Pienso que cuando escribo y deseo plasmar un sentimiento, las palabras danzan en mi mente y se pronuncian en el andar de mis dedos sobre un teclado. El tecleo lleva el compás de la música que escucho sin cesar a ratos: un blues a ratos en un rock and roll, pero me emociona aún más cuando escucho una balada que rememore mis aventuras.
Pienso en lo que he escrito y trato de pintar de colores las historias, aunque a veces son en tonos grises, pero no por eso dejan de llevar sentimiento. Cada tono es un gesto de vida que sonríe, entristece y anima.
¿Qué inspira mis renglones? El andar del corazón, ese que ama, que sufre dando recuerdos, que vive en el presente y arma futuros. No es el número de libros ni el autor quien me dio la gracia de las letras, simplemente es un don que no sabía que poseía, una gracia que la comparo con un juego de armar donde las piezas son las letras mismas formando palabras, oraciones e historias y mi imaginación es el límite de los diseños.
A los 53 años encontré esta virtud que ignoraba que vivía dentro de mí. Me siento afortunado por haberla descubierto, pero hay una incógnita que me aterra y preocupa: ¿cuántas personas tendrán talentos que nunca sabrán que los tuvieron?; ¿cuántos Einstein están por allí realizando actividades trabajos que no llenan sus expectativas?, y ¿cuántos habrán partido sin nunca haber sospechado de lo que eran capaces?
Bendita la palabra escrita que nace en la inquietud de transmitir un pensamiento, deseando que sobreviva para siempre incrustada antiguamente en una piedra, hasta nuestros días en una hoja de papel, tratando de evitar que se la lleve el viento.
Un deseo de eternidad y trascendencia a través de los siglos pretendiendo dejar huella en la historia y guía del futuro para las nuevas generaciones que la lean. En la palabra escrita está la historia de los pueblos, el sentir de una sociedad y el vivir de un personaje. Párrafos que describen el llanto, las reglas, el amor y la experiencia tornándose en una mezcla infinita de expresiones. Así la palabra va de lo singular a lo plural, de lo soez a lo refinado. No olvidemos la jerga del pueblo, el caló nacido en la singularidad de lo popular de la sociedad.
También las letras son testigo y cómplice de la música, la cual también cuenta con sonidos y signos, hoy en día pareciera que no puede existir una sin la otra, un día se juntaron para nunca separarse. Bendito aquel que tiene ambas virtudes, música y letra, ritmo y sentimiento. ¿Qué mejor combinación?
No olvidemos la palabra que vende, esa que te atrapa para el consumo con su magia, la que te convence y da nombre a grandes marcas y pequeños negocios, esa que te invita a consumir y con unas cuantas letras te da la satisfacción de sentirte único feliz, satisfecho con solo pronunciar que fuiste o adquiriste un producto con su nombre.
La palabra tiene el poder de comunicar, construir, educar, pero también de destruir.
La escritura ha trascendido hasta nuestros días tomando formas y significados sobreviviendo a las épocas y evolucionando con la necesidad del hombre por comunicarse y perseverar en el tiempo.
“ESTA ES LA NATURALEZA DE MI SER”.
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