Era Covid: Liderazgo y comprensión profunda del carácter global de la civilización humana

El líder1  que no entienda con profundidad la dinámica sistémica global en que estamos inmersos, no sólo se condena a sí mismo a la ineficacia de gestión, sino que condena a su propia nación al aislamiento y...

19 de marzo, 2021

El líder1  que no entienda con profundidad la dinámica sistémica global en que estamos inmersos, no sólo se condena a sí mismo a la ineficacia de gestión, sino que condena a su propia nación al aislamiento y al subdesarrollo. 

 

“Un necio no ve el mismo árbol que ve un sabio”.

-William Blake en Matrimonio del cielo y el infierno

 

En el artículo de la semana anterior se planteaba la pregunta acerca de qué características debe tener un líder para encarar los desafíos del siglo XXI.

Se afirmaba también que un líder de la Era Covid y Post-Covid, sin despreciar las propiedades de los liderazgos tradicionales como la honestidad, confianza en sí mismo, la vocación de servicio, la pasión por lo que hace, la búsqueda de la innovación, empatía y creatividad entre muchas otras, requiere además cuatro características que para los tiempos por venir lucen indispensables: 

1.- Comprensión profunda del carácter global de la civilización humana. 

2.- Capacidad de cambio, adaptación y rectificación.

3.- Entereza y ecuanimidad para lidiar con un mundo progresivamente incierto. 

4.- Consciencia de Ejemplaridad. 

Hoy desarrollaremos la primera:

 

Comprensión profunda del carácter global de la civilización humana

 

Más allá de los desafíos específicos de cada comunidad, región o país, la humanidad enfrenta retos estructurales que trascienden las fronteras nacionales.

Decíamos en el artículo anterior que la gran diferencia entre la “gripe española” de 1918 y la actual crisis de salud provocada por la Covid-19 radica en el hecho de que, mientras en la primera la contingencia sanitaria se “resolvió” como si se tratara de infinidad de epidemias independientes –provocando una cantidad de contagiados y fallecidos atroz–, ahora la hemos entendido y atendido, aun con todos los problemas, errores y limitantes que se quieran, como una pandemia global donde las distintas naciones han tenido que cooperar entre sí. Esto, además de salvar potencialmente millones de vidas, ha creado la posibilidad de comparar las medidas tomadas en un sitio para replicarlas en otros, ha dado pie a buscar soluciones generales, como limitar la movilidad o la búsqueda desesperada de una vacuna que otorgue inmunidad de grupo global en aras de conservar la salud y restablecer la actividades regulares propias de la civilización humana como la educación presencial, el libre tránsito de los individuos, la vida social y relacional y el turismo entre muchas otras.

Los niveles de globalización, interconexión e interdependencia entre las economías, la información, la educación, la salud y la tecnología, entre infinidad de aspectos, son cada vez más profundos e irreversibles. Lo mismo ocurre con la universalización de los derechos humanos y civiles, con la búsqueda de reducir la brecha de desigualdad de género, el rechazo a la discriminación en cualquiera de sus formas, reconociéndonos como diversas manifestaciones de la misma especie.

  Paradójicamente esta tendencia globalizadora no solo busca erradicar diferencias y homogeneizar la actividad humana sino que también implica abrazar la diversidad, el multiculturalismo, el multilateralismo en la solución de conflictos y diferencias, la aceptación y el reconocimiento del valor y el derecho del otro, acoger la riqueza que cada cultura y manifestación humana aporta para engrandecer el todo y un largo etcétera. 

A partir del devenir histórico y la lenta pero sostenida construcción de vínculos de todo tipo, en la actualidad los Estados se asientan sobre una estructura universal globalizada, a partir de la cual la humanidad se ha ido vinculando paulatinamente con mayor profundidad y complejidad en la inmensa mayoría de sus aspectos –economía, comercio, finanzas, industria, comunicaciones, cultura, entretenimiento, moda, educación, salud, etc.–  como lo que es: una sola especie, con problemas, deseos, intenciones, sueños, desafíos y carencias análogas. Y es desde ahí, desde esa singularidad en relación de interdependencia con las demás singularidades, desde donde cada nación conserva, pule y defiende, pero también enriquece sus atributos específicos, pero no desde el aislamiento o desde el atrincheramiento tras fronteras inexpugnables como ocurría en tiempos pasados, sino desde la interacción y el intercambio permanente. 

Adicional a esto, los grandes desafíos humanos que se configuraron como consecuencia de la asombrosa expansión que las interacciones humanas han tenido en los últimos dos siglos, aquellos que hoy ponen en duda nuestra continuidad en el planeta y nuestra viabilidad como especie, solo pueden encararse y resolverse desde una visión global. Retos como el cambio climático, la pobreza, la desigualdad en todas sus vertientes, la migración forzada, el tráfico de personas, la violencia, el narcotráfico, por mencionar algunos, solo pueden atenuarse a partir de la cooperación transnacional y de acciones multilaterales. 

