Cuando necesitamos ayuda, consejo, opinión, o incluso un buen regaño, siempre encontramos a la persona que acepta desempeñar ese papel en tu vida. El abanico de opciones es vasto: alegrías, tristezas, ilusiones, arrepentimientos, y para todo siempre tenemos un ángel.
Es posible que digas ahora que no tienes ninguno, por lo que te invito a reflexionar y recordar una de las múltiples situaciones difíciles que has vivido y si identificas cómo se resolvió seguramente identificarás a la persona que te ayudó a lograrlo.
Rodéate de personas que puedan ser tus ángeles y disponte a ser un ángel cuando haya quien te necesite.
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Otra de estas acciones es el gusto por comprar libros. Contrario a lo que algunos pensarían, no se trata de una adicción –aunque sí representa una cierta euforia–. No es tampoco una compulsión. Se trata, más bien, como una pequeña autorrecompensa –incluso, el sólo estar en una librería y hojear los títulos puestos a la vista es gratificación suficiente– de atravesar las tensiones naturales de la vida. De nuevo, pese a que muchos han dicho que es comparable con una adicción, están – por supuesto– muy equivocados. Una adicción se alimenta de la rápida gratificación de la breve posesión del artículo en cuestión. Tal ciclo se repetirá hasta el grado que la persona pierda toda autodeterminación. Distinto de lo que experimento con los libros. Pues nunca me he quedado en deuda por estar comprando demasiados libros, ni ha afectado mis relaciones personales ni profesionales. Más bien, este “ritual” se ha ido traduciendo en una amplitud de horizonte existencial. El lector se preguntará, “¿para qué tener tantos libros que no alcanzará a leer?” Sencillo. La sola posibilidad de ojear tantos conocimientos al alcance de los dedos es una inversión a futuro. Cada día compruebo este hecho. Mientras más escribo, más enseño o más me pongo a realizar estrategias de comunicación, recurro a mi biblioteca como auxiliar en todos los ámbitos de mi vida. Sea una frase de Quevedo que me invite a la introspección, una cita de Zimbardo acerca del “heroísmo banal” o un fragmento de san Agustín que me recuerde el valor de imprimirle sentido a la vida, estoy constantemente guiado por grandes maestros y maestras que me enseñan un aspecto más de la existencia. Son una fuente inagotable de acompañamiento y orientación. Además, representan una mejora constante al permitirme cultivar mi afición por la escritura, la cual es un auténtico gusto y una de las mejores habilidades que poseo. Es de sabios recordar que no todo en la vida se ha de traducir en un rendimiento económico/práctico. Al contrario, argumentaría que las mejores experiencias no se agotan en algo material, sino en algo trascendental. Una relación amorosa no se centra en una cantidad de viajes, ni de regalos o lujos, sino en cómo se acompañan ambas personas durante el viaje que es la vida. Lo mismo pienso de los pasatiempos. He aquí el objetivo central de este escrito. Uno no dibuja porque necesariamente se vea a sí mismo como el próximo Dalí, ni practica deporte porque se ve a futuro como el nuevo Pelé. Practicamos todos estos hábitos no como una manía, sino como un espacio para experimentar más dimensiones de nuestra existencia. Y todos los rituales que acomodamos alrededor de nuestros pasatiempos, nos permiten “armonizarnos” para preparar nuestra alma y mente para disfrutar de una actividad que nos hace más humanos. Claramente me refiero a pasatiempos que nos impulsen a cultivar un ejercicio positivo, como la lectura, la expresión artística o el mejoramiento físico. Toda actividad que nos distraiga de la realidad sin que nos empuje a ser más humanos –en el sentido que argumenta Alasdair MacIntyre del “florecimiento humano” en tanto el alcance de aquellos bienes que permiten el mejor desarrollo humano3– sí podría derivar en manías u obsesiones. Al final, me parece que existen tantas dimensiones de acción en la vida humana que no se ha de limitar a sólo unas cuantas. El trabajo y las relaciones son aspectos importantes, pero también lo es el desarrollo de la interioridad personal. Así, los auténticos pasatiempos nos permiten cultivar esos gozos irremplazables que fomentan un adecuado desarrollo individual. Mientras más los cosechamos, más recompensas de autoconocimiento y alegría nos estaremos regalando. 