Casi todos hemos tenido una plática de sobremesa entre hermanos en la que de pronto pareciera que cada uno habla de una madre/padre diferente.
Pero, ¿Por qué, si son las mismas personas, los vivimos, los sentimos y los recordamos diferente?, ¿Por qué la empatía, el apego o la conexión con un hijo o un padre específico es distinta? y, quizá lo más importante, ¿De qué manera influye esto en el desarrollo y en la formación de la personalidad?
A pesar de que en una familia, el padre y la madre sean los mismos, de que pareciera que los valores y el estilo de crianza sean los mismos para todos los hijos, la realidad es que la cantidad de variables que determinan la relación que se establece con cada uno de ellos y la manera en que, individualmente perciben la dinámica familiar es enorme.
Algunos de los factores que los investigadores han logrado encontrar y que influyen directamente para que por un lado cada hijo sea diferente y, por otro, nos perciban y reconozcan de diferente manera también, son:
El carácter y el temperamento
No hay duda de que, aunque como seres humanos, todos somos iguales, podemos afirmar que, al mismo tiempo, como personas o individuos, todos somos diferentes.
De acuerdo con la ciencia, esto se debe a que la personalidad (que justamente nos identifica como seres individuales) es la suma de los comportamientos, actitudes, pensamientos, sentimientos (y la forma de manifestarlos) que caracterizan a una persona y ésta se determina por dos factores esenciales: el temperamento y el carácter.
El temperamento tiene su origen en la herencia biológica, es innato (por lo tanto, cada uno de nuestros hijos tendrá el propio desde el momento de nacer) y difícilmente se modifica; por su parte el carácter es resultado de nuestro aprendizaje, tanto emocional como cognitivo, por ello puede modificarse a través de nuevas experiencias y, sobre todo, de la interacción social.
Desde que aquí ya podemos irnos dando una idea del por qué, así como la personalidad, la percepción de cada hijo sobre nosotros es diferente.
El orden de nacimiento
Algunos autores, como Alfred Adler, sugieren que el orden de nacimiento de los hijos influye también en el desarrollo de su personalidad, influyendo en aspectos como los rasgos del carácter, la autoestima, el coeficiente intelectual e incluso el éxito posterior en la vida, y que estos efectos perduran hasta la edad adulta.
Los interesante de esto es que, de acuerdo con esta teoría, ¡somos los padres los que directamente determinamos esto al tratar a los hijos en forma diferente debido a su edad, al compararlos constantemente o bien, al esperar que todos se comporten exactamente de la misma forma cuando nosotros “les damos todo y los queremos por igual”!
Según nos dice Adler, entonces, se cree que el hijo mayor es una persona complaciente, responsable, confiable, cautelosa, pero quizás mandona y controladora; se piensa que el hijo del medio a menudo se deja de lado o se ignora, por lo que tiende a ser el pacificador; y el hijo más pequeño, por su parte, es egocéntrico, manipulador, divertido, entretenido y encantador.
En el caso de los hijos únicos, se afirma que tienden a ser egocéntricos, independientes, ávidos de aprobación y maduros.
¿Hijo favorito?
Aunque casi todos los padres afirman que aman a todos sus hijos por igual y niegan el favoritismo hacia alguno en específico cuando son cuestionados (podría decirse, incluso, que este es uno de los grandes temas tabú de la paternidad), la ciencia nos dice que es una realidad que la mayoría de los padres/madres lo tiene.
Y esto, aunque es natural, es un tema al que debemos poner mucha atención ya que los estudios demuestran que sí afecta de manera directa el desarrollo emocional de los hijos, promueve la rivalidad entre hermanos y, en general, puede ser generador de diversos conflictos dentro de la familia.
Hasta aquí, todo suena bastante simple pero el problema real es que del lado de los hijos, la cuestión se convierte en un asunto de percepción y la mayoría de los ellos no sabe decir quién es realmente el favorito pero, a nivel inconsciente e independientemente de los esfuerzos de los padres por “compensarlos”, lo siente.
¿Crianza igual o diferente?
Podría pensarse que por el simple hecho de ser los mismos padres, vivir bajo el mismo techo y compartir las mismas creencias y valores la crianza es igual para todos los hijos pero… ¡No es así!
Muchos son los factores que influyen para que esto se dé de manera diversa y los padres, más que atentos, debemos estar conscientes de ellos, para poder dar a nuestros hijos (como siempre queremos) lo mejor de nosotros de acuerdo con las circunstancias.
Algunos de los aspectos que van “modificando” el estilo de crianza para cada hijo son:
- Edad de los hijos/padres
- Situación económica/laboral en cada momento
- Vínculos emocionales/empatía con cada hijo
- Experiencia que van adquiriendo los padres
- Género de cada hijo
- Similitudes/diferencias de personalidad entre padres e hijos
- Diferentes escuelas/círculos sociales de cada hijo
- Habilidades/talentos específicos de cada hijo
Pero entonces… ¡¿Qué hacemos?!
Una buena crianza se trata más de buscar el bienestar y la felicidad de cada uno de nuestros hijos desde su individualidad, que de tratar de darles todo por igual o de preocuparnos por cómo van a recordarnos.
Por ello, algunas de las estrategias que pueden servirnos son:
- Reconocer que cada hijo es diferente, con personalidad propia, habilidades, talentos, necesidades específicas y con formas individuales de sentir, de aprender y de expresarse.
- Aceptar nuestros propios sentimientos hacia cada uno de ellos como una parte natural de las relaciones humanas.
- Buscar espacios y tiempo de calidad para convivir todos en familia y con cada uno de ellos en forma especial.
- Hacer sentir a cada uno querido, respetado, escuchado, único y especial.
- Evitar establecer comparaciones de cualquier tipo.
Dejando nuestra huella en su corazón
No hay duda de que cuando nuestros hijos hablen de nosotros también se encontrarán con que, en muchas cosas, pareciera que tuvieron “padres diferentes”, pero lo importante es que nosotros tengamos la consciencia de que eso no es ni bueno ni malo siempre y cuando nos hayamos esforzado por dar a todos lo necesario para su bienestar (en lo circunstancial) y a cada uno lo que necesitaba de manera específica (en lo personal).
Recordemos que educar en igualdad, equidad y justicia no es lo mismo que “educar igual a todos” y que lo realmente significativo en sus vidas (y por lo cual, sin importar cuál sea la forma, seremos recordados como padres) será la huella indeleble de amor, apoyo, ejemplo, acompañamiento, guía y comprensión que logremos dejar en sus corazones.
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