Del latín consuetudo (usada en derecho romano) y este de su acusativo consuetudine(m), la costumbre (práctica o modo habitual y frecuente de hacer o pensar de una persona, cultura o tradición) fue definida por Aristóteles como la rutina semejante a la naturaleza, dado que lo natural sucede siempre y la naturaleza a menudo.
La costumbre de caminar, de observar, de interactuar, de contemplar y de habitar el espacio público fue algo de lo perdido con el inicio de la pandemia y hoy, tres años después empieza a recuperarse y es ahí, en la calle que desaparecen los vestigios de lo que padecimos aunque todavía quedan algunos rastros de lo que sucedió por aquéllos aciagos días. Personas que vienen y van en pareja, en familia, en tribu, ensimismados o desbordantes de alegría, están los que patinan, los que bailan, los que tocan música, los que platican, los que pasean con sus perros, los que vagabundean, los que husmean, los que se saludan y los que se les despiden.
El Museo Nacional de Arte está por concluir el periodo de la exposición temporal “Festín de Sabores. Banquete Mexicano”. Una muestra (breve) que recorre uno de los temas de mayor recurrencia en el arte: la comida. Lo relevante; sin duda, es la posibilidad de admirar obras de exponentes dignos de ocupar un lugar en la sala pero si se afina la mirada, es posible hacer una visita desde la curiosidad por descubrir los usos y costumbres desde tiempos prehispánicos y su paso por los distintos periodos históricos de México; sin embargo, para sorpresa del espectador, la gran revelación es que poco han cambiado las costumbres pues seguimos siendo testigos de los tianguis y su oferta diversa de alimentos, plantas, flores, insumos, etc. y es posible también, distinguir los diferentes tipos de técnicas y expresiones artísticas porque así de enriquecedora es la experiencia al visitar un museo y en particular, una muestra que nos lleva de la mano al pasado para entender un pedacito de la historia y comprender mejor el presente. Es como un viaje en el tiempo que nos permite reevaluar y revisar lo que hacemos con nuestro presente, a la vez que nos sitúa en el aquí y en el ahora.
Las costumbres se van transformando con el paso del tiempo pero en resumen, siempre terminamos en torno a una mesa (o banquete) compartiendo con los demás la comida, el vino, una fruta o coincidimos en el espacio público con el señor que vende aguas frescas de fruta natural o la señora de los atoles o en el tianguis local de los poblados que visitamos o mejor aún, pasamos una tarde en la calle recorriendo sus banquetas, sus sitios históricos, sus puntos de encuentro colectivo para confirmar que la vida está ahí afuera.
Las costumbres se transforman a través del colectivo pero son #laspequeñascosas esenciales que dan forma a la historia y que van dejando huella de nuestro paso por la vida; sin ellas, no sería posible conocernos y reconocernos en primera y tercera persona porque adoptamos costumbres ajenas y también heredamos las nuestras.
A manera de colofón: en 2001 se estrenó el filme “De la calle” de Gerardo Tort. Se trata de una cinta surrealista que narra la historia de un joven que vive en las calles y que en su intento por salvar a los niños más pequeños se encuentra de frente con la corrupción imperante en los cuerpos policiacos. Es una película cruda, de escenas oscuras (la luz juega un papel importante como forma de retratar el oscuro contexto de quienes habitan la calle) la cual mereció un premio Ariel como mejor ópera prima.
No sería la primera vez que la calle es protagonista. En 1950, un atrevido Luis Buñuel mostraría la realidad de la marginación y la pobreza de la Ciudad de México con su obra “Los Olvidados”, la cual duró únicamente tres días en cartelera por resultar ofensiva para la élite de entonces (nada nuevo bajo el sol). Es así que, la calle y las costumbres nos muestran que nada ha cambiado, los que cambiamos somos nosotros y hay problemas profundamente arraigados en la sociedad que a muchos conviene no cambiar pero ambas son didácticas, de ambas se aprende y es posible sacar conclusiones porque la vida es eso que ocurre en el día a día y está más allá de los aparadores y de conferencias mañaneras. ¿Quieres conocer un lugar? Revisa sus calles, sus usos y costumbres, ahí está la verdad lejos de discursos oficiales.
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