La construcción de una sociedad incluyente no es una opción, es la respuesta de una sociedad madura que genera políticas públicas de atención para enfrentar desafíos, es la acción de un gobierno que no solo ve por los suyos, sino por todo el colectivo al cual se debe.
Hace algunos años conocí a un joven que durante su paso por la licenciatura se fueron agravando los problemas de equilibrio, audición y visión que presentó desde etapas de desarrollo previas. Afectado por el Síndrome de Usher según su propio testimonio, caminaba por los pasillos universitarios con un bastón para orientarse e ingresaba a clases. Escuchaba solo con equipo auditivo y su visión se fue reduciendo cada vez más.
Con apoyo del equipo de computadoras, impresoras y personal que la institución (Universidad de Sonora) tiene para atención a alumnos con este tipo de necesidades, realizaba lecturas, actividades y presentaba trabajos que revelaban un gran esfuerzo en lo emocional, lo cognitivo, lo físico e incluso en lo económico. Aunque concluyó sus estudios de nivel superior, su incorporación al mercado laboral, como el de otros alumnos con algún tipo de afectación motriz y/o cognitiva ha sido complicada.
Él ha sido uno de los muchos casos de alumnos de nivel superior que logran concluir la escuela a pesar de enfrentar problemas que dificultan su audición, visión, motricidad y por lo tanto su interacción social y sus procesos de construcción de conocimiento, superando factores como cambio de plan de estudios, rezago, y el trabajo colectivo. En alguna ocasión, durante nuestras charlas, comentaba que su decisión de estudiar comunicación era para “comunicarse mejor”.
Los esfuerzos de muchas instituciones han sido altos, recursos invertidos en sanitarios, pasillos, rampas, elevadores, equipo de cómputo y en capacitación de personal en temas de inclusión educativa, lenguaje de señas, identificación de problemas de conducta. Aun así, cada vez que vemos un caso en particular o se analizan los aspectos generales nos seguimos dando cuenta de que nos falta mucho por hacer, quizá porque la realidad nos interpela de forma constante, quizá porque a pasos lentos, pero nos vamos haciendo más sensibles, tal vez porque aunque hemos avanzado en realidad no hemos avanzado lo suficiente.
El incremento de casos de autismo y de alumnos con algún tipo de imposibilidad auditiva, visual o para la actividad motriz, o aun el incremento de hiperactividad y agresividad entre otros, en todos los niveles educativos y en la sociedad en general, implican que el concepto inclusión, en lo práctico se vuelva cada vez en algo más amplio y que los recursos pedagógicos a usar sean más eficaces, de hecho, hablar de inclusión educativa es apenas un escalón de algo que debiera avanzar a una sociedad incluyente a pasos más acelerados.
Después del proceso educativo el mercado laboral constituye una variable donde hay barreras que romper. Los apoyos financieros a las empresas que contratan obreros con algún obstáculo en su motricidad o sentidos y el incremento a la reglamentación general y educativa relativa al tema son un avance sustancial, pero las dificultades para obtener un empleo para la persona con la que iniciamos este escrito y para muchos más son evidentes y siguen marcando nuestra sociedad como una sociedad desigual.
Transporte adecuado, calles y vías de tránsito adaptadas, la falta de semáforos con sonido, las plazas y parques con carencia de infraestructura adecuada, el bullying, el aislamiento y una larga lista de ausencias en la infraestructura urbana y de conductas sociales hacia ellos que no fomentan su inclusión son el pan de todos los días.
Completamente eliminados de los spots publicitarios de televisión y aun de las estrategias de mercadotecnia, utilizados en los discursos y la propaganda política solo en coyunturas y bajo necesidades específicas, el sector social agrupado bajo el término “discapacidad” (usado por muchos años y convertido más en un término discriminante que incluyente) enfrenta lo cotidiano en un medio social que en ocasiones evidencia avances y en ocasiones les da la espalda y los olvida.
El sector salud en su área pública se ve superado en la atención de estos casos y en los recursos e infraestructura para la atención a problemas de salud que incrementan la posibilidad de generar alguna afectación motriz o de otra naturaleza, como desintoxicación de consumidores de droga o atención a víctimas de violencia física. Los trastornos que se generan tanto corporales como psicológicos y cognitivos levantan barreras que el estado parece no ver, ni oír.
Y volviendo al sector educativo, los problemas rebasan la capacidad de atención para lograr que sean realmente incluidos y tengan un desarrollo exitoso, el recurso financiero no será suficiente y el personal requerido tarda tiempo en formarse y no se están generando los mecanismos necesarios para lograr estabilidad laboral y desarrollo económico.
Negar los problemas y las carencias nos lleva a la nada, a un círculo vicioso eterno de repartir culpas y negar responsabilidades. Perdemos tiempo para lograr un mayor desarrollo social y una verdadera inclusión.
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