“El movimiento es un lenguaje universal que nos pertenece a todos siempre que estemos dispuestos a aguzar nuestros sentidos y a escuchar”.
– Karima Mansour, bailarina y Coreógrafa
En 2015 inicié mi labor como colaboradora para este generoso espacio gracias a la elección de su fundador y hoy amigo Eduardo Ruiz-Healy, tal inicio no podía abordar otro tema que no tuviera relación alguna con lo que soy en esencia y por la coincidencia con las fechas elegí escribir (casi de forma tímida) respecto al Día Internacional de la Danza en un texto sencillo poco ambicioso y más técnico que personal. Han pasado ocho años desde aquél inesperado inicio como columnista semanal y me alegra haber leído las palabras de Eduardo después de una larga pausa por la defunción de mi padre: “Vuelve a escribir” y sí, regresé a la escritura, lo cual agradezco profundamente porque al igual que la danza, escribir requiere de disciplina y a la vez nos vuelve disciplinados y comprometidos.
Puede ser que parezca que estoy divagando y puede que realmente sea así como en una coreografía contemporánea en la que el cuerpo sigue el compás de la música realizando movimientos que parecen extraños pero que están contando una historia con sus pausas, sus largos y sus cortos así como es la vida: a veces precipitada, otras rutinaria pero siempre en movimiento.
La danza ha sido parte de mi vida desde siempre, tengo recuerdos muy claros de mí siendo apenas una niña bailando, bailando, bailando; aprendí a hacerlo a muy corta edad (todos en la familia por línea materna fueron bailadores) y siendo la última generación familiar aprendí casi todos los ritmos. Con los años llegué a la disciplina de la danza por mandato escolar en el primer grado escolar de secundaria y ahí ocurrió el click porque desde entonces, la danza se convertiría como en un amante secreto al que disfruté por muchos años casi en secreto y sin expresar a mil voces mi pasión porque sí, una no puede negar que se educó en una familia tradicionalista y la danza no era bien vista, el deber ser mandaba que debía estudiar “algo más productivo” y olvidarme de todo ese ambiente que me fascinaba y que ocupó mi mente 24 por 7 durante al menos 6 años, tiempo durante el cual vi decenas de presentaciones dancísticas, leí diversos textos, aprendí de técnicas y coreografías, monté coreografías infantiles para festivales escolares, pisé escenarios, realicé cambios de vestuario, me peiné de trenzas y chongos altos y sentía la emoción desbordar mi ser cuando la música empezaba a sonar y mis pies sólo seguían el ritmo como si de un extraño hechizo se tratara. Entonces no existía nada ni nadie más, solo la música y el movimiento de mi cuerpo.
Es por demás aclarar que no fui bailarina profesional y aunque por mucho tiempo el sentimiento respecto a la danza fue un tanto nostálgico, con el paso del tiempo se ha convertido en un pretendiente que de vez en cuando sale a mi encuentro y me guiña el ojo, entonces en lo más profundo de mí una vocecita me dice: “Has de regresar a la danza. No morirás sin volver a pisar un escenario.” Y sé que así será porque no hay límites.
De cara a la realidad se hace necesario recordar que no se vive de ser bailarina profesional, a menos que el ímpetu sea tal que se recorra el mundo aprendiendo y buscando un lugar en las mejores compañías dancísticas, lo cual tiene fecha de caducidad porque el tiempo de mayor esplendor para los bailarines termina alrededor de los 30 ó 35 años y después de ese tiempo no queda más que la docencia.
Sé que no se puede regresar el tiempo y por ello es que esta colaboración pretende invitar al movimiento y a sembrar en quienes elijan la danza como profesión una semillita de pasión y amor tales que no claudiquen en el camino porque la danza es no sólo una de #laspequeñascosas que deberían ser obligatorias en la vida sino una forma de autoconocimiento, de reconocimiento, de disciplina, de colectividad, de pertenencia, de tradición y principalmente, de amor; se requiere de mucho amor para entregar el alma en un movimiento y proyectar en cada coreografía la esencia humana.
A manera de colofón: del francés danser = bailar, la danza es una manifestación artística que ha evolucionado con el paso del tiempo desde la época de la prehistoria cuyos vestigios se encuentran en las pinturas rupestres como una forma de comunicación a través del movimiento. En su origen se le asocia más con los rituales hasta llegar a las expresiones estilizadas del ballet clásico. El 29 de abril es el Día Internacional de la Danza, se conmemora desde 1982 por la iniciativa del Consejo Internacional de la Danza de UNESCO, se eligió este día por ser el natalicio de Jean-Georges Noverre, innovador y estudioso de este arte, maestro y creador del ballet moderno.
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