“A falta de otra prueba, el dedo pulgar por sí solo me convencería de la existencia de Dios”
– Isaac Newton / Físico, filósofo, inventor y matemático inglés (1643 – 1727).
Entre 1812 y 1857, los hermanos Grimm coleccionaron, registraron por escrito y publicaron historias orales, entre ellas, Pulgarcito, un cuento de hadas alemán que trata de una pareja de campesinos que deseaba tener un hijo sin importar lo pequeño que éste fuera. Siete meses más tarde, la mujer da a luz a un pequeño niño no más grande que el tamaño de un pulgar. En otra versión, Hans Christian Andersen escribió el cuento Pulgarcita (también conocido como Almendrita) en el que una mujer acude a una bruja buena para conseguir su deseo de tener un hijo, obteniendo una semilla mágica de cebada que la mujer plantó y al poco tiempo nació una flor que en el centro tenía una pequeña niña.
El dedo pulgar (del latín pollex, poderoso) está controlado por nueve músculos diferentes, algunos sujetos a los huesos de la mano y otros, a los del brazo; es el primero y totalmente oponible al resto de los dedos de la mano (humana), lo que le permite ser independiente y realizar la función de agarre y/o pinza para sujetar objetos o ejercer fuerza. Yubal Noah Harari (historiador y escritor israelí) nos dice que “la presión evolutiva produjo una concentración creciente de nervios y de músculos finamente ajustados en la palma y los dedos. Como resultado, los humanos pueden realizar tareas muy intrincadas con las manos. En particular, puede producir y usar utensilios sofisticados.” (De animales a dioses, Ed. Debate, 2016). En la época de revolución tecnológica que vivimos actualmente, es posible realizar la acción de “desplazar” al momento de utilizar el smartphone o escribir un mensaje utilizando únicamente el dedo pulgar, lo cual está generando una readaptación de músculos y huesos originando incluso lo que los médicos llaman: tendinitis del pulgar por el uso excesivo de pantallas táctiles. También es el dedo con el que aprobamos o desaprobamos, indicamos que todo está bien, pedimos “aventón” al pie de la carretera, nos identificamos usando la huella dactilar, firmamos documentos o lo chupamos cuando somos bebés en señal de hambre o sueño.
Todo lo anterior viene a cuento porque en días pasados accidentalmente me corté el dedo pulgar derecho al romperse un florero mientras lo lavaba. Cualquiera podría pensar que una simple cortada se resuelve de forma inmediata aplicando una serie de primeros auxilios básicos, pero después de aplicarlos y de que pasaran unos minutos empecé a percibir una “fuga” de sangre y mi mano se comportaba de forma extraña, como si temblara. Miré la herida y la hemorragia no se detenía, parecía una llave abierta. Ante la mirada de susto de mi hijo, decidí salir a buscar ayuda médica y el resultado fue una pequeña sutura para cerrar el sitio exacto en que un pedazo de cristal cortó un vaso sanguíneo (con complejo de aorta) además de otras pequeñas cortadas menos profundas, afortunadamente. A manera de broma, el médico que me atendió me dijo que todos moriremos algún día, pero que no sabemos cuándo y que de esta milimétrica cortada saldré en tan solo unos días.
De vuelta en mi casa y pasado el susto (es la segunda vez que siento una hemorragia en mi cuerpo) recordé la lectura de un libro que mi padre me regaló cuando era una niña: Tus diez amigos (Juan T. González, Ediciones Botas, 1973) y que trata justamente de los dedos de las manos para explorar los caminos del éxito, del buen ser y del bien servir. Por supuesto, regresé al texto y encontré lo siguiente respecto al pulgar: “En los antiguos tiempos cuando los romanos no querían ir a la guerra, se cortaban ese dedo y no iban porque no podían sostener la espada. Ese dedo es el más fuerte de la mano y te recordará una fuerza poderosa que tienes tú también: la voluntad. La voluntad es querer”.
Una herida diminuta dio como resultado un dedo incapacitado y mi fuerza de voluntad me obligó a utilizar la mano izquierda, pero extraño mi pulgar derecho porque, aunque sigue ahí, echo de menos la cantidad de cosas que realizo y que se quedaron en pausa porque cada día ocurren cientos de procesos en nuestro organismo de los cuales no somos plenamente conscientes y creemos que solo un accidente grave que nos fracture el cuerpo o una infección sistémica nos incapacitarán para la vida, pero algo minúsculo también lo hace aunque sea de forma parcial y todo cambia. Ahí es donde radica la importancia de #laspequeñascosas que no solemos apreciar o que pasan de largo y que pueden brindarnos alegría como en el cuento de los hermanos Grimm o hacer realidad nuestros deseos como en el relato de Andersen o simplemente, permitirnos dar un click en nuestro móvil gracias a nuestro pequeño dedo pulgar.
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