CARTAS A TORA 229

Querida Tora1: Hay un muchacho en el 48, que hace poco llegó en calidad de hijo único con mamá consentidora. Es muy serio; siempre anda con sus libros bajo el brazo, y ya hasta trabaja. La mamá...

18 de junio, 2021 CARTAS A TORA 248

Querida Tora1:

Hay un muchacho en el 48, que hace poco llegó en calidad de hijo único con mamá consentidora. Es muy serio; siempre anda con sus libros bajo el brazo, y ya hasta trabaja. La mamá (del papá no se sabe nada hace muchos años) está muy contenta con  él, y lo pondera como no sabes. En su trabajo ya ha tenido uno o dos ascensos (de puesto y de sueldo, imagínate), y todo marcha de lo mejor. Pero…

Con esta gente siempre hay algún “pero” (o varios, que es lo peor). El que nos ocupa ahora es el siguiente: un día llegó el muchacho con una señora (ella dice que es señorita, pero vete tú a saber), y la presentó a su mamá como su novia. El “pero” es que la mujer le lleva al chavo como 20 años (las malas lenguas dicen que son 26). El otro “pero” es que es su jefa en la oficina. Y el tercero es que se peleó con su familia y no tiene dónde vivir, y el chavo quiere darle alojamiento en su vivienda. Pero (¡otro!) la vivienda solo tiene dos recámaras. Eso significa que el chavo y la señora tendrían que compartir habitación; y, lo que es peor, cama.

La madre dijo inmediatamente que nones, que en su casa no tolera esas costumbres modernas; que si la mujer no tiene dónde vivir, que le rente un departamento, y allí hagan lo que les dé la gana, sin que ella se entere. Por primera vez en su vida, el chavo se insubordinó y le dijo que era una retrógrada, una antigua y una intransigente (lo que más le dolió fue lo de antigua). Pero la señora, firme en sus trece (¿en sus trece qué? Nadie me lo ha podido explicar). Total, que el hijo le dijo que se iba de la casa. La madre se calló por un momento, pero sólo uno; y luego le dijo que estaba bien, pero que su casa era un santuario que no admitía profanaciones de ninguna especie (no sabes lo contenta que se quedó cuando echó eso del pecho).

Total, que el chavo se subió a la azotea y le dijo a uno de los ninis que le rentaran un cuarto. “Cuartos no tenemos”, le contestó el barbudo que, además, estaba desnudo dizque porque se iba a bañar, “Están todos ocupados. Te podemos rentar un rinconcito en el mío. Al fin que yo nunca veo ni oigo lo que hacen los demás”. El chavo no tuvo más remedio que aceptar. Pero cuando subió la señora y vio que tenía que compartir el rinconcito de atrás del armario con un perro y tres ratas, puso el grito en el cielo (hasta allí llegó el alarido), y dijo que ella no estaba acostumbrada a esas miserias; que podía aguantar mucho en aras del amor, pero lo menos que exigía era un colchón con buenos resortes y sábanas limpias. Y se fue, dejando al chavo con un palmo de narices y una carta de renuncia para que la firmara.

El chavo no se echó a llorar porque lo estaban mirando todos los ninis con cara de risa. Nomás les dijo que él no era payaso de nadie, y se bajó a su vivienda. La madre lo recibió como si acabara de llegar de la oficina y le sirvió la cena. Sólo se molestó un poco cuando se enteró de la renuncia que tenía que firmar; pero le dijo que más vale así, que esas jefas que exigen tanto no valen la pena, y que ya encontraría otra más decente.

El pobrecito no podía dormir del disgusto, y se pasó la noche viendo la televisión, sin enterarse de lo que veía. A las seis de la mañana se levantó del sillón en el que se había derrumbado, y se lanzó a la calle en busca de trabajo, porque decidió que la cara de renuncia no la iba a firmar (“Para que aprenda” dijo, haciendo un ademán semejante al de un capitán que se lanza al asalto de un castillo con unos cuantos soldados).

Y sí. Sí consiguió el trabajo. Pero su jefe va a ser un señor un  poquito raro, que cada vez que pasa junto a él lo mira de arriba abajo y se relame los labios. A ver cómo le va.

En la azotea todo está tranquilo. Hace mucho que no te cuento nada de mis compañeros, ¿verdad? No ha ocurrido nada que valga la pena mencionarse, y yo me mantengo en el estado en que llegué (o sea, soltero irredento).

Te quiere

 Cocatú

1Contexto: Un alienígena arriba a la Ciudad de México y, convertido en gato, llega a vivir a una vecindad. Le escribe a Tora, quien lo espera en su planeta natal, sus impresiones sobre lo que ve en ese lugar. Su correspondencia tiene algo de crítica social y toques de humor

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