Las pequeñas cosas: ofrenda

Colocamos altares para nuestros difuntos, realizamos ofrendas para ellos y entonces recuerdo lo que mi madre siempre dice: “¡Muerta ya para qué!”.

1 de noviembre, 2021

“¡Vieja andariega, dónde te habrás metido!”. Escupió y continuó su sendero sin tino.

 – Francisca y la Muerte, Onelio Jorge Cardoso (1914 – 1986).

Hoy es el día uno del undécimo mes de un año crítico que ha traído diversas experiencias a nivel tanto particular como global. Hoy se celebra a todos los santos y mañana a los fieles difuntos según lo marcado por el calendario y el discurso oficialista disfrazado de “Catrina” y bien dicen por ahí que “la calaca aunque se vista de Catrina, calaca se queda”, pues en su origen, dicho personaje fue conocido como “calavera garbancera” creado por el grabador José Guadalupe Posada como una crítica a las clases más privilegiadas en México.

Nada hay más democrático que la muerte, de cara a ella todos somos iguales sin distinción de ningún tipo. Parece como si este año en particular, celebrar fuera necesario, urgente y prioritario después de las muchas defunciones que hemos acumulado por causa del COVID-19 porque en México la muerte se celebra en un grito colectivo que en realidad esconde un profundo dolor del que nadie habla porque es como si no existiera. Octavio Paz escribió: 

“La muerte moderna no posee ninguna significación que la trascienda o refiera a otros valores. En casi todos los casos es, simplemente, el fin inevitable de un proceso natural. En un mundo de hechos, la muerte es un hecho más. Pero como es un hecho desagradable, un hecho que pone en tela de juicio todas nuestras concepciones y el sentido mismo de nuestra vida, la filosofía del progreso (¿el progreso hacia dónde y desde dónde?, se preguntaba Scheler) pretende escamotearnos su presencia. En el mundo moderno todo funciona como si la muerte no existiera. Nadie cuenta con ella.” (Todos Santos, Día de Muertos – El laberinto de la soledad).

Colocamos altares para nuestros difuntos, realizamos ofrendas para ellos y entonces recuerdo lo que mi madre siempre dice: “¡Muerta ya para qué!”. Y en el fondo, tiene razón: lo importante es la vida, lo demás es tradición, ritual, tanatología, moda o simple costumbre y cada quién elige cómo realizarlo, pero el acto de ofrendar (entregar algo en obsequio o beneficio por un impulso de amor, solidaridad o acatamiento) va más allá. Y si bien lo aplicamos como parte de un ritual mortuorio, también es posible hacerlo en vida como muestra de gratitud pues ¿no es gracias a la vida que podemos tocar a los demás y ser tocados por ellos, para luego recordar sus actos cuando mueren? Entonces, ¿por qué no ofrendar en vida? cuando el viento toca la cara, cuando la lluvia refresca las flores, cuando el sol ilumina nuestro camino y la luna aparece cada ciclo en el cielo. Hagamos ofrendas en vida para recordar cuando aquéllos a quienes amamos ya no están más aquí para compartir pero permanecen en la memoria de las notas de una canción, en el aroma de las flores o en el sabor de una suculenta comida.

En mi altar (simbólico) cada año aparecen mi tío Jorge, artista plástico y de quien heredé la vena artística; mi padre, que lo fue todo para mí; mi tía Alicia, matriarca de la familia y mi abuela materna, el pilar a quien no conocí. Espero que pasen muchos años más antes de integrar a alguien más, me gusta hacer algo especial cada año para ellos porque es mi manera de honrar sus vidas y la huella que dejaron en mí de diversas formas y porque la vida está hecha de #laspequeñascosas como los rituales, las flores y los aromas de cada ofrenda que brindamos desde el corazón.

A manera de colofón: 

– Francisca, ¿cuándo te vas a morir? Ella asomó la cabeza entre las hierbas y respondió con una tierna sonrisa: – ¡Nunca! ¡Siempre hay mucho que hacer! 

 

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