1 Doron, Roland y Parot Françoise, Diccionario Akal de Psicología, trad. de Bernadette Juliette Fabregoul y Agustín Arbesú Castañón, (Madrid: Akal, 2008). 2Tharp, Twyla, The creative habit. Learn it and use it for life, (NY: Simon & Schuster, 2006), p. 20. “Esto, más que nada, es para lo que nos preparan los rituales: nos arman con confianza y autosuficiencia” (traducción mía). 3 “El juicio acerca de la mejor manera de ordenar los bienes en la vida de un individuo o una comunidad ilustra el tercer modo de atribuir bondad, mediante el que se juzga incondicionalmente lo que es mejor ser, hacer o tener para un individuo o un grupo, no sólo qua agentes que participan en una u otra actividades en uno u otro rol o roles, sino también qua seres humanos. Éstos son juicios sobre el florecimiento humano”. MacIntyre, Alasdair, Animales racionales y dependientes, trad. de Beatriz Martínez de Mugía, (España: Paidós, 2016) p. 85.Te puede interesar:
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Algo que Bertrand Russell (1872 – 1970) también plasmó en su ensayo “La conquista de la felicidad” (1930) y nos dice que: “la receta para conquistar la ansiada felicidad consiste en construir la propia vida en compañía de quienes nos rodean, con una plena integración en la sociedad y la absoluta conciencia de ser parte de un todo”. Lo anterior, nos conduce a voltear la mirada hacia lo colectivo en medio de una dinámica con una alta carga virtual que si bien nos permite comunicarnos a grandes distancias, nos aleja cada vez más de #laspequeñascosas que son parte de la esencia de la vida dado el ensimismamiento al que conducen los dispositivos móviles con sus múltiples aplicaciones y posibilidades para “resolver” el mundo con un solo click y de la promesa de cercanía efímera creyendo que una llamada virtual puede sustituir el contacto físico o la energía y la emoción que produce la compañía de lo y los otros. Volviendo al término del Ubuntu, es una lástima que se estén diluyendo sus principios básicos en una sociedad altamente individualista y consumista que abusa de la empatía de los demás, traiciona la confianza, se guía por el orgullo y la soberbia y rebasa límites sin el mínimo sentimiento de culpa; sea como resultado del uso excesivo de sustancias tóxicas, sea por patología o por personalidad pero nos encontramos adorando falsos ídolos que nada tienen que ver con el sentido de colectividad y así nos irá en el futuro. Para las que somos madres la preocupación es muy grande y es doble si se ejerce la maternidad sin el equilibrio que da el rol paterno pero quizá es que somos precisamente, las mujeres y las madres quienes dejaremos este mundo mejor de cómo lo encontramos. ¡Practiquemos ubuntu! A manera de colofón: la violencia, la extorsión a comercios, el narcomenudeo, la invasión de domicilios abandonados o intestados y el feminicidio son crudas realidades que cada vez ocurren más cerca de lo que nos gustaría y al parecer, no hay un mejor lugar para vivir. No es necesario ser un agente especializado para detectar lo que ocurre cuando el escenario se llena de personajes extraños que no encajan en el entorno y el ambiente se enrarece porque la inseguridad que se percibe, lo cual es un trago amargo. Soy usuaria de taxis desde que soy económicamente activa y si bien al día de hoy no tengo una triste historia qué contar, el riesgo es cada vez mayor porque incluso en el extranjero se habla de las mafias que controlan al gremio de taxistas, los cuales a su vez son extorsionados para delinquir o se vuelven cómplices o forman parte de grupos criminales. Es verdad que no hay forma de dar un paso seguro en la ciudad (no sé si en el país entero), pero la realidad a nivel de piso del ciudadano promedio, es que no existe la certeza de salir y regresar con bien en una ciudad cada vez más caótica y hoy por hoy también con sequía y escasez de agua entre otros recursos. ¡Triste realidad!Te puede interesar:
