“La desgracia descubre al alma luces que la prosperidad no llega a percibir.”
– Blaise Pascal (1623 – 1662). Científico, filósofo y escritor francés.
El invierno, el espíritu navideño y el fin de año se encuentran a la vuelta de la esquina. En cuestión de días estaremos envueltos en la festividad porque hace falta celebrar, sentir al menos por un instante que vencimos, que llegamos a la meta y que seguimos vivos pese a todo. Tradicionalmente, se considera que la época invernal es un momento de oscuridad y frío en el que queda poco o nada por hacer, pues coincide con un periodo vacacional de dos semanas que nos permite hacer una pausa y cerrar el año (de forma simbólica); de hecho, el pasado 4 de diciembre tuvimos un eclipse solar total que dejó en tinieblas la zona de la Antártida y que, en contraste nos confirma la intensa luminosidad del sol dejando al descubierto un anillo de luz brillante queriendo escapar de los bordes de la luna.
Y es (en su sentido metafórico) precisamente gracias a la luz que la vida sucede al nacer que se dice que nuestra madre “dio a luz”; asimismo después de algunas tragedias y cuando todo se resuelve favorablemente se dice de alguien que “por fin vio la luz”; un suceso que pasa de lo privado a lo público es que “salió a la luz”; y tan solo el siglo XVIII se distinguió por ser el “Siglo de las Luces” en donde a la “luz” del conocimiento y de la razón se disipaba la ignorancia. En el mismo sentido, tenemos luces de bengala para celebrar las posadas y una estrella de Belén como símbolo del nacimiento de Jesús (en la religión cristiana), pero también existen toda clase de rituales y creencias en torno al poder de la luz pues finalmente es energía. En las fotografías, la luz natural es la mejor fuente luminosa que se puede tener para lograr una toma perfecta y por increíble que parezca, es la luz invernal la que puede aprovecharse mejor.
Creencias aparte, estamos en plena época luminosa de un año tormentoso que si bien todavía no termina, al menos nos trae un poco de esperanza, porque dicen los que saben que la energía de los eclipses unida a la luna nueva que tuvimos apenas el fin de semana es irrepetible y provoca ciertos efectos en los simples mortales como usted y yo. Así que toca permitir que sea nuestra luz interna la que nos ilumine, como cuando nuestra mirada se ilumina ante lo que más amamos, porque han sido #laspequeñascosas las que nos han mantenido de pie en este momento coyuntural para todos en el mundo y no puede negarse el efecto reparador que es volver a mirar las sonrisas libres de cubrebocas o reconocer el brillo inequívoco de los ojos ante la dicha y la alegría. Es imperante encender nuestra fuente de luz para que nos permita apuntar hacia la dirección correcta donde queremos que llegue la flecha de nuestros anhelos.
A manera de colofón: en todas las historias la luz es señal de vida, es un aviso, es un festín, el fin buscado después de pasar por la penumbra y/o la pesadumbre. No es casualidad que después de un largo confinamiento y pese a que tenemos la presencia de una nueva variante del virus COVID-19, llegue la época de luminosidad representada por la cantidad de luces que se encienden en torno a la celebración de la Navidad y el Año Nuevo. La vida, al fin y al cabo puede ser un gran festín si conectamos desde el amor y la alegría, seamos pues como Lumière (el personaje de la Bella y la Bestia) y celebremos sin culpa, porque lo merecemos, es justo y necesario. ¡Vayamos en paz y comencemos la semana!
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