“Con el tiempo todo se conecta: personas, ideas, objetos. La calidad de las conexiones es la clave para la calidad per se” – Charles Eames / Arquitecto, Diseñador y Director de Cine Estadounidense.
¿Qué son las pequeñas cosas? En noviembre del año 2018 decidí abrir un espacio “para respirar hondo, tomar aire fresco y mirar desde el corazón para al menos, enfrentar con una mejor actitud los grandes retos del día.” Con la finalidad de ir rescatando aquéllos usos y costumbres ligados a valores que nos permitieron una mejor calidad de vida en algún momento de la historia humana y que sirven como antídoto contra el alto nivel de violencia que enfrentamos en todas sus aristas y como una propuesta para conectar con los demás de una manera real y no limitada al mundo virtual en el que navegamos a diario entre noticias, memes, frases inspiradoras y selfies; como una contrapropuesta a la inmediatez de los mensajes por WhatsApp y la rapidez que demandamos en todo y para todo porque la vida de hoy es así: alejada de la conexión real ya no digamos con quienes nos rodean sino con nosotros mismos, con nuestra respiración, con las señales que nuestro cuerpo emite cuando está cansado, asustado, triste o alegre y en consecuencia, faltos de sensibilidad ante los milagros que ocurren a diario, lo que nos hace perder calidad de vida y calidez en las relaciones interpersonales.
Ante la conectividad que disfrutamos en la actualidad y que hace posible acortar distancias para entablar comunicación hasta los lugares más recónditos (siempre y cuando exista red de Internet), nos encontramos con una etapa en la historia de la humanidad en la que estamos más desconectados, desorientados y perdidos, faltos de memoria y sin sentido porque frente a la capacidad gigantesca de almacenar fotografías instantáneas en cualquier lugar y momento, se encuentra también la dificultad para recordar fechas de cumpleaños, números telefónicos, direcciones, nuestras citas, etc. Ocupamos el tiempo en capturar el “momento exacto” y “compartirlo” en las redes sociales a cambio de perdernos la capacidad de asombro y la experiencia ante lo que vivimos, la fotografía estará ahí de por vida pero ¿Acaso recordaremos los olores, las emociones, las sensaciones, las risas o las lágrimas? ¿A qué sabía la deliciosa langosta que fotografiamos y devoramos al instante siguiente? La actualidad nos mantiene conectados al mundo virtual pero nos desconecta del mundo real y sí, también hay que reconocer los múltiples beneficios de la comunicación en tiempo real en el caso de emergencias pero quizá el precio que pagamos está resultando demasiado alto.
Todavía recuerdo cuando un amigo muy cercano y querido me dijo hace algunos años (quizá unos dieciocho) que el teléfono era una invasión a la vida privada pues quien llamaba interrumpía el momento de la otra persona y además se generaban emociones que complicaban la relación al no contestar porque en ese entonces ya circulaban los teléfonos celulares y era “obligatorio” responder a la llamada pues no había excusa o pretexto para no hacerlo; años después, las llamadas telefónicas han sido desplazadas por los mensajes de texto y/o voz vía WhatsApp u otras aplicaciones de mensajería “instantánea” y todo ello, paradójicamente también ha provocado graves problemas de conexión real (intra e interpersonal).
Y ¿para qué o por qué conectar? Si tenemos todo al alcance de un “click”, por una sencilla razón: los procesos que nuestro cerebro realiza en una conversación real o la convivencia frente a una experiencia virtual, son totalmente diferentes pero además, nada se iguala al contacto real que nos permite tocar, oler, sentir, escuchar y que a su vez, nos dota de sensaciones y experiencias que una computadora o teléfono son incapaces de ofrecer. A nivel interpersonal, estamos sobre estimulados de imágenes, textos, sonidos por pasar horas navegando en “la red” y nos perdemos la satisfacción del reposo, del no hacer, del no estar para dar paso a la introspección y a la reflexión, al disfrute real ante el milagro de la vida pues estamos conectados de forma mágica al universo mismo, a las plantas, a los animales, a los ciclos lunares y solares, a nuestros antepasados, a nuestros difuntos y a nuestros seres amados pero nos estamos perdiendo de esos instantes por navegar de manera permanente en un mundo virtual que solo nos ofrece una felicidad efímera y limitada al corto plazo.
Conexión y calidad, dos palabras que vale la pena explorar en su significado y en la praxis, que están íntimamente ligadas y que sin duda, podrían dotarnos de grandes satisfacciones y de muchas más alegrías que aquello que ofrece el mundo virtual.
¡A conectar se ha dicho!
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