Dentro de tantas otras cosas que venimos descubriendo durante la pandemia, están esas sombras interiores que difícilmente veríamos en “modo no COVID”. Ahora, que la pausa obligada facilita hacerlo, comenzamos a levantar un inventario personal, incluyendo lo que yo llamaría “nuestros propios demonios”: pensamientos, actitudes, gestos, modos de reaccionar que, en el barullo habitual de las emociones, no tenemos ocasión de apreciar. Ahora, desde el ambiente pandémico que nos inclina a la reflexión personal, estos demonios se nos presentan de manera clara, lo que nos da oportunidad de revisarlos, entenderlos y aprender a sacar provecho de su energía.
Factores como la presión económica; la zozobra con relación a la salud propia o de los nuestros; la tristeza por personas cercanas que han enfermado o muerto; o la incertidumbre por saber cuándo vamos a poder regresar a la normalidad, dan pie a emociones que hemos vivido en estos seis meses, algo así como una sombra de fondo que se niega a dejarnos en paz. Si a ello agregamos la intensificación de la convivencia familiar en un mismo espacio, las cosas se complican. En caso de que hubiera rispideces antes de la contingencia, con mucha probabilidad se habrán acentuado por razón del encierro. A estas alturas de la contingencia, todavía no se recomienda esa “escapadita” que hasta hace poco nos permitía cambiar de aires, realizar actividades divertidas y estimulantes fuera de casa o encontrarnos con amigos cara a cara y tomarnos un café. A partir del arranque del ciclo escolar, para muchos padres hay cargas adicionales como, por ejemplo: vigilar a los hijos durante las horas de clase frente a pantalla, cerciorarse de que no se distraigan y que realicen las actividades a lo largo del horario de transmisión, además de vigilar el cumplimiento de sus tareas.
Todo lo anterior desata los demonios que cada uno alberga, mismos que llegan a tomar posesión de nuestro claustro interior, si no los controlamos. Habrá que conocerlos, negociar con ellos y canalizar su energía, hasta lograr una armónica convivencia. Para nuestra fortuna, el espacio virtual se presenta como una ventana de comunicación con el mundo exterior. Ofrece muchas opciones –incluso diría yo que a ratos son demasiadas– para conocer algo nuevo, disfrutar de eventos de nuestra preferencia, o conocer personas que dejarán huella en nuestra vida que, de no haber sido por el encierro, jamás habríamos conocido.
En este proceso de asomar la cabeza a través de la ventana digital, he aprendido cosas muy interesantes, desde hacer un pedido en línea sin que se me borre toda la página después de una hora de seleccionar la mercancía artículo por artículo –algo que me sucedía en un principio–, hasta utilizar nuevas herramientas para mejorar el estilo literario. He podido escuchar música de todo el mundo, leer libros que tenía pendientes de tiempo atrás, conocer autores nuevos en los diversos géneros (he traído a muchos de ellos hasta la sala de mi casa, gracias a la magia digital). Siguiendo las recomendaciones que algún maestro virtual compartió en una charla sobre elaboración de autobiografía, acabo de ver una película que me ayudó a redondear la idea de los demonios interiores que ya venía procesando en mi mente. La película se basa en la novela autobiográfica del mismo nombre: “El Castillo de cristal” de la periodista norteamericana Jeannette Walls. La cinta narra las dificultades que enfrentan cuatro niños, dentro de una familia muy disfuncional, para salir adelante. Ambos padres sufren episodios de desconexión de la realidad: él es alcohólico, ella se fuga a través de las artes plásticas, al verse confrontada con un escenario en el que no sabe cómo lidiar. Los niños deberán, entonces, inventar por cuenta propia un modo de salir adelante hasta convertirse en adultos. Aun así, los cuatro hermanos habrán de conservar para toda la vida, el recuerdo de momentos mágicos vividos al lado de sus padres. Tan grande la disfuncionalidad familiar como la codependencia, pese a ello pareciera que sus respectivos demonios interiores aprenden cómo danzar abrazados a lo largo de toda la historia.
Retomando el asunto de nuestras condiciones de prevención sanitaria, hay un elemento adicional en la ecuación del encierro. Para salir adelante estamos obligados a aprender a controlar nuestras emociones y, puesto que habremos de vivir confinados por un tiempo más, hagámoslo de la mejor manera. Siendo honestos, nos necesitamos unos a otros para sobrevivir, de modo que habrá que seguir juntos, cuidando de no caer en la codependencia. Estamos dentro de un mismo espacio, lo que vuelve indispensable que cada quién mesure sus reacciones y respete la privacidad de los demás. De no hacerlo, nos asfixiaremos. Para esta siguiente etapa del encierro, una herramienta muy útil es la de practicar la regla de oro: tratar a los demás como queremos ser tratados. Tal y como hicieron los personajes de la historia, hasta lograr que nuestros respectivos demonios internos aprendan a danzar juntos en el encierro.
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