Está por iniciar el período que folclóricamente hemos bautizado los mexicanos como “Guadalupe-Reyes”. A pasos agigantados llega la época navideña con su singular algarabía, invitándonos a alegrarnos, disfrutar y compartir, como no solemos hacer en los restantes meses del año. A partir del origen religioso de las celebraciones, nuestro espíritu generoso nos lleva a brincarnos del recogimiento espiritual a que llama el nacimiento de Jesús, a la compra de regalos, que no pocas veces se sale de toda proporción. Llegamos a los centros comerciales y nos gana ese ambiente de fiesta que priva por doquier y no pocas veces, si íbamos a comprar una cosa, salimos de la tienda con mucha mercancía que no estaba en nuestra lista de compras, pero que por esa forma tan atractiva de presentarla, nos atrapa, para terminar gastando mucho más.
El marketing juega con nuestras emociones, de modo que nos lleva a pensar que es obligado expresar nuestro afecto por los demás mediante objetos materiales. Además, claro, que la temporada invita a que nos demos algunos gustos en ropa, platillos, golosinas o productos electrónicos, que adquirimos sin remordimiento alguno, sintiendo que nos los merecemos. Compras que para algunos no desequilibran su economía, en tanto que para otros repercute en la temida “cuesta de enero”, cuando las tarjetas de crédito o los préstamos de temporada muestran el rigor de su presencia.
En centros urbanos de occidente uno de los atractivos de temporada consiste en visitar, ya sea mercados de artesanías o plazas comerciales, para llenar nuestros sentidos de magia. Lo sensato sería hacerlo mentalizados en que no vamos a comprar más allá de lo planificado, y que el único gasto permitido es el que se lleva a cabo con dinero constante y sonante. Que la dopamina no nos envuelva en juegos que luego se han de pagar muy caros.
¡Tanto que dar y compartir en esta temporada! Tiempo para una convivencia alegre que tonifique el espíritu, al margen de gastos ostentosos en comprar para otros algo que, probablemente, ni les guste ni vayan a utilizar. No caigamos bajo la embriaguez de la dopamina, sino enfoquemos nuestro afecto en dar obsequios de gran valor como el tiempo o la conversación atenta, dejando de lado por un rato el teléfono celular. Retomemos el sentido original de la celebración para propiciar experiencias de alegría profunda compartida. Momentos de reciprocidad que enriquecen; vivencias que activan la liberación de oxitocina y nos invitan a tejer memorias que duran para siempre.
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