La libertad de expresión

En las sociedades liberales de nuestro tiempo consideramos la libertad de expresión como un atributo esencial de las sociedades de la información. La libertad de expresión deriva, a mi juicio, de una virtud que pertenece a la...

26 de enero, 2021

En las sociedades liberales de nuestro tiempo consideramos la libertad de expresión como un atributo esencial de las sociedades de la información. La libertad de expresión deriva, a mi juicio, de una virtud que pertenece a la Edad Moderna: la tolerancia. La tolerancia es una virtud en cuanto que es una disposición estable para poder escuchar a una persona en sus opiniones aunque nos parezcan equivocadas. Usamos la tolerancia en varios sentidos como la capacidad de escuchar, es decir, entender el sentido del hablante. La búsqueda del sentido implica entender, analizar e incluso discutir las razones para una determinada posición teórico y/o práctica. 

La libertad de expresión es así una modalidad de la tolerancia: permito que las personas puedan expresar sus opiniones sin coacciones. Ahora bien, lo anterior, ¿significa que debo proporcionar espacios y momentos destinados a expresar las ideas? o ¿se debe dejar a disponibilidad de cada quién los foros o momentos para expresarse? Esas preguntas no son fáciles de responder. Mientras no se me impida expresarme, las personas pueden usar lo que dispongan para hacerlo, aunque haya desventajas inevitables en la difusión, ya que eso lo dejamos a una cuestión del azar: el ser periodista y disponer de medios de comunicación social es una ventaja si algún otro no dispone de espacios. 

No obstante lo anterior, juzgamos apropiado que se consulten temas a las personas, es decir, pedimos participar en el ámbito público y no solo lo impedimos. Se cree que es necesario en ocasiones preguntar al otro acerca de un asunto, por ejemplo, la educación o los servicios públicos entre otros temas porque es su derecho y conveniente saber qué necesita. Este último ejemplo nos plantea de nuevo las interrogantes ya dichas: parece que no basta no limitar sino que hay fomentar directamente la expresión de las ideas. La libertad de expresión tiene así dos vertientes: no limitar y consultar las opiniones cuando es necesario. 

Otro tema es la pertinencia de lo aportado: no parece que deba permitirse comunicaciones en situaciones inapropiadas. Así en una reunión solemne no puedo interrumpir para dar mi opinión. No puedo, por ejemplo, detener a la orquesta o un grupo en concierto para que se me permita expresar mi opinión. Así, una limitación de la libertad de expresión es la pertinencia del discurso en cuanto al momento indicado. Otro elemento, la paradoja de la misma tolerancia, es que no puedo permitir un discurso que anule la posibilidad de los demás de expresarse. Un ¡cállate! sin razones o por mero capricho, no es permitido al menos en ciertos discursos en donde se exponen ideas contrapuestas, por ejemplo, un coloquio académico.

La libertad de expresión tampoco aplica cuando al expresarme se genera una situación que alarme a los demás si no existe el peligro real, como realizar una llamada de auxilio innecesaria o desproporcionada. Pero la mayor dificultad radica, a mi parecer, en el tema de la verdad: ¿puedo publicar mentiras a sabiendas de su falsedad? Si mis textos van contra un orden establecido y valioso ¿se me puede evitar difundirlo? ¿No debe solo permitirse lo que genera actos buenos en las personas?

John Milton ya en 1643 señalaba en su discurso dado al Parlamento (para mostrar cómo la censura previa de los libros no produce los supuestos beneficios aducidos de protección contra los contenidos peligrosos) que los hombres tienen la capacidad racional de evaluar los contenidos y aprender a distinguir contenidos apropiados de los que no lo son. Además, aun suponiendo que pudiese dirigirse la virtud y evitar el vicio:

Si todo acto bueno  o malo, para el hombre en sazón quedara sometido a permiso mandamiento y apremio ¿qué fuera la virtud (…) y qué encomio merecerían los bienhacientes y qué gracia se estimaría en quienes permanecieran sobrios, justos o castos? (1)

Esto da una pista de una posible solución o mejor dicho un criterio de decisión ante lo que parece ser un exceso de libertad en los casos dudosos: proporción con la situación. No se puede a priori decidir si una determinada expresión generará una situación que anule la libertad de expresión de otros. Tampoco podemos saber si algo publicado incidirá siempre mal, o bien, en los demás. Desde esa perspectiva se debe permitir la expresión de las ideas, incluso las más extrañas, siempre y cuando puedan ser sometidas a escrutinio público. Dicho de otro modo: debemos permitir intolerancia o escritos erróneos siempre y cuando haya posibilidad misma de refutarlas y mostrar sus debilidades. 

  1.    Milton, J. (2000). Areopagítica. México. Fondo de Cultura Económica: 47.

 

 

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