Las pequeñas cosas: vanitas

Decepción, enojo, dolor, fraude, abuso o vanidad son toda una misma cara de la moneda y resulta muy doloroso encontrarlas en alguien con quien se tiene un fuerte vínculo.

17 de octubre, 2022

“El hombre se esclaviza por el lujo y las vanidades. Y olvida que la felicidad está en las cosas sencillas de la vida”. -Miguel de Cervantes Saavedra (1547 – 1616). 

Del latín vanitas (cualidad de lo vano, pura apariencia, fraude, presunción de que se posee algo cuando el interior está vacío) la vanidad (arrogancia, presunción, envanecimiento) es considerada como el vicio maestro y según la teología cristiana. Se trata de uno de los siete pecados capitales. Evagrio Póntico (monje y asceta cristiano) consideraba que la vanidad era una de las tentaciones más letales para el alma. En 590, el papa Gregorio Magno escribió que: “la vanidad es el comienzo de todos los pecados”. Es sinónimo de la soberbia al tratarse de una opinión exaltada de sí mismo a un nivel desmesurado (prepotencia) que engendra un excesivo amor al dinero o amor al poder o ambos.

En días pasados he leído y revisado algunas opiniones de académicos y analistas políticos en torno al contexto mexicano y su líder máximo (del cual no hablaré) y mi sorpresa no se ha enfocado en lo que se dice sino en todo lo que ignoramos en cuanto a personalidades y formas de actuar de las personas porque como bien dice el dicho: “Caras vemos, corazones no sabemos.” 

Es por todos conocido el asunto que me llevó a poner tierra de por medio con el padre de mi hijo pero al parecer, la vida se encarga de ponerme una y otra vez frente a personalidades que encuentran en la mía, la forma más rápida y sencilla de hacerse de poder y escalar a un nivel de vida que puede ser muy glorioso pero vacío, es entonces que la máscara se derrumba y ocurre la fractura en la relación (familiar, laboral, personal, etc.); sin embargo, cada día es menos dolorosa la experiencia porque lejos de sentirme derrotada, me reafirma la idea de que todo cuanto poseemos es superficial y si bien el dinero soluciona la vida de múltiples formas, no lo es todo ni otorga felicidad.

Pero me interesa hablar de personalidades (aunque no soy psicóloga) porque están ahí casi respirándonos al oído y no las notamos hasta que ocurre el giro de llave y se revela la verdadera forma de ser, las ambiciones, las motivaciones, los intereses, las virtudes y los defectos. En los últimos tres años de psicoanálisis, he develado para mí las emociones y los pensamientos más profundos, no me siento víctima sino responsable de no saber poner límites a las intenciones de los demás y carecer de una buena dosis de malicia para equilibrar y evitar falsas expectativas porque no se trata únicamente del despojo material sino del daño moral, ese que nada ni nadie paga ni repara ni compone ni le interesa y por eso, me parece que lo que todos conocemos como justicia es mero trámite porque lo hecho, hecho está y hay daños irreparables o consecuencias irreversibles pero eso nadie nos lo dice, es algo que se ha limitado a la religión y por tanto, sino se cree en una fuerza superior capaz de discernir entre el bien y el mal, se piensa que se tiene libertad para actuar libremente sin importar el impacto de los propios actos en los demás.

Hablo de vanidad porque miro día con día la exagerada adoración a lo ostentoso, al oropel, a la apariencia y a lo material; dejando de lado lo esencial y lo que nos distingue de las especies animales. Hablo de vanidad porque al parecer aunque seguimos sufriendo los efectos de una crisis por pandemia, del contexto de guerra al otro lado del mundo y del impacto económico, algunos piensan que nada cambió y que tenemos la vida comprada. Hablo de vanidad porque se piensa que los actos se reducen a mentir o decir la verdad pero la mente humana es más perversa de lo que se piensa cuando se tienen tantos sentimientos y emociones atorados que sólo engendran rencor y enojo. Hablo de vanidad porque vivimos una especie de “nueva temporada” de lo que fue Sodoma y Gomorra, no porque se trate de un tema bíblico sino por la metáfora que encierra el relato en la adoración excesiva a lo vano y superficial porque al parecer, los humanos no hemos aprendido nada de humanidad. 

Finalmente, decepción, enojo, dolor, fraude, abuso o vanidad son toda una misma cara de la moneda y resulta muy doloroso encontrarlas en alguien con quien se tiene un fuerte vínculo pero más aún, duele encontrarlas en una persona con todas las posibilidades para ser feliz, con una vida resuelta y con la juventud en las manos porque si a una corta edad se carece de sentido humano, todo está perdido. 

La vanidad es otra más de #laspequeñascosas de la vida que nos alejan de lo esencial pero nadie lo ve, no lo quieren ver o prefieren no verlo por comodidad, soberbia u oportunismo porque ya lo decía aquel viejo bolero: “El dinero no es la vida, es tan sólo vanidad”.

A manera de colofón: esta vez seré breve porque nunca me ha importado tanto lo que se dice de mí como lo que genera un acto negativo hacia mí, no importa tanto lo que se lleva quien me defrauda como el impacto que dejan sus actos en lo moral porque los bienes sirven para remediar males y van y vienen pero los vínculos, el respeto, el amor, la armonía y principalmente, la confianza, una vez rotos, rotos se quedan y aunque los japoneses tienen su propia filosofía respecto a lo roto; lo cierto es que no todos tienen la capacidad para reparar el daño. 

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