“El que no transa, no avanza”, “la transa aquí es así”, “¿Qué transa?”, “vamos a ver qué transa”, “aquí hubo transa”, “aquél es bien transa”, “a ese, lo transaron”. La transa (embuste, trampa, contravención de una ley) se ha definido durante mucho tiempo como la forma de conseguir logros a corto plazo: un ascenso, un favor, dinero, una oportunidad, un beneficio por medios poco ortodoxos.
La transa denigra, lastima, hiere, empobrece de forma material e inmaterial, envilece, atrasa, decepciona, frustra y sí, quien la utiliza a su favor sin duda lo hace sentirse victorioso, pero tarde o temprano la verdad es revelada. Porque sí, seguramente todos tenemos historias por contar del jefe que llegó al puesto por favoritismos; o del que consiguió liberar un trámite burocrático en menos de lo que canta un gallo; o el que pasó el examen gracias al acordeón que su amigo transa le consiguió.
Hay transas escondidas por todas partes como la que viví cuando fui seleccionada para estudiar la preparatoria en la UNAM y más del cincuenta por ciento de la matrícula fue asignada al turno vespertino para que, quienes quisieran aspirar al turno matutino pagaran una “módica cuota de recuperación” y lograr el cambio de turno; o la transa de recibir pacientes externos y cobrarles tratamientos y/o cirugías de forma directa utilizando los recursos de un hospital público de primerísimo nivel; o la transa que permite que cada vez más y más taxis circulen por la ciudad sin documentación en regla al abrigo de un “poderoso” diputado del gobierno local en turno; o la transa bien conocida de los vendedores ambulantes en el metro cuyo líder tiene rostro, nombre y puesto al interior del sistema de transporte colectivo pero que opera al abrigo del sindicato porque en los sindicatos la transa es el pan de cada día, por no decir que su razón de ser.
Transa es el que miente, el que traiciona, el que transgrede, el que corrompe, el que subyuga, el que pisotea, el que humilla, el que denigra y todo ello con el fin de alcanzar sus objetivos, transa es el que va por la vida diciendo que “el fin justifica los medios”. Y así es que de la pequeña mentira se llega a la transa y de la transa a la delincuencia sólo hay un paso quizá por eso resulte tan difícil liberarse de la corrupción y de la delincuencia en un país que lleva décadas viviendo de “el que no transa, no avanza”.
Las pequeñas cosas: increíble resulta creer que gran parte de los acuerdos, compromisos, contratos o cualquier “transacción” de naturaleza humana derive en transa, estafa, abuso, y/o negligencia porque el modus operandi del que “transa” se ha convertido en una variable que permite ir por todos lados mintiendo, manipulando y alterando la ley y el orden, lo cual no es algo que extrañe sino una característica de los países y/o personas corruptas quienes operan en medio de la transa sin inmutarse porque transar permite engordar carteras, conseguir títulos nobiliarios y escalar en la pirámide social o política pero también deja grietas, vicios y una amplia red de malos usos y costumbres pero
¿A quién le importa si, al parecer, la transa tiene más ventajas que desventajas? Le importa a quien actúa con honestidad y a quien pierde bienes materiales o inmateriales a causa de una transa, pierde el que por medio de una “transa” consigue un puesto ejecutivo o político y lleva al abismo a la empresa o a un país (cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia).
El punto es que transar se normaliza en una sociedad corrupta llena de líderes oportunistas, de profesionistas carentes de ética, de autoridades sin un ápice de conciencia de la verdadera justicia. Hay que luchar en contra de la transa, erradicar la posibilidad de transar y más aún, evitar ser parte de ella, denunciando cuando somos testigos o víctimas de una transa. Pasar de la transa a la honestidad porque por muy pequeña que sea, una transa es un acto denigrante y sus consecuencias generalmente son fatídicas.
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