle que les alquilara una vivienda por uno o dos días; pero el portero dijo que el contrato era por un año forzoso, y no accedió. Y ellos no podían pagar un año de renta para algo que iba a durar un ratito, porque los hippies se negaron a vivir ahí cuando el evento terminara, aún cuando el hijo les ofreció pagar el año de renta. Entonces, se les ocurrió pedir a alguno de los vecinos que les prestaran su vivienda durante unas horas, para traer a la muchacha a cenar. Pero todos tenían pretextos, y no lograban nada. La que por fin accedió fue la Mocha, que les dijo que ocuparan su vivienda durante dos días, mientras ella se iba de vacaciones a casa de sus padres en otra ciudad. Eso sí, con  la condición  de que le dejaran todo limpio y ordenado.

Pues así se hizo, y la pareja de hippies tomó posesión de la casa de la Mocha el día de la cena, desde muy temprano para “ambientarse”, según dijeron. El primer problema fue lograr que se bañaran; pero con los jabones perfumados que tenía la Mocha, logró el hijo meterlos a la regadera. Que se la dejaron tapada, pero eso no era un problema irresoluble. La cena la trajo el muchacho de un restaurant cercano, pues lo que quiso hacer la madre eran hierbas del baldío cercano en salsa de chile habanero. En las bebidas fue más cauto todavía, porque dijo que la novia no bebía y que, por lo tanto, sólo iban a tener una botella de vino tinto.

Los padres tuvieron que plegarse a las exigencias del chavo, pues no querían estropearle la oportunidad de casarse con una muchacha de buena familia. Y pasaron una noche difícil, tratando de aparentar lo que no eran (Y sin chupe, sobre todo). Eso sí: en cuanto se fueron los muchachos, bajaron sus amigos de la azotea con sus botellas de alcohol, y se dedicaron  a embriagarse el resto de la noche. Y alguno aprovechó para preguntarles por qué su hijo no era hippie, como ellos. Ahí, la madre se echó a llorar, y dijo que era un muchacho muy bueno, pero que en  eso no había transigido, que les había dicho que él no iba a vivir en la mugre y la holganza. ¿De dónde sacó esas palabras?  ¿Quién  le metió esas ideas en  la cabeza? Seguramente en la escuela, dijo el padre; y añadió que por eso aborrecía él todas las escuelas, porque era mejor no saber nada que llenarse de molestas consignas para vivir.

Todos brindaron con él por eso, y la guarapeta terminó cuando ya amanecía.

No sabes cómo dejaron la casa. El muchacho, que ya se lo imaginaba, volvió ese día temprano con algunas personas que le ayudaron a limpiar la vivienda de la Mocha, y se la dejaron como estaba. Y dejó un recado dándole las gracias por su invaluable ayuda.

Una noche que andaba yo en la azotea contemplando la luna y pensando en ti, oí a la hippie madre que le preguntaba a su esposo si no tendría razón el hijo, y que acaso fuera bueno vivir como él quería. Pero el hombre, que tenía demasiadas “cucharadas” dentro, le dijo “No friegues”, y se volvió a dormir.

Lástima. Hubiera sido un buen momento para recapacitar sobre dos vidas tiradas a la basura, ¿no te parece?

Te quiere

Cocatú

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