Es increíble la manera en que se ha normalizado la enfermedad en el inconsciente colectivo. En mayor o menor medida hacemos uso de algún medicamento que sirve de paliativo para soportar todo tipo de malestares o dolores.
Lo que pocos o casi nadie considera es que somos seres integrales, que somos un cuerpo físico, una mente y un alma o espíritu que cada uno puede o no creer pero la conexión mente-cuerpo no es una ilusión sino una realidad y la relación entre ambos es maravillosa, casi un ejemplo de perfección. En ese sentido, se habla del segundo cerebro alojado en la región del estómago y de ahí surge la importancia de conocer y controlar mejor nuestras emociones para ganar salud.
La forma clara de entender algo tan simple y a la vez tan complejo es detenerse a revisar en dónde y cómo nos duele cuando sufrimos una desilusión amorosa, una frustración, la pérdida de un ser amado, un susto o nos enojamos.
Al parecer, la pandemia nos dejó un efecto mariposa en cuanto a salud se refiere (indistintamente de si padecimos por el mortal virus o no) y a pesar de la normalidad en que vivimos ahora toda clase de enfermedades empiezan a manifestarse quizá un poco producidas por el cambio climático e influenciadas sin duda, por el tipo de alimentación que tenemos actualmente: consumo excesivo de alimentos procesados y encarecimiento de los productos naturales (orgánicos como ahora les llaman) sin considerar que, tras el confinamiento, el cambio en las rutinas diarias, la falta de luz solar, la lejanía con el medio ambiente natural, la incertidumbre y el diferente tipo de estrés por el que todos pasamos; sin duda, hizo mella en nuestros organismos y sus sistemas.
Luis Jorge Boone escribe: “Postrado, el enfermo anhela, busca un movimiento que dependa de su voluntad, lo necesita para sentir que su vida no le ha sido arrebatada del todo. El diagnóstico es el primer paso en esa dirección. Con él, puede ubicarse dentro del mapa de su mal, pero también en el de su recuperación: se convierte en paciente, ya no se desconoce, sino que se reconoce extranjero de sí mismo. Al nombrar su enfermedad se vuelve dueño de un secreto.” (Cámaras secretas. Ediciones Siruela).
Es así que pasamos de ser enfermos a tener un diagnóstico para convertirnos en pacientes (del latín patiens, patientis, participio de presente del verbo pati, “sufrir”, “soportar”, “experimentar un proceso o una acción que parte de una causa ajena”) atendidos por un profesional de la salud debido a un problema físico o emocional/mental y quizá resulte que hoy en día muchos nos encontramos en esa categoría debido a la post pandemia.
La pregunta que cabe hacerse es si nos tomamos en serio o no el asunto de la salud o lo hemos normalizado a tal grado que brincamos de un medicamento a otro casi sin notarlo y ¿si probamos un camino diferente?, ¿si elegimos el camino del bienestar modificando nuestros hábitos o reduciendo nuestros excesos?
Hay una forma casi mágica que usan los vendedores para conseguir colocar su producto y que es más o menos así: “No desembolse una cifra imposible de pagar, con tan sólo veinte pesos diarios usted puede llevarse hoy mismo… (Tal o cual producto)”. La misma fórmula se puede aplicar para ganar salud, el pasado viernes mi médico de cabecera me dijo: “Ni siquiera se trata de que dejes de comer, con que reduzcas la cantidad es suficiente, ve poco a poco”. Quizá su comentario se debió a que mi malestar no es grave ni crónico (afortunadamente), pero tiene sentido si consideramos que siempre es mejor dar el primer paso que pretender acabar la carrera en un salto.
Ser sano no debería ser una cuestión de moda, ni un privilegio y mucho menos, ser excesivamente costoso o un asunto burocrático. La salud es fundamental, es el principio y parte de #laspequeñascosas que hacen la diferencia en nuestra vida.
Quizá ocurre que tampoco tenemos una pedagogía de la salud, que no se nos enseña a prevenir enfermedades sino a llamar a urgencias, que nos presentan a los médicos como los salvadores cuando en realidad, nuestra vida está sí y sólo sí en nuestras manos, que cuidar de ella pasa por alimentarse bien, ejercitarse, reducir el nivel de estrés, respetar nuestros ciclos naturales y tomar conciencia de que, sin salud nada puede lograrse. Aprendamos a prevenir y reducir el número de pacientes en la sala de urgencias.
A manera de colofón: en un giro de llave resulta que estamos iniciando el mes de julio, lo cual significa que arrancó el segundo semestre de este 2023 al igual que la carrera por las posiciones políticas al interior tanto de los partidos oficiales como de los independientes con aspiraciones a la presidencia de la República, pero ese, es otro cantar. Julio promete un nuevo comienzo junto con el verano, tiempo de iniciar ciclos y emprender nuevos proyectos más trascendentales y con los que nos identifiquemos mejor porque nos permiten expandir nuestras posibilidades y explorar otras áreas de oportunidad. Lo viejo, lo anquilosado y lo que ya no funciona quedó atrás, es momento de renovar el espíritu y de ir a lo profundo para reconocer los logros que se han alcanzado durante el primer semestre, evaluar si nos acercamos a la proyección que hicimos al iniciar el año y aprender de los errores que se hayan cometido como una forma de enderezar el camino, aún es tiempo.
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