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Otra de estas acciones es el gusto por comprar libros. Contrario a lo que algunos pensarían, no se trata de una adicción –aunque sí representa una cierta euforia–. No es tampoco una compulsión. Se trata, más bien, como una pequeña autorrecompensa –incluso, el sólo estar en una librería y hojear los títulos puestos a la vista es gratificación suficiente– de atravesar las tensiones naturales de la vida. De nuevo, pese a que muchos han dicho que es comparable con una adicción, están – por supuesto– muy equivocados. Una adicción se alimenta de la rápida gratificación de la breve posesión del artículo en cuestión. Tal ciclo se repetirá hasta el grado que la persona pierda toda autodeterminación. Distinto de lo que experimento con los libros. Pues nunca me he quedado en deuda por estar comprando demasiados libros, ni ha afectado mis relaciones personales ni profesionales. Más bien, este “ritual” se ha ido traduciendo en una amplitud de horizonte existencial. El lector se preguntará, “¿para qué tener tantos libros que no alcanzará a leer?” Sencillo. La sola posibilidad de ojear tantos conocimientos al alcance de los dedos es una inversión a futuro. Cada día compruebo este hecho. Mientras más escribo, más enseño o más me pongo a realizar estrategias de comunicación, recurro a mi biblioteca como auxiliar en todos los ámbitos de mi vida. Sea una frase de Quevedo que me invite a la introspección, una cita de Zimbardo acerca del “heroísmo banal” o un fragmento de san Agustín que me recuerde el valor de imprimirle sentido a la vida, estoy constantemente guiado por grandes maestros y maestras que me enseñan un aspecto más de la existencia. Son una fuente inagotable de acompañamiento y orientación. Además, representan una mejora constante al permitirme cultivar mi afición por la escritura, la cual es un auténtico gusto y una de las mejores habilidades que poseo. Es de sabios recordar que no todo en la vida se ha de traducir en un rendimiento económico/práctico. Al contrario, argumentaría que las mejores experiencias no se agotan en algo material, sino en algo trascendental. Una relación amorosa no se centra en una cantidad de viajes, ni de regalos o lujos, sino en cómo se acompañan ambas personas durante el viaje que es la vida. Lo mismo pienso de los pasatiempos. He aquí el objetivo central de este escrito. Uno no dibuja porque necesariamente se vea a sí mismo como el próximo Dalí, ni practica deporte porque se ve a futuro como el nuevo Pelé. Practicamos todos estos hábitos no como una manía, sino como un espacio para experimentar más dimensiones de nuestra existencia. Y todos los rituales que acomodamos alrededor de nuestros pasatiempos, nos permiten “armonizarnos” para preparar nuestra alma y mente para disfrutar de una actividad que nos hace más humanos. Claramente me refiero a pasatiempos que nos impulsen a cultivar un ejercicio positivo, como la lectura, la expresión artística o el mejoramiento físico. Toda actividad que nos distraiga de la realidad sin que nos empuje a ser más humanos –en el sentido que argumenta Alasdair MacIntyre del “florecimiento humano” en tanto el alcance de aquellos bienes que permiten el mejor desarrollo humano3– sí podría derivar en manías u obsesiones. Al final, me parece que existen tantas dimensiones de acción en la vida humana que no se ha de limitar a sólo unas cuantas. El trabajo y las relaciones son aspectos importantes, pero también lo es el desarrollo de la interioridad personal. Así, los auténticos pasatiempos nos permiten cultivar esos gozos irremplazables que fomentan un adecuado desarrollo individual. Mientras más los cosechamos, más recompensas de autoconocimiento y alegría nos estaremos regalando. 1 Doron, Roland y Parot Françoise, Diccionario Akal de Psicología, trad. de Bernadette Juliette Fabregoul y Agustín Arbesú Castañón, (Madrid: Akal, 2008). 2Tharp, Twyla, The creative habit. Learn it and use it for life, (NY: Simon & Schuster, 2006), p. 20. “Esto, más que nada, es para lo que nos preparan los rituales: nos arman con confianza y autosuficiencia” (traducción mía). 3 “El juicio acerca de la mejor manera de ordenar los bienes en la vida de un individuo o una comunidad ilustra el tercer modo de atribuir bondad, mediante el que se juzga incondicionalmente lo que es mejor ser, hacer o tener para un individuo o un grupo, no sólo qua agentes que participan en una u otra actividades en uno u otro rol o roles, sino también qua seres humanos. Éstos son juicios sobre el florecimiento humano”. MacIntyre, Alasdair, Animales racionales y dependientes, trad. de Beatriz Martínez de Mugía, (España: Paidós, 2016) p. 85.Te puede interesar:
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