CARTAS A TORA 216

Querida Tora: Ese portero, mi amor, no sabes lo que es. Tengo que admitir que es inteligente, porque si no… Pero mejor juzga tú. Resulta que ese muchacho que trabaja en televisión hizo un comercial sobre fisicoculturismo....

12 de marzo, 2021 CARTAS A TORA

Querida Tora:

Ese portero, mi amor, no sabes lo que es. Tengo que admitir que es inteligente, porque si no… Pero mejor juzga tú.

Resulta que ese muchacho que trabaja en televisión hizo un comercial sobre fisicoculturismo. Y en verdad que lucía muy bien, con músculos extraordinarios y una sonrisa que causaba envidia (aquí entre nos, lo ayudaron un poco con “photo-shop”, sobre todo en lo de la sonrisa). Todos los vecinos lo vieron y lo admiraron… y quisieron  ser como él. Total, que fueron a pedirle que les pusiera unas rutinas para hacer crecer los músculos, y el muchacho aceptó. Al día siguiente, muy tempranito, se juntaron en el patio varios muchachos a hacer los ejercicios. Y conforme pasaban los días, aumentaba el grupo hasta que ya eran como 50 los que corrían por las escaleras, saltaban desde la azotea y se exhibían en el patio. Y lo mejor de todo: el muchacho no les cobraba un centavo; lo hacía para ayudarlos a ser mejores, nada más.

Las señoras (y las señoritas), estaban todo lo que duraba la clase echándoles porras, según ellas; lo que en realidad hacían era admirarlos en calzoncillos (porque no todos tenían para comprarse “shorts”); pero su modestia les impedía admitirlo. Total, que los muchachos (y los viejos también) se sentían soñados.

Entonces fue cuando intervino el portero. Muy discretamente llamó a varios de los “estudiantes de fisicoculturismo” y les dijo que estaban abusando del “actorcito” (así lo llama, en forma un  poco despectiva, pero simpática), pues le ocupaban  mucho tiempo, y que a él le constaba que no había podido atender un llamado de televisión por darles clase (no sé si sería cierto, pero causó mucho efecto); que sería bueno que pensaran en pagarle por las clases, pues ya se habían convertido en una obligación diaria que le tomaba bastante tiempo, y no sé cuántas cosas más. El caso fue que los convenció, y ese mismo día le ofrecieron al muchacho un pago mensual. El chico dijo que no, que lo hacía con mucho gusto; pero al final aceptó, conmovido hasta las lágrimas por sus buenas intenciones (y su mamá quedó muy contenta, porque así le aumentaba un poco el gasto y ya iban a poder comer hasta longaniza de vez en cuando).

Pasaron unos días en perfecta armonía. Y un viernes (recuerdo perfectamente que fue un fin de semana), los guaruras se llevaron “detenido” al muchacho. Toda la vecindad se alborotó; y las viejas (cuándo no) fueron a protestar a la portería. El portero las dejó gritar un rato, y luego salió a enfrentarlas.  Tras escuchar cortésmente sus quejas, les dijo que el muchacho estaba abusando de ellas (llenas de asombro, todas se miraron, interrogantes, las caderas) porque estaba ocupando las “instalaciones comunes” para lucrar en forma particular. Las viejas se quedaron con la boca abierta (eso no es difícil; lo difícil era que no salieran gritos de ella). Luego añadió que todo el que empleara las “instalaciones comunes” debía pagar algo a la “comunidad” por su uso; y no solo para pagar las labores de limpieza y “acondicionamiento” del espacio, sino para que su vida mejorara con servicios mayores “y de calidad”.

No sé por qué, las viejas entendieron que ese dinero se iba a repartir entre todas ellas, y al terminar la clase fueron a exigir al muchacho que les entregara lo que le correspondía a cada una. El portero, al darse cuenta, envió a los guaruras a explicar que el dinero era para la vecindad, para los trabajos vecinales. Pero esa sí no se la tragaron, y se fueron encima de los guaruras, los cachetearon y despeinaron y los hicieron correr. Y ya iban a hacerle lo mismo al portero, si no es porque éste soltó al “actorcito” y le ordenó que las contuviera. El pobre muchacho no sabía qué hacer ante aquella turba enfurecida; al fin se le ocurrió prometer que si se calmaban les traería a un grupo de modelos masculinos de televisión para que les hicieran un “Show Solo Para Mujeres” en el patio. Eso las calmó en un instante. Pero el muchacho tuvo que apechugar, y pagar de su bolsillo el mentado “Show”. Y como consecuencia, las clases se suspendieron, porque ya nadie tenía confianza en lo que iba a pasar con su dinero.

¿Pero sabes por qué hizo el portero todo este enredo? Porque la Flor le pidió un abrigo nuevo, y no le alcanzaba; y calculó que cobrando ese “impuesto” a los entusiastas estudiantes reuniría el dinero necesario en dos o tres meses. Pero le salió el tiro por la culata, y la Flor le pidió el abrigo a un señor que vive cerca de su casa. De coraje, el portero fue a desquitarse con  la enfermera, pero ésta se había ido temprano, y no le quedó más remedio que ir con las muchachas del hotel de la esquina, que ya no quieren recibirlo porque les hace perder mucho tiempo y les paga muy poco. Total, que esta vez el portero perdió. Y me dio mucho gusto.

Lo que no me gustó fue que los vecinos perdieron una buena oportunidad de mejorar su forma de vida, y ya se aflojaron todos. Pero así son  las cosas.

Te quiere,

Cocatú

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