Las mejores lecciones

Desde la maceta de una planta de orégano  en casa, la naturaleza es capaz de convertirse en la mejor maestra de vida.

3 de mayo, 2022

La naturaleza, dueña original de un planeta  que ahora llamamos “nuestro”, no deja de filtrarse entre los elementos hechos por el hombre, para manifestarse en sus muy diversas formas.   Cuando evocamos nuestros primeros recuerdos de  infancia, invariablemente surgirán elementos naturales en patios, parques o pequeñas macetas en casa de la abuela.  La naturaleza con su variedad de colores, aromas y texturas, nos acompaña desde los primeros años de vida hasta el momento actual.  Sucede, sin embargo, que hemos dejado de apreciar sus características. Damos por hecho su existencia y así dejamos de apreciar su magnificencia.

Esta mañana salí a mi patio en el cual convive más de una docena de macetas con variedades de plantas de ornato o de olor a las que paso visita.  La gardenia comenzó a dar flores hace poco más de una semana.  A ratos me resisto a cortarlas y colocarlas en un florero en el interior de la casa.  Esta vez no me pude resistir; han proliferado tanto, que me traje tres de ellas que coloqué a un lado de mi ordenador. No deja de asombrarme la mansedumbre de estos seres vivos, que se someten a la voluntad del ser humano con total docilidad.

Conforme las poblaciones crecen y se diversifican, los seres vivientes adoptan un orden impuesto desde fuera.   Las plantas lo hacen, como lo hacen también las aves de corral o aquellos animales que preparamos para convertirlos en nuestras mascotas.  La pregunta sería: ¿Hasta qué punto tenemos la sensibilidad o la destreza para manejarlos de la mejor manera…?

Vivimos en un mundo posmoderno muy visual.  Tienen poca participación los sentidos más allá de la vista y el oído.  Tal vez no registremos estímulos que el olfato, el gusto o el tacto nos transmiten, y que finalmente enriquecen nuestras percepciones.  Dichos estímulos están en nuestro entorno inmediato, esperando ser descubiertos, pero son tantas las veces que el radio que abarcan  nuestros sentidos no alcanza a incluirlos.  De hecho, de esa forma nos estamos perdiendo gran parte de la fiesta de la vida.

Hace algunos días leí un fragmento que me agradó: En esta vida la dicha no depende de aquello que nos suceda, sino de cómo asumamos lo que nos sucede.   Como tantas otras situaciones en torno nuestro, a mayor apertura de los sentidos hacia el exterior, desarrollamos una oportunidad más amplia  para gozar por el camino.  Al contrario, entre más nos encerremos en nuestros propios asuntos, más se limita el panorama.  Hallamos un menor número de elementos capaces de provocar  sensaciones dignas de ser recordadas.

¡Qué maravilloso resulta hallarnos en la proximidad de la naturaleza, sea cual sea su extensión! Descubrir cómo interactúan unos elementos con otros para resultar en prodigios que se van sucediendo, uno tras otro, para nuestro goce.  Nuestros niños de brazos vienen con el equipo digital incluido; la pantalla captura su atención por la luz, el movimiento y el sonido.  Dichos elementos atrapan su atención a la vez que inhiben el desarrollo de la corteza prefrontal.  Desde bebés ellos se vuelven pasivos frente a lo que ocurre en su entorno y van restando importancia a la toma de decisiones en su día a día.  Avanzan a un punto de esperar que otros determinen por ellos, lo que se vuelve grave, tanto para su vida personal como colectiva.

A ratos, haciendo uso de la imaginación, intento comparar los aprendizajes de un ser humano antes y después del uso masivo de adminículos digitales.  Hallo que es una labor titánica trabajar en captar la atención de los pequeños cuando hay tantos distractores electrónicos.  Definitivamente la realidad presencial es mucho más rica que la virtual, así esta última se nos presente muy atractiva. Habrá, sin embargo, que entrenar a esos niños para utilizar los elementos que el mundo real nos ofrece.  El desarrollo de la sensibilidad y el cuidado frente a las diversas formas de vida permitirá que se organicen sociedades en las que la belleza, el respeto y la empatía lleven la batuta.  No se necesitan recursos extraordinarios: desde la maceta de una planta de orégano  en casa, la naturaleza es capaz de convertirse en la mejor maestra.

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