“Un espíritu histórico no puede tener dudas de que ha llegado el tiempo de la resurrección y que precisamente los acontecimientos que parecieron haberse dirigido en contra de su activación y amenazaban con consumar su hundimiento, han sido los signos más favorables de su regeneración.” Novalis (1772-1801) (Friedrich von Hardenberg), poeta y filósofo alemán.
Llega el momento en que no hay más esperanza, en que parece haberse perdido el rumbo, en el que todo deja de tener sentido, en el que como escribió Pessoa: “Es necesario abandonar las ropas usadas que ya tienen la forma de nuestro cuerpo y olvidar los caminos que nos lleva siempre a los mismos lugares. Es el momento de la travesía. Y, si no osamos emprenderla, nos habremos quedado para siempre al margen de nosotros mismos”.
Y profundizo en la idea de “quedarnos al margen de nosotros mismos” como si de una nota al pie de página se tratara, como si se hiciera necesario puntualizar, aclarar o remitirse a otra fuente para comprender mejor la lectura y así vamos por la vida, como lectores que van descubriendo una a una las páginas de un libro. Ojalá que la vida fuera como un libro, ojalá bastase leer para entender, ojalá que las respuestas ante las grandes preguntas de la vida se encontraran en un texto pero la vida es incierta y al parecer, apenas se tienen las respuestas, cambian las preguntas.
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Nos encontramos en el inicio del segundo trimestre del año, en plena “normalidad” de la vida aunque en realidad se siente como el Titanic cuando chocó contra un iceberg: todos pretendieron que nada pasó pero pocos vivieron para contarlo y sí, somos sobrevivientes de una pandemia pero sin garantías y de cara a una crisis social, política, económica y personal sin precedente y sin final porque no parece acabarse.
Estamos también entrando al último año de un sexenio políticamente incorrecto, incierto, errático (para algunos) y de transformación (para otros), pero sin duda, un periodo marcado por la historia mundial y con una cosa segura: nada volverá a ser igual.
Así que no hay garantías políticas, económicas, sociales ni de ningún tipo porque hoy es cuando más trabajo cuesta entenderse, conciliar, tolerar o aceptar porque no hay y no existe un orden establecido que nos permita sentir calma y tranquilidad, porque al parecer, nos esperan más días de incertidumbre.
Ocurre que un día la fatiga nos inunda y que después de pasar días peleando con una gripa atípica, dolor muscular, cansancio crónico, sin olfato ni gusto, hay que tener también la suficiente creatividad para resolver los asuntos laborales, mismos que no se resuelven “renunciando” porque no siempre se tiene dicha opción (o tal vez sí) y porque a pesar de tener muy presentes #laspequeñascosas de la vida no es suficiente para enfrentar el día a día. Hay momentos en los que parece no haber posibilidades y si existen, no hay claridad para verlas. Días en los que simplemente deberíamos pausar y sólo existir para dejar que la vida se acomode por sí misma como ella sabe hacerlo y seguir cuando se recobren las fuerzas y la energía necesarias.
A manera de colofón: a petición de mi familia y siguiendo a la fiel costumbre de hacer un recorrido por cada ruta nueva de transporte público que inaugura el gobierno en turno, realizamos una expedición por el cablebús al norte de la ciudad. Nada nuevo bajo el sol más que una extensa área de calles sin trazar, casas improvisadas (alguna que otra bien edificada con todos los servicios, acabados de lujo y autos último modelo en las cocheras). Al decir de quien administra el lugar en que vivo, la alcaldía tiene sus votos asegurados justo en esa zona en la que tantas cosas faltan aunque a nadie parece importarle porque todos encuentran felicidad a su manera, quizá en las albercas inflables que pueden colocar a los niños para refrescarse en un día caluroso, seco, lejos de la playa, lejos de las oportunidades y lejos, muy lejos de la aspiración a una mejor calidad de vida.
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