Elsa Angélica y yo tenemos algo más de cincuenta años de amistad. Desde secundaria, llevamos años de compartir diarios personales e inventar un código para comunicarnos sin que nadie pudiera descifrar nuestros mensajes. De esas amistades a prueba de todo, comenzando por la distancia. Vivimos en lugares distintos. No siempre tenemos oportunidad de una larga charla, pero cuando nos organizamos y lo conseguimos, le sacamos el máximo provecho. Así platicamos hace un par de tardes, actualizando lo que ha sido nuestra experiencia global dentro de este período de contingencia. Analizábamos de qué modo la emergencia sanitaria ha modificado las actividades del día a día, desde comprar tortillas hasta asistir a eventos sociales o culturales a través de una plataforma digital. Sé que lo que nosotras experimentamos, lo hace, en mayor o menor medida, cualquier otro adulto de nuestra generación, que esté propuesto a evitar el contagio por el Covid-19.
Esperemos vivir para contarlo y narrar a las futuras generaciones lo que fue la existencia antes y después de la aparición de una nanométrica cadena de ARN, que modificó la economía global, las políticas internacionales, y la forma de ser y de pensar; de expresar y de amar; de educar y de aprender; de compartir con otros y de despedir a un ser amado. En gran medida esa futura narrativa mostrará a los ojos del lector que haya vivido en ambas épocas, lo absurdo que llegan a ser muchos de los dictados mercadológicos de antes de la pandemia.
La actualidad ha sido un tiempo maravilloso para reinventarnos. Desde la revisión y el reciclaje de enseres domésticos y objetos de uso personal, hasta una limpieza espiritual que nos va dejando más libres, al despojarnos de cargas del ayer. Cargas ociosas que no hacían más que lentificar el paso.
Esta semana escuché una charla virtual sobre creatividad, impartida por Verónica Llaca. Comenzamos con una breve meditación que nos colocó a todos en la misma sintonía; acto seguido nos descifró el símil entre un proyecto literario y una carrera de 10 kilómetros. Debo decir que es una apasionada de ambas disciplinas. En el caso de la carrera refiere que la mayor dificultad estriba en el inicio, desde que se despierta y su yo interno intenta boicotear su propósito. Una vez que se coloca en ruta y ha avanzado los tres primeros kilómetros, ese “terrorista interno” — su Bin Laden, como ella lo llama–, se apacigua. Su actitud se transforma, y a partir de entonces comienza a disfrutar la carrera enfocada en la meta, dejando de lado cualquiera preocupación anterior. Eso sí, dispuesta a disfrutar el paisaje a ambos lados del camino.
Verónica Llaca nos pudo haber impartido la plática en enero de este año o en julio del 2021. Fue, sin embargo, justo en esta fecha, ahora que comienza a presentarse en nosotros cierto hartazgo por el encierro, un acostumbramiento que busca seducirnos para retomar la vida que gozábamos antes de la emergencia sanitaria. La charla llegó en el mejor momento, ahora que hay ratos cuando queremos boicotearnos a nosotros mismos. Si bajamos la guardia nos colocamos en situación de riesgo, con más facilidad nos contagiamos. De momento no hay cura ni vacuna garantizada para librar la enfermedad, y la única protección es quedarnos en casa. Habrá pues, que reinventarnos, tener el ingenio para crear actividades que nos entretengan a nosotros y a nuestros niños. Y tal vez, hasta generar una fuente de ingresos familiares. Tener la disposición de asistir a los pequeños de casa en su proceso de educación en línea, y saber que todo esfuerzo conjunto habrá valido la pena.
Durante su charla, Verónica nos relató cómo se las ingenia para tomar control de su vida y de su creatividad, para evitar que la paralice ese boicot que a todo creador llega a bloquear. Nos recomendó varias lecturas, de entre las cuales acabo de pedir en línea la que más remarcó, es una obra de Julia Cameron intitulada: El camino del artista. Dentro de las recomendaciones de la autora está la de ver la ciudad con otros ojos, que del mismo modo puede adaptarse a nuestra situación actual, para comenzar a ver nuestro entorno –hasta donde la pandemia nos permita—con otros ojos, como hace un niño que se maravilla con esas pequeñeces que los adultos pasamos por alto por “cotidianas”.
Vienen a mi mente unas palabras de Albert Einstein: “Hay dos maneras de vivir la vida: Una es creyendo que no existen los milagros. La otra, creyendo que todo es un milagro”. Enfrentar lo que esta emergencia sanitaria ha traído para nosotros puede ser una forma de sacar provecho de ella. Los afortunados que seguimos aquí podemos hacerlo con actitud, dispuestos a obtener un nuevo aprendizaje cada día. Igual que en una carrera de 10 kilómetros, en la vida habrá trechos difíciles –como el actual– que de todas formas tendremos que sacar adelante. Si nos proponemos sortearlos con la mejor actitud, al final habremos salido enriquecidos.
Gozamos del privilegio del libre albedrío: cada uno de nosotros determina hacia qué elementos enfoca su atención y qué memorias del camino va guardando en su arcón personal.
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