Las pequeñas cosas: creer

Diciembre es particularmente un mes dual: por un lado trae consigo festividad y por el otro, tiene un alto nivel de suicidios porque es la época más desoladora del año.

13 de diciembre, 2021 Las pequeñas cosas: creer

“Creemos, sobre todo porque es más fácil creer que dudar, y además porque la fe es la hermana de la esperanza y de la caridad.”

– Alejandro Dumas  (1802 – 1870), novelista francés.

 

Recuerdo con especial nostalgia los días en que Jorge y Mau (tío materno y pareja, respectivamente) visitaban la casa de mi madre los fines de semana, siempre para compartir la hora del almuerzo o la comida y con presentes (obsequios, regalos) incluidos que nunca llegaron envueltos con papeles brillantes y moños sino con intención y profundo amor. Esos días eran una fiesta aunque no fuera una fecha especial porque pasábamos horas jugando, riendo e inventando de todo un poco, aprovechando la inagotable fuente de imaginación que tenía mi tío como buen artista plástico, también fueron los días de perfeccionar el manejo de la bicicleta y días de libertad, de disfrutar un tiempo que parecía detenerse porque lo importante era lo que se compartía en esa pequeña casa de ensueño. El recuerdo se ensombrece por la ausencia de mi tío (fallecido en el año 1998) y porque el vínculo con Mau casi se disolvió, pero la sensación de amor compartido quedó en la memoria y de cuando en cuando regresa para recordarme que no debo dejar de creer, que existe algo o alguien más grande que yo y que solo a través de la fe es posible mantener la esperanza.

Diciembre es particularmente un mes dual: por un lado trae consigo festividad y por el otro, tiene un alto nivel de suicidios porque es la época más desoladora del año, principalmente en un contexto pandémico en el que se ha perdido tanto y a tantos; sin embargo, es el momento oportuno para dar y recibir amor de múltiples formas y expresiones porque es una época de tregua, de introspección, de paz y armonía entre conocidos y extraños. En lo particular, representa la tan ansiada pausa y la esperanza de un mejor porvenir pese a todos los pronósticos porque el virus sigue acechando ahí fuera y la gran crisis económica, social y política no parece tener fin y por eso es preciso creer (del latín crèdere) aunque se trate de una fe ciega porque no tenemos nada de cierto y la incertidumbre llegó para quedarse como un modo de vida pero creer desde el corazón, desde el alma porque si lo pensamos detenidamente, la humanidad ha pasado por una gran cantidad de obstáculos que han hecho posible su evolución y la adopción de nuevas tecnologías, usos y costumbres pues la vida se trata de ir hacia adelante pese a todo.

No digo que resulte fácil que exista una fórmula exacta o un hechizo mágico, sino que necesitamos creer en que es posible una mejor vida y un mejor mundo y para ello, se dice que necesitamos ver con los ojos del alma y desde el amor no para romantizar sino para suavizar la mirada y evitar atormentarnos o caer en depresión (porque pretextos sobran para ello). Es necesario creer en el amor filial, en el ágape y en el poder de #laspequeñascosas que le dan sentido a esta vida caótica que nos tocó vivir. 

A manera de colofón: por tradición celebramos el cierre de un año y realizamos toda serie de rituales para darle la bienvenida al que está por llegar aunque el tiempo sea lineal y no distinga entre meses, semanas, días, horas o minutos pero es una forma de contabilizar y de hacer el recuento de lo bueno, lo malo y lo que se espera; lo hacemos casi de forma automática, año con año hasta que un buen día todo tiene sentido y sí, se cierran ciclos, se concluyen pendientes y se vuelve a empezar casi desde cero. Esa es mi pretensión y este año, como ningún otro, tengo un deseo enorme de cambiar el calendario y empezar uno nuevo porque creo ciegamente en que lo mejor está por venir, como esos días de domingo cuando nos visitaban Jorge y Mau y yo sabía que sería un día perfecto porque el mundo adoptaba el color del amor familiar. 

 

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