El pasado 9 de mayo en México se firmó el decreto que puso fin a la emergencia sanitaria por covid-19, cuatro días después de que la OMS (Organización Mundial de la Salud) hiciera lo propio respecto a la emergencia a nivel internacional y un día previo a la celebración por el 10 de mayo. En números del INEGI (actualizado al 15 de junio, 2023) en México se tienen 7 629 269 casos confirmados y un total de 334 266 defunciones, los datos duros se los dejo a los especialistas, aquí los incluyo para abrir un espacio de reflexión y voltear la mirada a #laspequeñascosas que han surgido a partir de la aparición del covid-19 y de la forma en que hemos asumido la COVID-a (como algunos le llaman) porque lo innegable es todo cambió en mayor o menor medida y que hemos tenido que hacer un ejercicio constante de reinvención para sobrevivir.
En ese sentido y haciendo caso a eso de que “la vida sigue su curso” o que “el show debe continuar” revisaremos las formas de vida alternas que surgieron a partir de la pandemia, los usos y costumbres que llegaron para quedarse, lo que cambió, lo que regresó con mayor impacto, lo que la pandemia se llevó, las reflexiones que nos quedan, las que son necesarias hacer; así como las percepciones, emociones y sensaciones que se tuvieron durante y después. Se trata de documentar, de sensibilizar y de dar cuenta de lo que se vivió durante uno de los momentos más crudos que se han vivido mundialmente sin distinción de nivel socioeconómico, color de piel o región geográfica además de colocar la mira en las actividades del futuro porque la tecnología crece a pasos agigantados y sin duda, estamos a la vuelta de la esquina de convivir con robots en lo cotidiano.
Lo primero a resaltar de este periodo fue el silencio que se extendió a lo largo y ancho del planeta, las primeras imágenes y videos que empezaron a circular nos mostraban calles solitarias, comercios cerrados, parques abandonados y un gran silencio en medio del cual se pudo apreciar el canto de las aves; entre otros sonidos apenas perceptibles en medio del caos citadino. Los primeros en brincar la barrera del encierro y el silencio fueron los músicos haciendo uso de la tecnología para compartir su música aún durante el confinamiento y regalar una nota de esperanza al ambiente desolador que nos rodeaba.
Poco tiempo antes de la invasión del coronavirus en nuestras vidas, Jimena de Gortari (arquitecta, paisajista) ya estudiaba sobre los sonidos, los silencios y los ruidos en la vida cotidiana; de dicho estudio surgió el #DiarioSonoro, un documento que busca registrar la experiencia sonora en la ciudad. Este año y como parte del proyecto de investigación Espacio Urbano, ruido y reacciones en la Ciudad de México: experiencias en torno a la habitación, la resignación y la lucha (realizado por la Universidad Iberoamericana, Ciudad de México) se lanzó en twitter y otros medios una encuesta cuyo objetivo es ampliar el repertorio de respuestas y acciones de las experiencias frente al ruido de las personas que habitan en la ciudad. Buscando la relación entre la emisión, el medio de transmisión, la recepción y la percepción que se tiene del ruido en las distintas colonias. La colonia en que vivimos ¿es ruidosa?, ¿cuáles son las principales fuentes de ruido?, ¿qué sensaciones provoca el ruido externo?, ¿cómo se enfrenta el ruido?
Recientemente y tras un prolongado encierro (obligado primero y voluntario después) he retomado las actividades al aire libre y es sorprendente verificar la cantidad de ruido que nos rodea no sólo en medio del caos vial o en un centro comercial sino en medio del bosque o a la orilla del mar porque el ruido ya es parte de la vida y al parecer, se tiene una especie de adicción al ruido post pandemia, parece que del silencio obligado y absoluto se ha pasado al ruido excesivo y necesario para sentirse vivos.
En contraste y para dar paso a la reflexión comparto la referencia de “A quiet place” (Un lugar en silencio, Estados Unidos, 2018 / John Krasinski) un filme que ubica la historia de una familia en el año 2020 que es amenazada por la presencia de unas criaturas misteriosas con un sentido auditivo extraordinario. Además del cliché de los personajes sobrevivientes y que logran evitar ser cazados por los monstruos, la cinta siembra una semilla para revisar la relación del silencio y el ruido en nuestras vidas. Por un lado, el silencio es sinónimo de vida pero también ahoga las emociones y sensaciones, evita los diálogos y las palabras, aísla, presiona, limita y por el otro, el ruido avasalla, genera caos y muerte pero también libera o al menos así lo vemos en las escenas donde los monstruos logran cazar a sus presas.
Quizá el binomio ruido-silencio es el principio de una toma de conciencia respecto a la calidad de vida que tenemos en la actualidad, un tranquilo viaje por el bosque interrumpido por el alto sonido de la zona de comensales y comercios a la entrada del mismo o un merecido descanso en la playa ambientado con los hits del momento para convertir el paraíso playero en club familiar con bar incluido.
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