Con el regreso a las actividades presenciales –al margen del hecho de que aún estamos en Pandemia, pero desde una perspectiva un tanto diferente– los festejos de fin de año se perfilan esperanzadores y, desde hace semanas, todo a nuestro alrededor nos hace sentir que diciembre (el mes de celebrar, de cerrar ciclos y de evaluar lo que hemos vivido y construido durante todo un año) llegó con un sabor de “vida nueva”. En estas festividades, la reflexión tendrá un papel preponderante en los corazones.
Por todos lados nos dicen que estas fechas son tiempo de amar, de paz, de dar, de cambiar, de celebrar, de compartir, de alegría y de fe. Y todo eso es cierto. Pero, también es cierto que estas festividades deben de convertirse en un tiempo de hacer una pausa. Hacer la pausa física que necesitamos para amar y valorar nuestro cuerpo, para agradecer la salud que tenemos o recuperar la que hemos perdido, para descansar de verdad y cargar baterías y así poder iniciar un nuevo ciclo con el 100% de entusiasmo, con nuevas ideas, con nuevos proyectos personales y familiares, y con el genuino y absoluto propósito de ser mejores, para nosotros mismos y para los demás.
Es importante hacer una pausa mental para conectarnos con nuestros verdaderos deseos e ilusiones, para reflexionar sobre el valor de lo que hacemos día a día, para encontrar que la verdadera riqueza de la vida se encuentra justamente ahí en nuestro quehacer diario, en los momentos que compartimos con nuestros hijos y nuestras familias. En las cosas que hacemos a cada instante con la conciencia plena, con toda nuestra atención y nuestros sentidos puestos en el presente, sabiendo que eso que hacemos, vale la pena.
Hacer, también, la pausa espiritual que conlleva este tiempo de preparación, de renovación de la fe y de unión familiar. Esa pausa que tal vez nos ayude a sanar el alma, a aprender a entregarnos a los demás con más amor y con más alegría, a ver al otro con distintos ojos, a valorar la bendición que es tener una familia con la cual y por la cual vivir, a abrir realmente el corazón y regalarlo con la convicción de que ese es el verdadero ejemplo que Jesús quiere derramar en nuestros corazones cada vez que recordamos su nacimiento.
Tazas
Según la teoría de las cuatro tazas, estamos tan inmersos en lo que nos ocupa la mente, que no nos damos cuenta de que hemos dejado de estar en el presente para todo aquello que nos rodea y necesita de nuestra conciencia plena y de toda nuestra atención: nuestra familia, nuestros amigos, nuestros proyectos, ¡nuestra vida!
Así que estas fechas también pueden ser momento de hacer una pausa y convertirnos mejor en hermosas tazas abiertas: tazas grandes y abiertas, reflexivas y flexibles, dispuestos a llenarse de experiencias, de emociones, de alegría y de aprendizaje. Decididos a apagar el “mitote” que no nos deja estar, ni ver, ni oír a quien nos necesita (y de paso también, apagar el teléfono para poder tener una conversación real con la gente real que nos rodea).
Tazas abiertas colmadas de cosas para dar, pero con espacio suficiente para recibir a los demás. Para oír lo que nuestros hijos o amigos necesitan, para aprender de todo y de todos cada día. Para saber ver las inquietudes o angustias de cada persona, sus alegrías y sus tristezas.
Tazas sin grietas, ni roturas, que sepan contener, que sepan escuchar y que sepan compartir con sus familias, con los compañeros de trabajo y sobre todo dispuestos a dar la atención, protección, confianza y seguridad que nuestros hijos necesitan.
Tazas que sepan convertir el juicio y la crítica en la miel más dulce, que saquen lo mejor de cada situación, que transformen cada enojo en una sonrisa, cada error en un aprendizaje y cada reto en una oportunidad.
…
Tenemos miles de motivos hoy y cada día para dar gracias: nuestra familia, nuestro colegio, nuestros hogares, las risas, alegrías, momentos y experiencias que compartimos con los que amamos, las bendiciones de las que podemos disfrutar, ver el esplendor del amanecer o sentir el frío que nos hace saber que estamos vivos…
Hagamos de estas fechas un momento de descanso, de pausa y de reflexión que Dios nos pide para que nuestros corazones se fortalezcan, nuestra fe se renueve y nuestra vida se llene del sentido humano que nos identifica como Familia Mazenod.
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