Como dice Ivan Krastev en su libro ¿Ya es mañana? :“Si bien la pandemia ha fortalecido la idea de un Estado-nación fuerte, el peligro ahora es que los dirigentes políticos no lleguen a comprender la naturaleza particular del tipo de nacionalismo que ha disparado esta crisis2”. 

Por supuesto que la ruta para asumir la globalización no pasa por disolver las identidades particulares de cada país, sino ejercer un variedad de nacionalismo nuevo que, al mismo tiempo que respeta y defiende la particularidad de su propia historia, idiosincrasia y cultura, es capaz de integrar lo funcional y constructivo de otras manifestaciones humanas. Un nacionalismo que, se sabe, parte irrenunciable de la comunidad global, de la que no puede ni quiere aislarse porque los niveles de interdependencia son tales que implicaría su propio derrumbe. 

Y no solo se trata del tema ecológico y climático, que ya sería suficiente en sí mismo para buscar el acuerdo, la cooperación y reestructura del espacio global multinacional. Pongamos un par de ejemplos en otros ámbitos: por un lado las grandes corporaciones transnacionales han comprendido el potencial de negocio que esta dinámica les ofrece y la estan explotando al máximo a partir de buscar sitios baratos para producir –sin importarles las condiciones en que la población de dichos lugares vive–, naciones con regímenes fiscales blandos que le permitan evadir una buena parte de los impuestos que pagarían en sus naciones de origen y mercados ricos para maximizar ventas y ganancias. Lo mismo ocurre en el otro lado del espectro con las grandes mafias que trafican con narcóticos o personas. Aprovechan vacíos en las legislaciones, la debilidad institucional de ciertas naciones para producir las drogas o extraer a la gente, utilizan al máximo las capacidades logísticas y de transporte que posibilita el mundo globalizado y ofrecen sus “productos” y “servicios” en naciones ricas, donde la autoridad, o bien se hace de la vista gorda o carece de las herramientas para contenerlos. En ambos casos, pero de ningún modo son los únicos, organizaciones humanas aprovechan los puntos ciegos de la globalización para beneficiarse sin importarles –o sin ser conscientes– del daño colateral que provocan. 

 

Claramente la globalización tiene muchos problemas y retos y no hay duda de que la actual crisis ha mostrado su cara paradójica, dejando al desnudo tanto sus aspectos positivos como los negativos; sin embargo, es indispensable asumir dos cosas: por un lado, que el proceso de globalización trae muchos más beneficios que problemas en términos tecnológicos, comerciales, culturales, humanitarios, educativos entre otros, y que, más allá de lo que pensemos al respecto, se trata de un proceso en marcha que, a estas alturas resulta imposible de revertir. 

La globalización no es un asunto opcional. En todo caso, la labor en este proceso de los distintos líderes alrededor del mundo –y no solo líderes políticos, sino también los económicos, los sociales, los académicos, los activistas, etc.– consiste en comprender a profundidad sus dinámicas para fomentar sus aspectos positivos y limitar sus puntos ciegos, para colaborar activamente en la remodelación a la que la actual crisis, así como el resto de los problemas producidos y/o potenciados por la propia globalización, habrá de someterla inevitablemente. La naturaleza y alcances de esa remodelación de la dinámica global marcará nuestra viabilidad como especie en siglo XXI.  

El líder que no entienda con profundidad esta dinámica sistémica global no solo se condena a sí mismo a la ineficacia para gestionar los grandes retos locales que descansan bajo su responsabilidad, sino que condena a su propia nación al aislamiento y al subdesarrollo, dejándola fuera de la que quizá sea la más grande revolución cultural del siglo XXI: conducir conscientemente el proceso y remodelar los sistemas que dan lugar a la globalización, maximizando sus virtudes y limitando sus puntos débiles, y evitar así que sea la globalización –como si se tratase de un ente vivo y autónomo– la que conduzca a la civilización humana. 

 

En la siguiente entrega hablaremos de la capacidad de cambio, adaptación y rectificación como la segunda capacidad indispensable para un liderazgo eficaz de cara al Siglo XXI. 

 

Web: www.juancarlosaldir.com

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1 Cabe aclarar que, aun cuando la palabra líder suele llevar antes el artículo “el”, no planteo de ningún modo el liderazgo como un tema exclusivamente masculino, por lo cual todas las veces la palabra sea utilizada en este texto se usa con la intención de que represente un concepto neutro en el que pueden encajar indistintamente mujeres y hombres.

2 Krastev, Ivan, ¿Ya es mañana? Cómo la pandemia cambiará el mundo, Primera Edición, España, Debate-Penguin Random House, 2020, P. 29

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